Entre las vueltas y vueltas que dimos en este viaje, comenzamos a expandir las posibilidades conceptuales y prácticas del proyecto, cada día conocíamos personas y lugares nuevos, que traían ánimos e ideas que se iban acumulando. En cierto punto nos sentimos agobiadas al pensar que quizás de tanto expandir estábamos perdiendo el norte, entendiendo que parte del proceso creativo también es confundirse y equivocarse, pensábamos que quizás las acciones que emprendíamos eran algo dispersas dentro del mismo proyecto. En ese proceso conocimos a Raúl Zibechi y el concepto de sociedades extractivas, que vinculó conceptualmente todo lo que veníamos haciendo, sin embargo, en términos prácticos aún no aterrizábamos estas ideas a acciones concretas y eso nos tenía aún dudosas. En esa vuelta volvimos a leer lo que escribimos al comienzo, a mirar las fotos de nuestra primera visita al territorio y entendimos que nuestro foco siempre estuvo en el mismo aspecto desde el comienzo, siempre nos llamó la atención la abundancia de letreros de propiedades privadas, amenazas de perros, de personas armadas, cercos, candados y alambres de púas, esa sensación de que nada era común, comunitario o compartido. Prácticamente todo el territorio circundante a la población rural y urbana tiene una estampa de pertenencia, un cartel clavado, una alerta, con una estética particular que delimita espacios, alarmas de fronteras, muros de alambre.
Junto al grupo de colaboradores subimos a los cerros a imaginar lo opuesto, ¿qué pasaría si en vez de prohibiciones propusiéramos reflexiones?
Amaranta.
“¿Qué pasaría si rompemos las fronteras y avanzamos y avanzamos,
y avanzamos y avanzamos?
¿Qué pasaría si quemamos todas las banderas para tener solo una,
la nuestra, la de todos, o mejor ninguna porque no la necesitamos?
¿Qué pasaría si de pronto dejamos de ser patriotas para ser humanos?
¿No sé… me pregunto yo,
qué pasaría?”
Mario Benedetti