El tres de abril del 2017, el diario El Mercurio de Valparaíso publicó una columna sobre el inconcluso proyecto de canalización del río Aconcagua, con fines de comercio interior.
“El año 1838, tres particulares, Francisco Navarro, Lucas Verdugo y Rafael Barazante, vecinos de la ciudad de San Felipe, solicitaron a la Municipalidad de esa ciudad, una concesión por diez años para utilizar el río Aconcagua, también conocido en esa época como Chile, como un río navegable”.¹
La columna explica por qué la misiva finalmente fue desechada por la Suprema Corte de Justicia, basándose en la complejidad de la tarea de canalización del cauce, además de argumentar un tiempo de concesión exclusiva excesiva, y la preocupación porque este tránsito favoreciera el contrabando y perjudicara a quienes acostumbraban a cruzar el río a caballo o en pequeñas embarcaciones.
Gonzalo Serrano, el autor de la columna, imagina los sueños de estos socios de ver el Aconcagua transportando grandes vapores, como en los ríos norteamericanos de la época. Hoy que el Akonkawua alcanza sus mínimos históricos y su cuenca ha sido declarada Zona de escasez hídrica, nosotras intentamos imaginar cómo se habrá visto en 1838. Cómo habrá sido su curso por el valle del mismo nombre, cómo habrá crecido su caudal en invierno, qué tan distinto habrá sido como para que el proyecto de convertirlo en un canal de grandes embarcaciones haya sido una posibilidad.
Tamara
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