El terreno por donde nos movemos y que llamamos políticamente territorio. La naturaleza que se mueve bajo nosotros y que llaman tierras. Comprender donde se está, puede ser parte de la encrucijada de la mirada, las habituales formas de habitar y las posibilidades de permear la vista sobre el lugar más allá de lo aprendido hasta ahora. Cartografiar, recorrer, identificar y delimitar, parecen ejercicios simples, usuales y quizás breves pensando en la pequeña geografía de Huiro. Ese territorio, esa tierra en movimiento y que nos mueve a la vez, comienza a desprender -se- hacia eventuales líneas que trazar.
Bajo la ruta angosta que comunica a Huiro con todo lo demás, bajo el cruce, bajo el recorrido turístico obligado, más abajo del asfalto, es decir, fuera de lo fundamental, Huiro concentra un universo acotado pero vasto en una franja estrecha de pocos metros. Abajo, el rompeolas natural que sube y baja durante el día, la marea y su movimiento son una suerte de frontera entre las dos dimensiones que especulamos inundan la vida de Huiro. Desde “El mirador de los colmillos” con el horizonte encima, tan amplio que el registro da igual, nombramos la dimensión “bosque” y la dimensión “mar” como contenedoras de toda flora y fauna, en una trama que el viento constante y a ratos arrasador de aquí mezcla con gritos, roces de ramas, cierras, mil aves, aullidos de lobos y ladridos de perros todo dentro del lugar; y las dos dimensiones y la línea que las separa ya no son 3 sino un todo en una imparable circulación.