Tras un largo y agotador viaje, llegamos a destino. El clima es distinto, la vegetación es distinta y la gente es distinta. El ambiente social es completamente distinto. Si duda hubo un choque cultural que nos impacta, pero que nos recibe de la mejor forma. Don Carlos, la persona que nos arrendó una cabaña, nos recibe con mucha alegría y entusiasmo, nos presenta su familia y nos invita a tomar una once alemana típica de la zona: té, café, leche, pan amasado, mermeladas varias, queso local y küchen de frambuesas y arándanos, todo en cantidades muy generosas.
La vida de la Villa Puerto Octay es apacible, muy tranquila. La gente es muy amable y uno despierta de inmediato curiosidad en ellos, ya que al ser un pueblo tan chico, todos se conocen y todos notan de inmediato cuando aparece un forastero. Así uno va descubriendo miradas, susurros lejanos y cómo unos a otros desplazan alguna hipótesis acerca de quienes somos y lo que estamos haciendo en su tierra. Evidentemente que existe alguna gente que sabe quiénes somos y los que estamos haciendo acá, pero en los que no, despertamos una curiosidad que a nosotros nos genera cierto morbo.
No tuvo que pasar mucho rato para que alguien que no pudo resistir su curiosidad se nos acercara y nos preguntara algo, cualquier cosa, con tal de obtener una información de primera fuente:
Así comienza nuestro trabajo en la zona, despertando curiosidades y despertando expectativas.