Antes de instalarnos por completo en Llay Llay, alguien nos sugirió no tomar agua de la llave. En su consejo no había una certeza respecto a los contaminantes que podía traer el agua potable, ni sobre los peligros de consumirla, pero el tono de la advertencia nos hizo inclinarnos por el agua embotellada. A veces, en un descuido a mitad de la noche, o cuando la sed nos pilla fuera de la casa, tomamos el agua igual.
La sed, así como el consejo que recibimos, aparece como un primer síntoma, como un advertencia que no podemos ignorar, como una invitación a la acción. Vamos a cumplir nuestra segunda semana en Llay Llay y la Sed que titula nuestro proyecto de residencia se está sintiendo. En estos días hemos escuchado sobre la sed de los cerros que rodean la comuna, la sed de justicia de los familiares de Marjorie, la sed de los paltos y del Río Aconcagua, la sed de las voces no callan cuando ven atropellados sus derechos, la sed de libertad y supervivencia, la sed de la tierra, de las napas, de un territorio completo.
Tamara
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