Partimos a tomar el bus que nos llevaría una vez más a Cobquecura. Durante el viaje se nos hacía un poco melancólico el trayecto hacia ese lugar que había sido nuestra casa durante tres meses, y en el cual aprendimos a vivir y a sobrevivir. Ese sentimiento de incertidumbre nos rondaba. Esta vez no contamos con el auto que nos acompañó durante todo el primer período de residencia y que fue esencial para nuestro desplazamiento, por lo que no sabíamos cómo íbamos a hacer para poder llegar a Colmuyao, considerando que muy poca gente va diariamente al lugar y a diferencia de cuando abandonamos el lugar, ahora había muy poca gente rondando las calles. Así también sentíamos una incertidumbre porque no sabíamos cómo nos iba a recibir la gente. Durante el verano fue difícil hacerle seguimiento a lo que habíamos hecho y no sabíamos qué había pasado con las promesas, los compromisos y toda la otra parte que no tenía competencia directa con nosotros con respecto a la plaza, la luminaria y el apoyo hacia Colmuyao.
Llegamos finalmente a Cobquecura y notamos la disminución de autos y personas dando vueltas por el lugar. Atrás habían quedado esos fines de semana en donde las callecitas del pueblo estaban atestadas de autos y camionetas, que vimos iban en aumento a medida que se acercaba febrero. Pudimos comprobar cómo los precios de las colaciones habían disminuido nuevamente y cómo los negocios habían vuelto a cerrar, seguramente porque ya se dio por finalizada la temporada de veraneo. El supermercado tenía su iluminación y su abastecimiento a medias y los productos más gourmet desaparecieron de las góndolas. Fue como volver a octubre y a los primeros días en los que llegamos acá. Dimos un par de vueltas en el pueblo para ver cuánto habían cambiado las cosas en este mes que pasamos sin estar en él, y decidimos partir a ver cómo llegar a Colmuyao.
Nos contactamos con personas de la Municipalidad y logramos asegurar una manera de llegar a Colmuyao si le pagábamos bencina. Partimos el viaje y pudimos revivir ese camino de tierra que cruzamos cientos de veces. El clima ha cambiado y podemos ver nuevamente los terrenos más verdes. El sol también bajó y el viento se siente más fresco.
Llegamos al minimarket del pueblo y nos saludamos con la señora María, quien nos recibió en sus cabañas durante todo ese tiempo, y que una vez más nos dará casa para esta visita. Conversamos un poco con ella y nos pusimos al día con los temas relacionados con la plaza. Nos enteramos que la Municipalidad aún no había activado la luminaria pública y que poco después de que nos fuimos se realizó un festival local rural al cual asistió mucha gente. Hubo una gran cantidad de turistas que visitó Colmuyao durante febrero y que recién ahora las cosas habían vuelto a calmarse.
Camino de vuelta a la casa nos encontramos con los niños y niñas de la escuela que iban en fila comiendo helado hacia la nueva plaza. Alegres nos reconocieron y nos preguntaron cuándo íbamos a ver a verlos. Los auxiliares también nos saludaron contentos y nos sentimos bien porque nos sentimos bienvenidos en el lugar. Quedamos de ir a visitarlos al día siguiente.
Nos seguimos encontrando con algunas personas en la calle y todos nos saludaron con buena cara, nos preguntaban qué hacíamos nuevamente por ahí y por cuánto tiempo nos quedábamos. Ciertamente no había pasado tanto tiempo desde que partimos, pero fue bueno re encontrarse con el pueblo así, como estaba al comienzo de nuestra estadía.