Cuando se organizó una de las primeras juntas con los vecinos de sector, fueron ellas quienes te pusieron Juan José. Cuando la señora Carmen salió de su casa con una caja de tomates y nos la pasó. Llegamos a la casa y te soltamos porque no soportabas el encierro, si te dejaba dentro llorabas y tampoco soportaba encerrarte.
Cuando llegaste a casa tuve el miedo de que me picaras, tú, siendo un recién nacido. Pero mis traumas se apoderaban de mí, y escapaba de tus picoteos hasta no sentirlo debido a que eras solo un bebé. Desde ese día te tomé en brazos y te di toda la atención que necesitaste. A veces por la noche, muy de noche, despertabas y hacías tus revuelos. Entonces yo te daba unos puñados de trigo molido, avena, qué se yo, y comías pero no se te pasaba. Cerraba mi puerta y seguías piando.
Con el tiempo descubrí que te quedabas dormido afuera de mi puerta, siendo que yo te dejaba tapadito, con tu manta, o en el peluche gigante del José. Me di cuenta a las pocas semanas y te empecé a abrir la puerta, te dejaba subir a mi cama, te hacía cariño y, aunque eras esquivo, igual me buscabas, me buscabas mis pies, mi cara, mi torso y mi cuello. Te quedabas dormido entre mis piernas o en mis hombros. Yo era un pirata sin parche pero con lentes y tú un ave pero sin ser un loro, y yo me creía un pirata, entre tanta aventura en La Cabaña. Nuestro barco era la casa, un barco humilde de madera, con lo justo y necesario, en este artístico navío, lleno de tempestades que tuvimos que afrontar: todo lo que escuchaste y soportaste. Sin embargo, jugabas con la lana, con los arándanos congelados, aunque tu mayor juego era perseguir escarabajos y picotearlos. Eras un pollito feliz, y cuando te salieron las primeras plumas, finas y cortitas, cuando se te empezó a caer el plumón de tu suave y frágil cuerpo, es cuando no me di cuenta que estabas creciendo muy rápido.
Eras tema de conversación todos los días con los vecinos cuando nos juntábamos, eras la admiración y el centro de atención de quienes pisaron nuestro hogar. Tú, que revoloteabas y lo querías todo pero a la vez no decías nada. Tú, que socializabas con la Thalía, John y Cristóbal cuando venían a pintar y hacer el cuadro.
Llegó un punto en que en algún momento debí soltarte, te estaba sobreprotegiendo, te estaba cuidando más de lo normal, pero es que como no hacerlo, si tu madre te rechazó desde un principio, cómo no hacerlo si tus hermanos y todo el gallinero te pegaban y se me partía el corazón dejarte afuera, protegiéndote de esa maldita gallina que siempre te pegaba y te quitaba la comida algunas veces con su imperio.
Noté que te gustó el sol del verano, explorar el patio tanto que un día, sin ir más lejos, te escapaste y te encontré en peligro llegando desplumado a casa en manos de la señora Sandra, rescatándote de un par de pollos. Luego desapareciste por más de un día cuando pensé que estabas dentro de la casa y pensé lo peor. La señora Carmen te encontró en un hoyo profundo junto a unos pollitos, uno de ellos muertos, imagino que por el frío. Yo creo que esa vez te salvó la comida que te dimos con José, ya que te nutrías bien y eras gordito en comparación a los demás. Yo feliz que estuvieras así de sano.
Pero un día, mientras te daba la independencia que necesitabas porque me la pedías y porque conversándolo con los demás era lo mejor para ti, es que respetando tu carácter y adolescencia un día te solté luego de sacarte de tu habitación y entre actividades con los vecinos se nos pasó el tiempo con José por lo que cuando llegamos ya no estabas.
Tuve la esperanza de que llegaras, de que la señora Carmen te trajera de vuelta. Te busqué por todos lados: gallinero, hoyos, debajo de la casa, por detrás de la casa, entre otros lugares y cada vez que escuchaba un pollito me acercaba a ver y no eras tú. Cada vez que se acercaban los otros como tú por la tardecita me asomaba a la puerta, a ver si aparecías aunque fuera desplumado, como cuando llegabas a la casa luego de disfrutar del calorcito fresco del atardecer antes de entrarte a casa. Pero no llegaste, nunca llegaste.
Cuando estaba en casa sentía un vacío, sentía que mi nido estaba vacío, que mis pies necesitaban de ti cuando te posabas en ellos, cuando me picoteabas los tobillos. Te eché de menos ¿Sabes? Te eché mucho de menos. Y esto siguió durante un par de semanas y evitaba hablar de ti, evitaba hablar de tu ausencia.
Creo que mi error fue alimentarte mucho porque ese maldito quique el cual pillamos se sabía un camino sospechoso, un camino donde siempre anduviste y es por eso que nunca más tendré un pollo, porque me dejaste mal con tu desaparición (y tu posible muerte por el quique ya que nunca te encontramos) que hasta el día de hoy no supero.
Descansa en paz bebé,
Tu papá.