Nos invitaron el 25 a una mateada, una once, donde los niños podrían jugar en camas saltarinas, tacatacas, juegos inflables y tomar bebida. La señora Isabel, presidenta de la junta de vecinos se mueve para poder conseguir dulces, papas fritas, chispop, galletas. Se hace en la cancha de la escuela. Jugamos un poco a la pichanga, conversamos un poco de quienes éramos, y porqué estábamos allí, y fueron surgiendo nuevas ideas. Aprovechamos de invitar a todes a la actividad que hemos llamado “Mingaco de memoria”, una instancia para digitalizar cualquier elemento preciado que merezca contar una historia personal, íntima, con el objetivo de construir un archivo del pueblo, y generar nuevas iniciativas con el material que vayamos recolectando en conjunto, incluidas las conversaciones que surgen de este trenzado de objetos y narrativas.
Luego fuimos a la casa de Ive, profesor de la escuela y que cuenta con una gran colección de documentos y objetos, algunos de finales del siglo XIX. Esta colección cuenta con elementos fascinantes para la historia de Alcántara, pero también para la historia del campo de la zona central.
Hay un concepto que nos llama la atención, el “almud”, caja que servía como referencia, una medida para comprar en las pulperías. Se podía comprar un almud de trigo, uno de azúcar, uno de sal, equivalente a diez u once kilos. Este tipo de medidas nos parecen importantes a nivel conceptual, pero también de cotidianidad. ¿Se puede traer esta medida al presente, llevarla al cerro? ¿Cuántos almud de agua bastan para hidratar los cerros secos?
Volvemos al concepto de hogar, las conversaciones y las motivaciones que vemos con nuestros vecinos se parecen al fuego que se está recién prendiendo, con cariño y afecto se van levantando trabajos colaborativos que van teniendo sentido en las conversaciones y en su proyección. Si hacemos un archivo ¿Dónde quedará? Se pregunta Ive. Si hacemos una cápsula del tiempo ¿Donde se enterrará? Es una duda que se plantean Isabel, Lucila y Nona.