El verano es incesante en Caldera. Cuesta notarlo, debido a que es primera vez que me encuentro durante enero y febrero en la zona, sin estar de vacaciones. Pero, aunque se hace corto el tiempo y la temporada estival pasa volando, nos vamos internando ya en la etapa final del proyecto y a eso hemos tratado de ponerle pilas.
A escasos metros del primer Cementerio Laico del país, se encuentra la Playa Brava, uno de los balnearios que forman parte del cordón costero de la ciudad, el que se completa con la Playa Mansa y la Playa Ramazzi. La mayoría de los turistas no visita esta playa. Al lugar solo llegan residentes de Caldera que se meten al mar con calcetines y reposan sobre la arena con display de cerveza y melones con vino. El sector es catalogado de marginal y “flaite”. Y cómo no, si a su alrededor deambulan vagabundos, alcohólicos y gitanos, que desde la primavera han montado sus campamentos.
Precisamente este sitio lo elegimos junto a Paolo y Sebastián (integrantes del Dúo Calleja Blues), para ser la locación de un acústico que filmaremos con una de sus canciones: “El Diablo”, la que formará parte del proyecto de realización de cápsulas audiovisuales.
Nos reunimos a eso de las 4 de la tarde un domingo de los primeros días de febrero. Entre todos escogimos el sector de unos deteriorados quinchos con vista a la playa, al campamento gitano, una cancha de fútbol y los restos de una ramada dieciochera (que fotografiamos en nuestros primeros paseos por la ciudad). Durante la grabación nos acompañan Nelson (Agrupación Te Falta Calle) y “Chanchísimo”, mi hermano menor (que se encuentra veraneando junto a mi madre), quien nos ayudó con temas de producción de campo, trayéndonos agua, cerveza, comida y facilitándonos un medio de transporte.
“Un buen día eres un cabrón/el próximo día llorarás por amor/todos están vivos que aquí nadie salva/que por penas de amor hasta el Diablo cayó”. Así suena el coro de la canción, mientras yo grabo, José captura el sonido y Aurora hace fotografías dignas de la Revista Rolllings Stones.
Estuvimos grabando durante más de 4 horas. Una y otra vez la misma canción. Durante la jornada, la armónica del Seba detuvo a más de algún curioso, entre ellos: a una familia que cruzó la locación en una destartalada camioneta y se detuvo para felicitar a los muchachos y a preguntar, cosa típica, para qué medio estábamos cubriendo; un vagabundo que conversó con nosotros nos pidió dinero, cigarros y hasta nos cantó una canción a capela; y un niño gitano que todavía no aprende las mañas de su abuela, una mujer que hace unos días me detuvo en la Plaza de Caldera para decirme que había gente que me quería hacer daño y que por eso debía poner un amuleto en mi billetera. El crepúsculo cae sobre las arenas de la Playa Brava. El Diablo resuena y este dúo de músicos, a pesar del cansancio, sigue tocando la canción que según ellos, es la que más los identifica.
Finalmente se despiden de nosotros, ya con los últimos rayos de sol del día desvaneciéndose en medio del polvo que levantan sus pies, mientras caminan guitarra en mano por un sitio eriazo y marginal en el que al parecer, el diablo metió su cola.