Han visto la película “La Once” de Maite Alberdi –les pregunté como para romper el hielo- una de ellas, con los cuatro “Beatles” estampados en la polera, me responde que sí. Esas fueron las primeras palabras que crucé con un grupo de mujeres pertenecientes a un Centro de Madres ubicado en un pequeño callejón a escasos metros de la Plaza de Armas de Caldera. Llegué allí invitado por una tía que es dirigente social, pero en realidad me interesaba conocer otros espacios posibles para incorporar al proyecto, distintos al sector ya focalizado en el “Bandejón Chorrillos”, más arriba de las vías del tren, en la periferia de la ciudad.
En total les realicé cuatro visitas. Por ahora ya no podré hacerlo más, debido a que cierran el Centro y vuelven a abrirlo hasta marzo. El lugar es acogedor, es pequeño, pero el sol de media tarde que atraviesa los visillos de la ventana, le entrega un aura cálida. A ratos me siento como si estuviera en la casa de muchas abuelas juntas. Cebo mi mate mientras converso con ellas. Las observo a cada una, aprecio sus trabajos: esas manualidades que a muchos parecen inútiles, pero que a ellas les mantienen el cerebro activo, como los pescaditos de oro del Coronel Aureliano Buendía o la manta que tejía y destejía Amaranta. Noto lo diferentes que son. Algunas son socialistas, mientras que otras encienden cirios a los militares. Algunas apenas han cursado quinto básico. Unas conducen jeeps y otras venden cachureos en la feria. Pero en el Centro, todas son iguales. Les conté de lo que se trataban las “Residencias de Arte Colaborativo”, pero la mayoría me miraba como si yo hablara en norcoreano.
Acordamos realizar una once, quizá emulando un poco el argumento del documental de Maite Alberdi, y como una forma de reivindicar la creencia popular que versa que los Centros de Madres son lugares donde las viejas van a “cahuinear” (chismear) y los políticos a buscar votos.
Cada tarde que visité el centro, ese grupo de viejitas me hacía sentir bien. Y en el Centro, no me sentía con la presión de ser el “artista” que vino a residir a la comuna. Solía bromear con lo mucho que me subían el ego, y trataba de devolver, a las más cariñosas, al menos, un abrazo o un beso. De arte colaborativo muy poco, es verdad, pero con Margareth, la de la polera de Lennon y compañía, comentamos acerca de un proyecto que les gustaría postular. Me habló de las ganas de realizar un trabajo en torno a la comida- cómo así –le pregunté yo, y me respondió que a través de un acto tan cotidiano como es cocinar, las personas pueden conocer más acerca de cada una de ellas. De su cultura, de sus historias de vida y sus anhelos. Estoy de acuerdo con lo que dice, y le comento sobre algunos trabajos que se han realizado en torno a temáticas similares. Y continúo la charla enfatizando en los distintos aspectos que tiene la cultura y, entre los presentes, reflexionamos en torno a ella. Al menos la idea del posible proyecto quedó plantada. Y yo les ofrezco mi ayuda para cuando vayan a postular su proyecto, me encuentre o no en la comuna.
Estoy invitado a la cena que realizan para despedir el año. Para ello han juntado plata durante diez meses. Ayudo en lo que puedo para la preparación de la cena, pero muchas manos matan la guagua, dicen. Así que me mandan a comprar las bebidas que hacían falta. La mayoría llega bien pinteada a la cena. Les advertí que le sacaría fotos durante su celebración, y que les regalaría una para que quedara en el centro. Y ese gesto me generó un compromiso que, por simple, puede significar algo en el futuro. Recuerdo, en ese momento, a “Don Enrique”, uno de los personajes del documental que me encuentro realizando en Torres del Paine. Una vez, él me comentó que unas turistas le tomaron una fotografía, comprometiéndose a que le enviarían una de regalo. Al tiempo la foto llegó –una foto linda –señala el campesino de 82 años con dos accidentes cerebrovasculares en el último año. Que la tenía guardada en su hogar de Puerto Natales y que le había dicho a sus hijas que esa sería la foto que debían ponerle en su nicho. Por mi parte, yo les enviaré una foto grupal a estas 21 mujeres que me acogieron, durante casi un mes, en su centro.