El misterio es un imán para la curiosidad juvenil. Es una caja negra en que el espíritu joven se desafía a sí mismo, sube a la altura máxima, se inyecta adrenalina y se deja caer al vacío. El abismo se siente en el estómago y martillea el pecho. Lo desconocido, lo incontrolado, lo oscuro nos tira de la chaqueta y nos sopla al oído frases sobre horrores y peligros. Nada más adictivo. Planeamos entonces ser dealers de la droga del terror e invitar a lxs jóvenes a visitar el Cementerio de Huara en una deriva nocturna.
Es una avanzada a tientas en la noche estrellada de la pampa para tentar al Más Allá a entregarnos una señal, una manifestación terrenal susceptible de ser registrada. Llevamos nuestros equipos listos y dispuestos para la tarea. Es una noche fría y nublada. Nos juntamos a la hora en que aún resuenan los últimos sonidos antes del descanso y el sueño; a la hora en el que lo real y lo onírico se abrazan a la almohada y deliran juntos.
Huara y el cementerio están separados -o unidos- por un arenoso cordón umbilical de 150 metros, demarcado por piedras blancas que nos hacen caminar todxs juntxs, en grupo. El avance intenciona conversaciones sobre el día que alguien vio algo, la noche en que pasó algo, que nos contaron lo que le pasó a alguien en algún lugar… Y así, entre el algo, el alguien y el algún lugar, llegamos a las puertas del Cementerio.
La disposición azarosa de tumbas, de cruces de madera sin dueñx y coronas de flores plásticas o de latas –imposible las reales en este desierto- se despliega como una enorme masa negra, como un ejército compacto enarbolando lanzas, palos, espadas y puntas de fusil; bajo una escenografía escalofriante de cielo azabache. En contraste y desde lejos, debemos vernos como un espacio lumínico diminuto envuelta en niebla y silencio de ese de la pampa. Dentro de ese punto de luz, hay celulares emitiendo sus rayos inútiles, que no alcanzarían para devolvernos el alma al cuerpo ni el color a las mejillas pálidas de miedo. Sólo nos sirve para ver qué tumba pisar pues no hacerlo es imposible; el suelo está atiborrado de ellas, por todas partes, en todas direcciones.
Hay criptas afuera y dentro de nosotrxs. Misterios sin resolver, temas que es mejor no tocar, mejor ni preguntes, mejor no saber. Temas que ya se olvidaron. Registramos lo que se puede: el sonido del viento contra las latas viejas y los fierros torcidos, el golpeteo agónico de las flores de lata sobre las cruces sin nombre ni data, los ladridos a algo o a alguien que cruza las oscuras calles del pueblo a esa hora incierta. Los chicos y las chicas quieren ir más allá. Más allá. Otrxs, se cansan y deciden esperar en la entrada del costado del camposanto. La separación del grupo: un clásico del cine de terror, antesala de la ocurrencia de lo paranormal.
En medio del cementerio, abrimos fuegos: cámaras y grabadora de sonido. A ver si nos llevamos ahí, algo de allá. Un ataúd abierto. ¿Cómo registrar el hedor de la muerte? No tenemos máquinas para aquello. Un cráneo fuera de su ataúd resplandece, blanquísimo, al sonido del flash. Un perro rasquetea el suelo y despierta al angelito que yace en él, dormido para siempre. Con su hocico husmeador saca algo… alarma general… Ah! Es una flor de lata… Sólo algunos se atreven a buscar la tapa desprendida del pequeño ataúd de madera y devolverlo a su sitio. Ven el cuerpo inerte. El corazón late a mil.
Nos volvemos a juntar a la entrada del costado creyendo, inocentes que ya todo ha terminado y que bien que lo pasamos, que ya tengo sueño y que volvamos al pueblo. Paladeamos un último café y reflexionamos: ¿qué es la muerte?, ¿hemos pensado en nuestro fin?, ¿qué quisiésemos que recordaran sobre nosotrxs?, ¿qué es el olvido? Y la pampa y la salitrera, y Recabarren y Santa María de Iquique, y dónde tenemos a nuestrxs muertos… Demasiado bla bla, demasiada cháchara para lxs muertxs acostumbrados a este silencio siempre mudo, quienes deciden sacarnos a punta de terror apagando, súbitamente, las luces de la entrada y susurrándonos al oído con un grito de ánima, algo que pareciese ser una advertencia.
Estampida general y miedo disfrazado de risa nerviosa. De vuelta buscamos explicaciones racionales a lo ocurrido. ¿Las habrá? No lo sabemos. Organizamos una junta para revisar los registros al día siguiente. Telón, data, parlante y asado para buscar un vestigio, una huella, una señal…
¿Ven alguna?