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Residencia: Al Des-borde del Camino Huara, Tarapacá - 2019 Residente: Colectivo Pacto
Publicado: 25 de febrero de 2020
El mono Florencio no se viste de seda, pero igual se quema.

Para cerrar el verano, los huarinos hacen fiesta. Se trata del Carnaval de Huara: tres días en que la música, el baile, las luces y la tradición se funde en una festividad que se niega a desaparecer. Consiste en una competencia que se desarrolla a lo largo de tres días en los que las alianzas que se inscriben, tratan de ganar los distintos desafíos que se le plantean para ganar el premio en dinero que ofrece la municipalidad. Cada alianza tiene su reyes y las victorias que obtienen por competencia, van sumando puntos que, al final, se suman y dan por ganadora al equipo respectivo.

 

Las competencias son variadas: trajes típicos, fútbol, baile, actualidad, carro alegórico… Todas acontecen en un escenario nocturno en el que se presentan artistas locales, de la región y nacionales durante los tres días de festividad. Para culminar, se realiza un carnaval por todo el pueblo antes de la respectiva quema del mono. Florencio, como se llama este año, es un hombre de trapo que confecciona la sra. Margarita Camacho, que encontrará la muerte en las llamas que el pueblo prende para él, no sin antes llorarlo como corresponde. Para ello, hay un séquito de “viudas” -que dramatizan hombres trasvestidos de algunas familias antiguas- que el muerto deja en este lado del mundo, para su desgracia. Generalmente el mono representa un hombre pícaro, avaro e infiel; por lo que su testamento – leído por Mirko Manzoni- siempre es una comedia de enredos de propiedades y deudas de juego, lujuria y licor.

 

Sin embargo, este año la realización del carnaval estuvo en duda hasta último minuto, puesto que ningún huarino se había inscrito para competir este año. Según nos contaron, se habían formado grandes discordias entre ellos, porque el evento fomenta la competencia y exacerba rivalidades entre familiares y vecinos. Estuvimos preguntando durante mucho tiempo sobre las reuniones previas de planificación de la actividad, pero no conseguimos más que la programación por parte de la Municipalidad, que también expresaba su incertidumbre. “No sé, ¿tú sabí?, pregúntenle a tal, quizá él sepa algo” siempre fue la respuesta de todes a quienes pedíamos información.

 

Confirmamos entonces que acá hay una especie de comunicación subterránea, es decir, instancias de diálogo cerradas, entre la gente o las familias afines; en las que no entra ningún afuerino por muy “conocido” que sea. Por ello, decidimos participar sin invadir e invitar a les niñes que ya nos conocen y se dan con nosotrxs, a registrar el Carnaval desde su perspectiva. Así, pudimos ser partícipes de esta fiesta, a través de los ojos de lxs más pequeñxs, sin recelos y la mirada límpida.

 

Vimos en sus ojos que disfrutan mucho disfrazarse para darle el vamos a la celebración; también la challa, que consiste en lanzarse harina y agua a quemarropa en la comparsa de los Lakitas. Les gusta jugar a un costado del escenario y en los stand de pesca milagrosa mientras lxs grandes ven el show que es, esencialmente, para los adultos; quienes los inquieren por portarse mal. Ellxs se defienden y defienden su derecho a estar ahí. Y están ahí; entrevistando, sacando fotos, grabando. También, observándolo todo. Gozando con el camión de espuma y el asado que el municipio, como verdadero alférez, pagó para amenizar una fiesta que estuvo a punto de no realizarse.

 

Y niñxs en el barro, en la espuma, niñxs en las peleas de adultos, en el carro de carabineros, recogiendo latas de cerveza para echarles agua y lanzársela a sus amigxs. Niñxs que nos dicen que “los adultos siempre se curan y cuando se curan, siempre pelean”.

 

Florencio estuvo a punto de salvar la vida. Aunque nadie le buscó pelea, no alcanzó a vestirse de seda para quemarse entre el brillo de las llamas del fuego, del atardecer huarino y de las balizas del carro policial.

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