Otra de mis playas favoritas de la región de Atacama es “Zapatilla”. No me pregunten por qué se llama así, pues no lo sé, y a mi edad no sabría cómo inventar una historia convincente acerca del origen de tan particular nombre. Lo único que sé o que recuerdo, es que cuando niño, al menos una vez durante el verano íbamos a mariscar, bañarnos en las pozones y a hacer un asado en medio de las rocas. Entonces me parecía un lugar lejano y de muy difícil acceso. Pero ahora de adulto, ya no tengo esa misma sensación. De hecho al llegar, me doy cuenta que ha aumentado considerablemente el número de turistas que visita el balneario, y que pese a ser un camino de tierra, muchos automóviles de ciudad pueden llegar hasta las famosas piscinas.
Hace dos noches, mientras le dábamos nuestro apoyo a Karina del Canto (dirigente social de la Junta de Vecinos Desierto Florido) en la elección de la “Reina Changa de Caldera”, con algun@s miembr@s de la comunidad, nos pusimos de acuerdo para ir a la playa de Zapatilla.
Al lugar llegamos con la Jenny y la Jessica (miembros de la Agrupación Te falta Calle), esta última llevó a su hijo Renato, con quien pude establecer un diálogo común a causa de su fanatismo extremo hacia “Las tortugas ninja”. También vinieron con nosotros Jaime, Marylita y sus pequeñines (mis queridos Sofía y Renato), Daniela (la profesional SP) y Elba, una colega de Jessica conocida como “la reina del vacunatorio y la enciclopedia de todos los niños y niñas de Caldera”, junto a su ahijado Benjamín. La idea era pasar un domingo diferente y compartir un almuerzo a orillas del mar. Yo invité a mi sobrina Achly. En total, éramos 7 adultos y 5 niñ@s. Me pareció extraño después de tanto tiemp, dejar de ser el niño y pasar a ser el “adulto responsable”. Pero los años pasan, y yo cargo con treinta de ellos. Quizá por eso, mientras leo algunas de las poéticas de Raúl Ruiz (uno de los más reconocidos cineastas chilenos de todos los tiempos) y los niñ@s chapotean en las piscinas, me sea inevitable no recordar algunas cosas del pasado y que, a ratos, me invada una cuota de nostalgia.
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Es verano en Caldera y el trabajo que se estaba llevando a cabo, principalmente en las poblaciones, ha tenido que re-adecuarse. Estamos en un momento clave del proyecto, y como grupo nos urge concretar lo que llevaremos a cabo. Ya que después de fin de año, no hemos podido tener una instancia en la que podamos reunirnos, al menos, con el grupo motor que ha estado trabajando con nosotros. Por ello, ser parte de estas instancias o espacios no-formales con miembros de la comunidad, son muy necesarios para al menos, mantener el diálogo y la confianza. Y es que a veces me sucede que no sé si existe un compromiso real con el trabajo o si sólo he logrado generar lazos afectivos con las personas. Y esa dualidad trabajo-amistad/posible, tiende a confundirme.
De cualquier modo, compartir la tarde con tres miembros claves al interior de la comunidad, y conocerlos un poquito más (en instancias de mucho mayor intimidad), tanto a ell@s como a sus familias, creo que es una raya para la suma en nuestra Residencia (como artistas). Y asumo que también es positivo para el proyecto que vamos a llevar a cabo con la comunidad (He dicho, cual Pedro, tres veces esta palabra).
La tarde es agradable. Los niñ@s son los que más disfrutan. Están casi todo el día dentro del agua. Yo aprovecho la luz que está a punto de irse para hacerles algunas fotografías. No siempre lo hago. Y en esta ocasión, saco la cámara porque quiero materializar un recuerdo del día y compartir parte de este con quienes lean esta entrada. Cito, brevemente, a Ruiz: “Personalmente, soy mejor fabricando imágenes (a modo de recuerdo) que teorizando (en mi caso, escribiendo) sobre ellas”.