De aquellas tierras vacías me hablaban las niñas. De esas donde no había agua ni viento que se la devolviera, donde reposa basura añeja, donde reposa el gaucho, la lata y el plástico empolvado en sequía. Al ver tanto interés de estas, me atreví a acercarme por la reja, y junto a ellas, comenzamos a bajar cuidadosamente. El desequilibrio me la ganó, así que le pasé mi cámara a Jenny, una de las niñas, y así pude bajar hacia el camino escondido bajo tierra.
Abajo vimos todo desde otra perspectiva, vimos la luna transparentada en el cielo y vimos todo desde un suelo infernal, donde esperábamos ahogarnos en un oasis, o flotar mientras nadábamos por el caudal como lo hacían vuestros padres, justo donde estábamos pisando. Pero nada de eso ocurría, nada de eso pasó. En vez de estar mojados tirándonos agua como lo hicieron los viejos hace muchos años atrás ahí mismo, nosotros pisábamos la superficie seca, sofocados por el calor abrasador, por el gran desastre que azota a La Cabaña.
Allí nos miramos y no fue falta preguntar tanto, porque fuimos observando y explicando lo que pasaba. Uno de los hermanitos de las participantes quiso estar con nosotros y se sorprendía de tanta basura que encontraba: caucho y goma de neumático, ropa vieja y botellas de plástico. Eso sumado al tierral que se levantaba cuando uno que otro jugaba con un palo, o cuando caminábamos, como dejando señales de humo de que hay una emergencia, de que a gritos la naturaleza pide ayuda, de que habían niños y niñas abajo, interesados en captarlo.
Dejé de ser el camarógrafo, dejé de ser yo el ojo observacional y, luego de enseñarles a todxs a grabar con una cámara semiprofesional y a usar un trípode, es que confié en pasarles mi cámara y ¡Cámara y acción! Comenzaron ellxs a guardarlo todo en la memoria digital.
Comenzaron a explorar el territorio con la cámara, querían grabar cerros, la basura, y la sequía del sector. Entonces ellos mientras lo grababan todo, se enseñaban entre ellxs, se recordaban el uso de la máquina cuando se les olvidaba enfocar el lente, se dirigían y tomaban decisiones juntos. Estaba impresionado de la capacidad artística e inteligente de los chicos, quienes aparentaban ser muy dejados a la hora de tener responsabilidades en otras ocasiones (porque son niños y es normal), pero que, al momento de decirles que debían cuidar mi cámara, lo tomaron tan en serio que se notaba en cómo trataban el objeto, en cómo se demostraban a ellas mismas que sí pueden manejar una cámara a pesar de sus cortas edades.
En esos días no faltó luz a la cámara porque el sol la sobre exponía, pero eso no importó, porque sólo hizo falta la cámara y la acción para documentar la problemática de la sequía que ellos, niños entre 5 a 11 años, identificaron desde que iniciamos conversaciones ¡Al fin le estoy haciendo la pelea al Tik Tok!