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Residencia: La reinvención agraria San Dionisio - Panimávida - Colbún, Maule - 2018 Residente: Juan Francisco González
Publicado: 9 de noviembre de 2018
«Y esas personas en sus casas, ¿por qué no participan?»

Esta semana estuvo marcada por la reflexión en torno a cómo establecer un diálogo directo con las distintas personas de la comunidad, en tanto quienes ya conocemos se repiten permanente en los diferentes espacios de participación. Es por ello que dividimos el mapa de San Dionisio en tres partes e iniciamos una investigación en terreno y de carácter exploratorio, que nos permitiera develar lo oculto tras los tupidos árboles que rodean las casas de la localidad.

Luego de una de nuestras reuniones colectivas, será Marisol de la agrupación Renacer Campesino,  quien nos guiará en bicicleta —junto a su hijo sobre su regazo— hasta la casa de su tío Pedro, y también a coronar un día revelador.

Entre polluelos, gallinas y su perro Guardián, nos reciben Pedro y Manuel Lizama, con quienes entablamos una larga conversación que nos permite conocer no tan solo su llegada a San Dionisio tras la Reforma Agraria, sino también las dinámicas de la vida de campo antes de ellos.

Manuel nos comparte relatos de tiempos en que su padre, antes de la Reforma, era peón de fundo. «El patrón le daba la galleta (ración personal de pan o tortilla) y directo a trabajar (…) Nos salvaron de la esclavitud». Sobre lo anterior, Pedro agrega que «ese fue el regalo del cardenal Raúl Silva Henríquez. Fue un regalo para la familia».

Al ser consultados sobre la vida comunitaria en el pasado, Pedro recuerda: «Estaba en la escuela en el 73, y yo había llevado un cuchillo para hacer un trabajo de manualidades. Trabajábamos la madera. Entonces de repente llegaron los militares, y yo lo tiro al suelo y lo oculto con unos papeles, porque podían pensar quizás cualquier cosa (…) Y ese día se llevaron a unos profesores. Después de ese día no podíamos reunirnos más, no se podía salir…».

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En otra oportunidad nos recibe Romila Cerda (1959). Asustada —en primera instancia— por esta inesperada visita, nos oye con recelo por un par de minutos. Pero al comprender el motivo de nuestra visita, se relaja y amablemente nos invita a pasar, dando inicio a una larga conversación y aun variopinto de anécdotas.

«Me acuerdo de la celebración del Día de San Dionisio, cuando participaban todas las familias. Mataban un novillo y la comida se repartía con toda la gente»,son sus palabras cuando le preguntamos sobre sus recuerdos más atesorados en el lugar.  El mismo relato se nos repetirá en diferentes viviendas, donde, con mucha alegría, recuerdan también el activo funcionamiento de la cooperativa y las distintas celebraciones que allí sucedieron.

Carmen Gloria Cerda, quien con orgullo añade valor a este lugar y recuerda sus tiempos sirviendo hasta 100 almuerzos diarios en la cooperativa, número de personas que frecuentaban el molino periódicamente para moler trigo. «Una andaba mal y los demás la ayudaban. Así era el trabajo comunitario, como en la trilla».

Luego de haber recorrido parte de San Dionisio visitando diferentes hogares, nos reunimos con el resto del equipo para conocer el resultado de cada una de nuestras visitas. Observando el mapa, nos damos cuenta cómo hemos avanzado en conocer más a fondo la vida del campo precordillerano. Del sacrificio de su gente y de una nostalgia por lo pasado. Pero sobre todo: de su entusiasmo y compromiso para reactivar el espíritu comunitario que les otorgó tanto júbilo y mantuvo unidos, como una gran familia, por tanto tiempo.

Hoy sabemos que por las tardes, después de labrar la tierra, están ahí esperando que alguien visite sus casas. Refugiados en su paz, acompañados del canto de los pájaros y  llenos de ganas de participar.

Juan Francisco

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