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Residencia: Por las vías del tren Caldera, Atacama - 2018 Residente: Sebastián Vidal Campos
Publicado: 25 de octubre de 2018
Voy pal norte, vengo del sur

Es 25 de octubre, son las 5 de la madrugada y en solo dos horas debo tomar el bus que me llevará desde la ciudad de Puerto Natales hasta el aeropuerto de Punta Arenas. No crean que estoy exagerando, pero aquí ya es casi de día. Estoy soñoliento pues no pude pegar pestaña en casi toda la noche. Me despido del tío “Lucho” en el Rodoviario de la ciudad, después de pegarnos la última mateada. Lo noto melancólico y, en tono de broma, le digo que no llore, que nos veremos para sus “bodas de oro”.  De la tía “Titina” me despedí la noche anterior, después de mirar el partido de Boca Juniors y el programa “Pasapalabra”. A veces los viejos se emocionan y, a pesar de que yo no soy nada de ellos, después de poco más de tres años de conocerme, siento que me consideran como parte de su familia.

Me acomodo en el asiento del bus, pero antes le indico a un gringo, ante la intervención de un pasajero, que su asiento es otro. Poco después, un nuevo pasajero me dice que yo estoy ocupando su lugar. Miro el ticket de mi pasaje y me doy cuenta que tiene fecha del día anterior. Suelen sucederme ese tipo de cosas. El bus está lleno y, por un momento, temo de que no vayan a haber asientos disponibles en ningún otro bus hasta muy avanzada la mañana. Por suerte la línea de Buses Fernández (competencia de Bus-Sur) tiene el último pasaje en el horario de las 7:15 AM. El siguiente salía hasta las 8:30 AM y, considerando el tiempo de viaje hasta el aeropuerto, viajando en ese horario no habría conseguido abordar el vuelo Punta Arenas – Santiago. Esta vez, la suerte estuvo de mi lado.

Durante el viaje intento dormir, pero se me hace difícil. Estoy preocupado de que vaya a suceder algo inesperado. Como pasar de largo en el aeropuerto, despertar en Punta Arenas y perder de todas maneras el vuelo. Seguro, quien lee, piensa que estoy “poniéndole demasiado color” con lo de los aviones, pero como me han sucedido ese tipo de percances, últimamente, estoy un poco susceptible. Como sea, ya no viene al caso mencionar aquello. Los rayos de sol traspasan las nubes que casi tocan el suelo de la pampa magallánica. Recuerdo la primera vez que hice este viaje. Estaba atardeciendo, y me sorprendió la forma en que este paisaje me recordaba al desierto del norte.

Aquí en el extremo sur, yo vengo del norte, de donde viene la “gente mala” como pregona el dicho local. Seas de Santiago, Castro, Temuco o Valparaíso, para el habitante de la Región más austral del mundo, todos venimos del norte. Pero ahora yo voy a la inversa, desde el sur hacia el norte, desde Puerto Natales hacia el Puerto de Caldera, más precisamente, hacia la tercera región del país, hacia el desierto más árido del planeta. El viaje en el avión es tranquilo. Solo lamento no haber pagado la ventana, porque pese a que ya he realizado el mismo recorrido en varias ocasiones, siempre es fascinante ver los campos de hielo sur y las montañas desde once mil pies de altura. Por ejemplo hoy, el capitán dio aviso de un cielo despejado a la altura de las Torres del Paine. Me conformo, desde el pasillo, con la felicidad de aquellos que nunca antes las habían visto.

En el aeropuerto de Santiago debo esperar tres horas para abordar el avión hacia mi destino definitivo. Me alimento un poco y luego espero al borde de la monotonía, que algo asombroso ocurra en las salas de embarque. El sueño me agobia y decido ir por un café. En el trayecto, a lo lejos, diviso a Fernanda y a su hijo Manuel. Ella también me ve y me saluda afectuosamente. Después me indica donde están el resto de los chicos, César y Álvaro, de la compañía Teatro de Ocasión, a quienes conocí cuando realizaron, hace tres años, una Residencia de Arte Colaborativo en la comuna de Torres del Paine, donde yo me desempeñaba como Profesional del Programa “Servicio País”. Me cuentan que van a presentar la obra “Una mañanita partí” a la ciudad de Copiapó. Y yo les cuento que salí de Puerto Natales por la mañana y que voy con destino a Caldera, a hacer una Residencia de Arte Colaborativo, al igual que ellos en el sur, y que yo también trabajaré colaborativamente con Profesionales del Programa Servicio País. Compartimos  y conversamos un largo rato hasta que ellos embarcaron. Nada es casualidad –me dice Fernanda, al despedirse- y yo pienso que coincidir con los chicos, de quienes aprendí un montón durante su estadía en Torres del Paine, es una buena señal para la Residencia que voy iniciar.

A eso de las seis de la tarde tomo el avión a Caldera. Ya estoy ansioso por llegar. Ha sido un largo día y el tiempo no siempre pasa volando cuando uno lo desea. Los colores del atardecer trazan líneas y sombras en los cerros del desierto. Trato de recordar algún poema de Romeo Murga: “Todo camino sabe de tu huella. Los montes y el viento te desean”.

Es de noche en el aeropuerto. Poco más de veinte kilómetros me separan del Puerto de Caldera. La brisa marina me murmura su cercanía. Le digo al chofer del Transfer que me deje en la calle René Schneider, cerquita del cementerio de la ciudad. En Puerto Natales también viví en la calle René Schneider, general asesinado por hombres de Patria y Libertad, antes de que Salvador Allende asumiera la presidencia del país. Precisamente murió un día como hoy, un 25 de octubre, pero hace 48 años. Toco la reja de la casa. Mi abuela sale a recibirme. Había olvidado decirles que gran parte de mi familia creció en esta tierra, incluyendo mi madre. Y aunque yo solo vengo de vez en cuando y nunca he vivido en esta zona, siento que, como dijo Fernanda, nada sucede “porque sí”, y algo más que intervenir cultural, artística y colaborativamente un territorio, me ha traído hasta el norte, desde tan lejos, allá en el sur.

 

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