BitácoraResidencias de arte colaborativo

Residencia: La sed de la tierra Llay Llay, Valparaíso - 2018 Residente: Colectivo YY (Yachachinakuy)
Publicado: 27 de enero de 2019
El círculo

Un círculo crece y crece

 las palabras que florecen

mujeres que reverdecen

Mapu kimün

(El círculo, Anahi Rayen Mariluan)

 

Escoger palabras para explicar que se siente después de la experiencia vivida pareciera ser en vano. No hay cómo darle forma escrita a un momento tan lleno de complejidades, a cada detalle, cada sutileza y cariñito en el rostro. Detenidas en el tiempo, nuestras palabras y abrazos mutuos encontraron cobijo en el cerro.

Sólo nos queda agradecer con el alma la presencia, apañe y disposición de cada una de las mujeres que formaron parte de esta experiencia, su sabiduría ha sido reveladora en este viaje, somos manada, sentimos la tierra viva bajo nuestros pies, aullando junto a nosotras.

Sentimos también la presencia de las que ya no están y las que no pudieron estar, porque la vida urge y a veces es un privilegio detenerse, tener tiempo para una, para compartir con otras. Como nuestras palabras quedan pequeñas para manifestar tanto, a continuación, tres compañeras comparten sus poderosas reflexiones:

Nuestro momento

Durante algunas horas, 60 años en el cuerpo de una mujer volvieron a ser 17 y la mujer que más amo en la vida, quien me trajo a este mundo, quien se desgarró de dolor al parirme, volvió a tener 17.

Su sonrisa brillaba, sus brazos al moverse la encendían de libertad, porque ella estaba disfrutando de esa tierra que al bailar levantaba, ella estaba disfrutando de ese aire que la envolvía y que le remecía sus crespos y largos cabellos, ella disfrutaba de estar viva y en ese momento se liberó, se reconoció emancipada, dueña y ama de sí misma, de sus movimientos, de su canto y de sus gritos.

Una mujer sencilla y pura, dueña de casa y madre abnegada, mujer de fe y amante de todo lo que la rodea. En ese momento toda la energía que mueve a diario se la entregó a la tierra junto con su plegaria y amor, rogando para que este devastado rincón de nuestro cerro no sufriera más. Ella es parte de la tierra y la tierra es parte de ella y todas y todos somos y seremos tierra. Y seguiremos viviendo en la tierra y comiendo de la tierra.

El día domingo 27 de enero me entregó a mí y creo que, a todas un momento único y especial, de aquellos que aunque quisieras repetirlo nunca volvería a ser igual. Estábamos lejos, lejos del ruido, lejos de la avaricia, las mentiras, banalidades y lejos de todo, pero al mismo tiempo tan cerca de todo, porque el todo realmente era ese momento, momento de amor, amor a la vida, amor entre mujeres sororas que estábamos floreciendo que, junto con la sanación del cerro, nos sanábamos a nosotras mismas y sanábamos todas las grietas oscuras y ocultas que la historia nos impuso sólo por ser mujeres.

Sí, le he obsequiado una gran parte de este relato a mi madre, pero fuimos muchas que nos dimos cuenta que conectamos, que nos quisimos, que nos acariciamos, que nos entregamos, que nos sentimos, que nos miramos y que, al mirarnos, (una acción tan simple) nos envolvimos y nos reconocimos en la otra.

Mi madre extasiada me expresó: – me encantó porque fue espiritual– y así fue, y se crea en dios, en energías o en lo que sea, en ese momento todo fue uno y todas junto a esa tierra fuimos una. Esa tierra que se estremecía cada vez que Gloria le hablaba y rogaba a cada ancestra o dios por su protección, la tierra lo sintió, respondió y lo sentimos todas.

En ese rewe solo bastó un instrumento para remover energías, sólo bastó una melodía para bailar besando el piso y sólo nos bastó una manta para ser un pájaro que con infinitas alas quería liberar al mundo del extractivismo y a las mujeres entregar paz.

Es magnífico, es hermoso e inefable narrar las emociones vividas en aquel momento, que fue más que un momento porque nos trenzó y en esa enorme grieta, tan demostrativa del capitalismo, nos enraizamos, nos iluminamos y estoy segura que aquella luminosidad logrará trascender por siempre en nuestras vidas. Sanando nuestro hábitat devastado y nuestro cuerpo colonizado y destruido por el patriarcado.

Gracias Amaranta y Tamara por gestionar y entregarnos ese momento, nuestro momento.

Nefelibata G.

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Respira, pero muy profundo…

Quizás esta es la última vez.

Observa con atención, cada grieta, fisura y protuberancia.

Desearía saber que por sobre ti pasó el viento, susurrando levemente o que de lo contrario, fluyó por encima de ti como un manto suave, las lluvias y las aguas.

Perdón.

No existe la erosión en tu cuerpo, sólo está presente la destrucción.

Quizás esta es la última vez que con mis pies te despierto, que con mi lengua te canto, que con mi cuerpo te abrazo.

Gracias, no necesitas pronunciar ni una sola palabra, entiendo que el sendero que elegiste es el amor.

En nuestras manos alzamos la sanación, la gratitud, el perdón y también el amor.

Así como tú, la tierra. Nosotras las mujeres, estamos dispuestas a volver a florecer.

Doña Mala Clase

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