BitácoraResidencias de arte colaborativo

Residencia: Central recolectora Cecrea - Valdivia, Los Ríos - 2019 Residente: Mariana Catalina Carrasco Ruiz
Publicado: 17 de enero de 2020
Expedición

 

De atrás para adelante ésta fue la primera jornada comunitaria y pasó hace 24 días del día en que hoy se escribe esto. Fue el primer encuentro con cabrxs y vecinxs y terminó con un peo del zorrillo de la cuadrilla de fuerzas especiales que tiene su cuartel ahí al lado de la playa de Collico porque como era viernes la gente estaba de guata al sol o tirándose piqueros o métale tomando corona y escudo en las mesas de madera así que antes de partir a la Plaza de la Unidad a reprimir la protesta era tarea obligada cagarnos la onda a quienes estábamos ahí pasándola bien. Ese era el mismo panorama de la playa cuando llegamos con nuestras cajas con materiales pensando si era factible aunque fuese remotamente hacer algo de lo que teníamos planeado considerando a favor todas las condiciones para un día de vagancia y harto en contra de la concentración o de cualquier acción medianamente voluntariosa. Nos sentamos a patinar entre la premeditación del fracaso y el nerviosismo propio de quien espera a lxs invitadxs del cumple. La cosa es que llegó primero el Jose que venía de apañe para quienes quisieran dibujar y  apenas llegó cachamos que estábamos mal ubicados ahí muy escondidos así que nos fuimos a una tarima que después supimos es el podio que se construyó para las autoridades que presencian el desfile collicano de cada 18 de septiembre osea una  tarima tremendamente VIP donde colgamos los afiches de la actividad en forma de banderas. De cualquier manera la ventolera que venía del norte volaba todo y nos permitió escuchar poco y nada de lo que hablábamos  así que hicimos la típica dinámica del nombre en el círculo de lxs que estábamos presentes y después rapidito un intento semi fallido por indagar en la palabra deriva, tiene que que ver con ir sin rumbo dijo la Maritza, vecina de Collico y también mamá conductora de la silla de ruedas de Vicente. Ya sin más partimos separados en cuatro grupos cada cual en una ruta guiada por el presente: miradxs desde lejos o desde arriba en la costanera lxs fotógrafxs parecían técnicos de un parque de diversiones observando la gran mecánica humana de quienes usaban un barco de exhibición alguien dijera patrimonial como plataforma de clavados, bombitas y guatazos, más allá el grupo de las tres recolectoras iban con lupas y frascos identificando meticulosamente especies vivas y muertas y pellizcándole a la playa una hojita por aquí una piedrita por acá con una actitud mitad ladrón de orquídeas mitad Dora la exploradora. El grupo más grande era el de lxs dibujantes que avanzaban por la arena como un solo cuerpo mirando hacia adelante y luego hacia la hoja y así repitiendo ese movimiento coordinado que marcaba el paso de una vecina que cargaba su aparato del oxígeno nosotrxs lxs del video nos deslizamos con la silla de ruedas del Vicente por las rampas que después supimos habían sido diseñadas y construidas para él así que descendimos hasta unos pocos metros del agua haciendo del rodado un dolly hechizo a pura fuerza de frenos y  desde el borde de la costanera usamos el zoom como un catalejo para espiar a lxs bañantes y las señoras que se mojaban las patas en la orilla.

 

Al rato nos encontramos de nuevo para comer galletas y tomar jugo porque mucho más no resultó. El viento estaba bravo y se llevaba cualquier intento de conversación pero comenzaron a circular imágenes y muestras de lo que habíamos observado. De repente el cielo se puso raro como si estuviéramos mirando a través de un cenicero de vidrio y la luz nos recordó el día del eclipse. Son los residuos del mega incendio de Australia que por el viento llegan pal continente dijo el Jose y fue cuático en ese desconcierto colectivo que nos tomó por unos minutos  pensar que el planeta estaba propenso a quemarse o desaparecer incluso en ese lugar donde estábamos rodeado de agua y gente feliz. Esos pedacitos de piedra y planta guardados en los frascos o los dibujos de hojas frotadas con carboncillo en ese escenario medio apocalíptico que terminaría como se relata en el comienzo con un peo del zorrillo que nos dejó sin aire y con los ojos llorosos se transformaron en vestigios de una expedición de salvataje y nosotrxs en una brigada rescatista de ese momento de buen vivir amenazado por el depredador. Al terminar anotamos teléfonos con la promesa de vernos pronto otra vez.

 

 

 

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