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Residencia: En la espera surgen las voces Lolol - La Cabaña, O'Higgins - 2019 Residente: Jose Francisco Guerra Solano
Publicado: 16 de enero de 2020
A una orilla

Es pasada la una de la tarde y el aroma a campo se impregna desde una orilla de la casa, favoreciendo aquellos olores provenientes del arroz sazonado solo con sal. En la espera impaciente de los últimos minutos antes de servir, veo un predominante color verde distinguiéndose del único paisaje árido que tengo en mi campo visual y me acerco a la orilla izquierda a ver de reojo con envidia sana; se trata del huerto de mi vecina el cual sobre tinas y neumáticos crecen finas hebras de ciboulette.

 

Con la olla a fuego bajo y la receta vegetal que está a punto de ser servida cierro la puerta de la casa y comienzo a mirar en caso de ver a alguien. Me asomo a la orilla y no hay ni un alma, me asomo a la casa y no escucho movimiento. Ni al caso, salgo a la calle y medio cohibido digo Aló. Entonces desde una orilla sale la vecina con un brazo vendado.

 

Sin yo hablarle respecto a lo que se me ofrece, me hace pasar por una orilla para conocer su huerto verde el cual es más grande de lo que pienso. Allí veo rosa mosqueta, menta, tomate, entre otras plantitas mientras ella me va explicando cómo llegó a la casa cada una de estas. Me cuenta que el vergel lo cuida con su marido y le digo que hacen una buena dupla, ya que, ambos mantienen verdoso el huerto, luchando contra esta crisis hídrica de la zona. Ahí, la señora Sandra me explica que el cuidado de las plantas es muy importante para que crezcan y que han tenido suerte, ya que, a todos los demás vecinos se le están secando sus matas. Me consta.

 

Me entero de que la tierra que usan es orgánica, necesaria para que las plantas vivan, sin químicos para darle lo más natural a sus hijas. Entre la tierra veo gusanos diminutos deslizándose apenas en el humus el cual tiene como vida propia, pero descubro que es el viento el que remece a todo el huerto haciendo saludar a las plantas con su meneo, como diciéndome que están más vivas que nunca, como si entendieran la conversación que tengo con la señora Sandra acerca de la sequía, como si escucharan mis elogios hacia aquellas yerbas que la naturaleza invoca con su brisa.

 

Siento la fuerza viva que hay en el lugar, saco de ahí mi mirada hacia afuera y me pregunto cómo es posible que la avaricia de unos pocos le causen tanto daño a unos muchos, desconociendo el valor en sí mismo que tiene lo que me rodea. Me entero entonces que hay un proyecto de investigación respecto a las plantas curativas financiado por la ONU y que se está organizando una junta con yerbateros para hablar acerca la crisis hídrica.

 

Mientras miro el huerto me pongo a pensar, ¿Cómo una entidad internacional puede entender la riqueza que las personas de La Cabaña ven en la tierra? ¿Ellos sabrán que la riqueza puede ser más que plata? Con la mirada perdida en el vacío. La señora Sandra me observa que veo el ciboulette y como adivinando mi deseo inicial arranca un manojo enorme, luego hace lo mismo con un par de lechugas. Recuerdo de repente que dejé la olla encendida así que me despido rápido de la señora Sandra, quien me dice que estoy invitado cuando quiera. Vuelvo al camino seco pero camino feliz con mis nuevas hortalizas para la comida.

 

Llego a casa, miro el reloj y he estado una hora afuera, una hora que secó la comida. Entonces lavo el ciboulette, lo pico a una orilla y mojadito lo hecho en mi arroz, devolviéndole lo que le/me faltaba. Me gustaría que fuera así de fácil para el resto de La Cabaña.

 

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