Viajamos toda la noche y llegamos a Ensenada el viernes 18 de octubre. No imaginamos, así como nadie, lo que pasaría ese mismo día en la tarde. Dejamos un Santiago que jamás volverá a existir.
Ensenada, como debe suceder en muchas localidades pequeñas y rurales, es un territorio al margen del margen de lo que se vive en los centros urbanos. Como lo dicen sus habitantes, ‘un paraíso de la tranquilidad’. No hay mucha claridad sobre cómo nombrarlo, ¿pueblo? ¿villorio?, pareciera ser un poco de todo. Crece rápida y desordenadamente alrededor de una carretera que conecta Puerto Varas a 40 minutos bordeando el lago Llanquihue hacia el oeste, Petrohue hacia el este, y Cochamó hacia el sur. Territorio desparramado de conexión histórica con el otro lado de la cordillera, ahora Argentina, y ruta estratégica comercial y turística.
Ensenada nos recibió hermosa y soleada, entremedio de sus dos gigantes volcanes, el Osorno y el Calbuco. Pero con el pasar de las horas las noticias de las movilizaciones sociales complicaron nuestra llegada. Fueron días difíciles, de encierro, de pantallas y muchas emociones complejas. Luego de algunos días pudimos salir, a hablar, compartir, y entender las reacciones locales.
“Si están acá es por algo y les digo que necesario” nos dijo René Yefi, mientras comprábamos provisiones en su minimarket. Luego supimos que es un actor local fundamental quien fue líder de la comunidad indígena de los alrededores del lago Purailla (Todos los Santos) por más de 20 años. Esa conversación, sincera y profunda, caló profundo en nosotras.
Luego llegó Omar a nuestros días, artista local que habíamos conocido durante el terreno y a quien sentimos como nuestro amigo desde el primer encuentro. Nos invitó a sacar boqui del “bosque viejo”, un tipo de liana con la que hace todo tipo de tejidos vegetales. Adentrarnos en la naturaleza nos ayudó a entender, a conectar.
La primera semana de la residencia fue además la primera semana de movilizaciones. Fuimos a Puerto Varas a una gran marcha histórica, pero entendimos que nuestro lugar era Ensenada.
Participamos y colaboramos en las primeras dos marchas locales, llegando a ser hasta 30 personas. Cantidad equivalente al millón y medio de la histórica marcha en Santiago. Al fin, logramos compartir con lxs ensenadinxs y mientras pintabamos lienzos, conocernos. El remezón social fue y sigue siendo un dinamizador de confianzas, produciendo instancias de encuentro espontáneas de mucha confianza y fraternidad. Logramos sentirnos al fin, un poco, en casa.