El proyecto de la cápsula del tiempo se desarrolló junto a uno de los cursos de enseñanza básica de la escuela de San Dionisio. La actividad, en su momento, fue sugerida a la clase en torno a una pregunta: ¿Qué quisiéramos rescatar del presente para transmitir al futuro?
De esa interrogante, surgieron varias reflexiones sobre la sensación de inmutabilidad del tiempo desde el punto de vista del presente, y la probabilidad de que, en un futuro, las cosas podrían ser muy distintas.
Salimos juntos a pasear por las calles de San Dionisio con la idea de rescatar pequeños pedazos del presente para enviarlos al futuro: pétalos de rosa, flores diversas, hojas de árboles y ciruelas verdes —que les gustan tanto— fueron elegidos para dar a conocer a un futuro en el que quizás vaya a desaparecer toda forma de naturaleza, según la visión de las niñas y niños, a costa del cambio climático o absorbida por el crecimiento de la ciudad. También se rescataron algunos vestigios de su infancia, tales como lápices, una lámpara y varias cartas con dibujos o palabras destinadas al futuro, mensajes en videos e incluso una declaración de amor, donde el autor y su destinataria no serán jamás revelados sino hasta que se abra la cápsula dentro de 50 años más, en 2068.
El resto de los elementos, los más queridos para los niños y sorprendentes para nosotros, eran objetos del pasado. Botellas de bebidas que ya no existen, un clavo en hierro forjado, arnés para atar caballos, piezas de una antigua bicicleta, etcétera. Aunque no tuvieran ningún vínculo con ellos y que para varios su utilidad fuese desconocida, el solo hecho de tener la oportunidad de hacerlos viajar en el tiempo aún más, generaba una fascinación en quién lo tuviese en su mano, como si rescatarlo respondiera a uno de los más grandes desafíos que la humanidad siempre soñó. Y es que en una sociedad desechable, encontrar elementos actuales que remitan verdadero valor parece tarea de largo aliento.
Célia