Por recomendación de la señora Pascuala, quién resultó escogida al azar con su receta de empanadas, el hito culinario pasado, nos reunimos un día antes a hacer el pino.
Llegaron con cuchillo y tabla en mano, además de Pascuala, la señora Coti, la Guadalupe y Naty.
Pasamos la tarde armando el pino y escuchando música según los gustos de las presentes. Pascuala nos daba las indicaciones paso a paso de la preparación y nos contaba sobre cómo su mamá le había enseñado a hacerlas. Llegaron también esa tarde Fabián y Nicole, hijos de Guada, Tania, hija de Naty y el profesor Gonzalo.
Mientras los niños se entretenían jugando al dj, nosotres seguimos concentrados en la cocina. En este espacio, donde el intercambio de saberes es el ingrediente principal, damos cabida a la complicidad. Siempre que nos hemos juntado a cocinar afloran relatos e historias calladas que están constantemente queriendo salir de las bocas, pero que precisamente por falta de instancias de encuentro, se quedan en cada une.
La señora Pascuala y la señora Coty nos hablaron de su infancia, a pesar de los años mantienen el recuerdo de lo vivido, lo bueno y lo malo. Las dos de alma arraigada a Ñirehuao, nos dicen que no se imaginan la vida en otra parte.
La Guadalupe es hija de la señora Pascuala, ex cuñada de Naya, tía de Matías, suegra de Valeska y abuela de Javier, y así podríamos seguir nombrando a otres y sus vínculos de sangre o afecto, ya que es imposible que en un lugar donde viven no mas de 150 personas no exista estrecha relación entre unes y otres. Y el dicho pueblo chico infierno grande cobra sentido.
Cuando somos muchas manos cocinando, hay que conciliar, las formas de hacer de cada une a veces incomoda al otre solo por el hecho de ser distinta. El ejercicio de tomar acuerdos entre varios creemos puede transformarse desde lo micro, desde elegir cuales condimentos van y cuales no, la cebolla se cose antes del sofrito o no, el aliño completo no puede faltar según Pascuala y Coty… a gusto de Sebastián no debería llevar.
Al otro día se venía la pega, hacer la masa, estirar y armar las empanadas, echar a coser los huevos y hacer el pebre. La señora Coty insistía con hacer su masa y por otro lado la señora Pascuala decía que era su especialidad. Ni una cedió así que se hicieron dos masas. Estirando estaba Sebastián y Naty mientras que Guadalupe comenzaba a rellenar las primeras empanadas. Gabriela y yo nos encargaríamos de freír, a pedido de todas, la cocina a puertas y ventanas cerradas. Les encargo el olor a fritanga que se nos impregnó.
No sabemos si nos tomamos muy enserio la producción o qué pero salieron casi 150 empanadas y quisimos que las chiquillas comprendieran que no era necesario dar las empanas de dos para cada uno, si no que mejor ponerlas en la mesa y así compartir, ellas decían que la gente iba a comer más de dos pero les hicimos entender que ya éramos un grupo que nos estábamos frecuentando y que por lo mismo las dinámicas debían cambiar y cada uno debía ser consciente de que lo que come uno lo come el otro y que es tarea de cada uno medirse. Estuvieron de acuerdo.
Habían empanadas de carne, carne picante y queso. Pebre con ají y sin ají y una vasito de vino, donado por Alyson, para los que quisieran.
De más esta decir que las empanadas volaron y hasta algunos pudieron llevarse otra para sus casas. Eramos casi treinta y un par de caras nuevas que habían escuchado de nuestros encuentros.
Sebastián en la sobremesa tomó el curso del encuentro. Habíamos pensado hablar sobre el futuro, con el fin de imaginar o pensar lo que puede suceder y como cada cual se relaciona con sus deseos por cumplir. La pregunta de entrada generó silencio… y algunos comentaron que era difícil imaginar, que uno más bien vive su día a día y en general varios de los presentes demostraron estar de acuerdo en ello y además notamos que les era complicado hablar sobre sus deseos.
La conversación fue fluyendo y la realidad es que, si bien no habíamos podido hablar sobre un futuro, comenzamos a hablar del pasado. Ese pasado que duele y que hoy quizás nos hace estar un poco estancados y reacios a pensar en algo nuevo.
El dolor se sintió en las palabras de Pascuala, cuando se quebró recordando como había sido criar a sus cinco hijos con un marido que abusaba del alcohol y que obligaba a sus niños a salir a pedir plata. Ahí estaba Guadalupe, sosteniendo a su madre y compartiendo también sus recuerdos tristes. Elvira también llevaba una historia parecida y además sus padres la habían echado de la casa con apenas 12 años. La señora Toya tuvo que quedarse con su nieta y hoy todo lo que hace lo hace por ella, decidió alejarla de lo que le hacia mal a la pequeña. Y así nadie se quedo sin hablar o comentar sobre lo que estábamos compartiendo.
La sobremesa estuvo cargada de emociones, lloramos y todos empatizamos con el otre, escuchando sus más profundos sentimientos de aquellas realidades que aveces quisiéramos olvidar, hasta nosotros nos abrimos a hablar de nuestra historias familiares y es que en lo humano el dolor ha sido y es parte de todes.
Justo cuando estábamos replanteándonos las comidas sucede esto. El momento de mayor confianza, donde el pasado se hizo presente y así pudimos comprender quizás un poco más, que la vida ha sido ruda para todes y que nadie esta libre de desilusiones y tristezas.