Cuando se conoce Huiro y a la comunidad Huilliche que vive aquí, y que es cada vez mas heterogénea por los retornos, las nuevas generaciones, los nuevos vecinos y el goteo de aunque poca población flotante como nosotros estos meses, se entiende que la historia no es común a la de otras muchas tierras de pueblos originarios en Chile. Nos reunimos para el que sería nuestro último paseo, caminata, encuentro en torno a la imagen y la toma fotográfica. Otros, miles diferentes, vendrían después de todas formas. Marcos, antes de partir al “sendero”, nos invita al puente Chaigüin para contarnos un poco de la historia larga y llena de detalles que tiene el poblamiento actual de la zona. Al asomarnos una nueva camada de patos nacieron, y se enlaza su imagen con las ganas de saber más sobre el nacimiento de la comunidad. Al igual que en otros lugares más australes como la Península de Huequi -nuestra residencia del año anterior- la industria maderera del siglo pasado llegó para asentarse junto a la explotación de piedras y productos del mar, habitando hasta dejar el territorio extraído, intervenido, explotado y abandonado después. La entrega de las tierras de Huiro a la familia Antillanca, la historia de la condesa española que fue dueña de todo hasta Chaigüin antes, la multiplicación de ese árbol familiar hacia diferentes linajes, todos igualmente cercanos y unidos, la llegada del eucaliptus y los conflictos que dibujaron la convivencia en el lugar, son una larga investigación necesaria de desarrollar, una que lleve a la historia y el valor de la memoria perdiéndose.
Subimos al jeep de Marcos hasta más allá de la entada a la Reserva para caminar y hacer tomas fotográficas en el sendero del bonsai; un lugar mágico y bello que se encuentra perdido y sin mucha difusión para la gran mayoría. El sendero, algo perdido en la huella y a ratos extraordinariamente salvaje, recorre unos treinta minutos de profundas composiciones nativas de flora, aves e insectos por todo alrededor. El gran alerce, los hongos duros como la madera, las rocas que eran del mar que llegaba hasta acá, la culebra que es igual al color de las ramas así es que menos mal que no la vi, la complicidad de sorprenderse con la naturaleza, el compartir las imágenes ya más propias, la discusión machista, las ganas de agua y los hermosos bonsai, nos dejan a un par medio callados de vuelta. La intensidad del lugar y de toda la información que tuvimos en esas horas, nos llevan a darle vueltas a ideas diversas en torno a como todo construye de alguna forma un lugar; el prejuicio por la práctica artística que aún permanece, y al mismo tiempo, el desinterés de la autoridad y quienes la conforman igualmente incomprensible en eso que los orientales –como en el trabajo del bonsai- tienen tan claro: volver a uno, tener memoria, es conservar el alma.