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Residencia: En la espera surgen las voces Lolol - La Cabaña, O'Higgins - 2019 Residente: Jose Francisco Guerra Solano
Publicado: 2 de marzo de 2020
Viaje sideral

Hace un mes, recién llegados a La Cabaña, lxs chicxs me contaron que una vez tuvieron el sueño de explorar el universo porque su sistema de vida terrestre y la falta de bits para un buen despegue imposibilitaba su marcha; escapaban juntxs del planeta hogar y sus problemas. Yo, queriendo explorar esas fronteras, les dije que podríamos organizar un viaje al planeta más cercano de nuestra casa: Misión La Cabaña.

 

Estábamos en las coordenadas 34°43′43″S 71°38′41″ o cercanos a La Cabaña, planeta de Lolol, tierra de cangrejos y hoyos según el mapudungún, idioma de unos nativos que nunca hemos visto. En el espacio intemporal del ocio recibimos una señal desde una estrella vecina. Giramos el transmisor y decodificamos una invitación para tripular una nueva máquina en expedición al planeta Bucalemu, tierra de grandes bosques, según también el mismo idioma. Era momento de comenzar la misión y juntos constatar existencia del conjunto de árboles.

 

Para la planificación varamos sobre un manto de estrellas; parpadeantes azulejos y refugiados en nuestra nave hablamos acerca de los detalles de la travesía: comunicación, condiciones climáticas y suministros. Queríamos escapar del calor abrazador de La Cabaña, cuya alteración orbital se hacía notar haciendo que el agua se evaporara al empezar cada ciclo de luz.

 

Debido a la falta de abastecimiento, tuvimos que preparar nuestros propios trajes para la excursión que duraría un día terrestre. Preparamos nuestras mochilas con bloqueador solar y unos pocos suministros. Sin dificultades salimos y llegamos aun con muchas horas de luz. Todos estábamos contentos y con temple sereno, entonces nuestros ojos se conectaron con la vista al mar mientras sentíamos la piel que se estiraba al recibir la energía solar revitalizadora e inocua. Con tiempo de sobra en el reloj atómico tomamos un descanso, logrando un flujo de ideas y sentimientos sobre lo que nos rodeaba y nosotros mismos, donde las interferencias del planeta hogar no se sentían, logrando  fluir y sellar al fin nuestra primera creación que se vertía a chorros sobre la bitácora que cargaba en mi mochila. Todo fluía, todo importaba.

 

De regreso nos percatamos que no teníamos suficientes bits y pedimos asilo en una nave aliada que también se dirigía al planeta hogar. Caímos en hipersueño para despertar con el crujir una palmerita playera. Acabado el cuento nos sentamos fuera de nuestra cabaña para comer y reír, percatándonos que nunca vimos los cangrejos ni los grandes bosques, consintiendo que lo único real es que vivimos en un sistema sofocante donde un viaje a la playa es casi un esfuerzo sideral.

 

 

 

 

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