“El error consistió
en creer que la tierra era nuestra
cuando la verdad de las cosas
es que nosotros somos de la tierra”
Nicanor Parra
El calor ha aumentado en los últimos días y es difícil trabajar durante las horas de sol directo. Instintivamente nos dirigimos al río junto a un grupo de colaboradores, cargados de palos, herramientas y alambre de púas. Llevamos unos días experimentando con la materialidad propia de los cercos que atraviesan el territorio para reflexionar sobre la propiedad privada y cómo ésta se manifiesta en la propia geografía, corrigiendo los eventos naturales con alambres, cercos y portones. Límites de otra orden que no fallan en interpelarnos y resisten con torpeza el curso de la naturaleza, para anunciar su autoridad y detener nuestra marcha.
Con los pies en el agua, comenzamos a idear una instalación que despierta la curiosidad de los bañistas, quienes al igual que nosotros, sortean el calor de la tarde en el Estero de Catemu. Levantamos un cerco en medio del agua, delimitando un pequeño territorio encerrado y al cual pareciera, no se puede ingresar. Ante la incredulidad de los testigos, solo el río parece ignorar los linderos de este inundado terreno y sigue su curso, bañando las estacas que sostienen el alambrado. Los niños se acercan y rodean el absurdo cerco ¿Por qué no podemos entrar? ¿Ahí no se puede bañar? Luego de un rato, ya no están alrededor si no dentro del cerco, enjaulados ¿como animales?, cerrados ¿como los cerros?, cercados ¿como la tierra?. Tras vulnerar las barreras del alambre, el ‘juego’ se agota y los niños retoman otras actividades. Anochece y el cerco, como un error extraño, se refleja en el agua tranquila. Tendidos en el pasto, los últimos visitantes del río lo observamos cada cierto rato, como tratando de descifrar su presencia. Tenemos que desmontarlo antes de que se vaya la luz; a desalambrar!
Tamara