A la memoria de Daniel Díaz Segovia
(1947-2020)
Los días de Huara tienden a ser muy calmos, la paz los inunda en una profundidad ajena para las y los santiaguinos, es por eso que el sonido de una sirena sobresalta este pequeño poblado…
Cuando llegamos a Huara, el matrimonio conformado por Laura y Daniel fue nuestro primer puente para vincularnos con este pueblo al borde del camino. También nos abrieron las puertas de su casa en las fiestas de fin de año y sus saberes y sentires para este par de foráneos. Laura, la profe, nos presento el perol y a Ajayu, nos regaló sus años de experiencia en conversaciones extensas y muy amenas; en las que soltábamos carcajadas secretas cuando Daniel se tomaba la palabra y Laura le pedía un turno para poder hablar.
Porque Daniel y su relato de las noches bohemias de un Chile desconocido para nosotrxs. Historias de fútbol sobre el mafioso Vergara y su pinta de CNI que tanto daño le hizo al equipo popular. La Cuarta y sus portadas, las cofradías de periodistas, los inventos y las primicias de este diario. Bastaba una pequeña pregunta para desviar la conversación y, de pronto. era la oficina salitrera Maroussia y la resistencia, eran los y las pampinas y su sufrimiento, las mentiras de la historia y el ocultamiento, los historiadores y su cobardía para contar la verdad. Era su barrio de Iquique, los comeperros y su rivalidad con los potosverdes, sus historias viajando por el mundo cubriendo deportes; sus relatos sobre partidos de fútbol o Maradona, el Chino Ríos y su ficticia amistad con Pinochet a partir de una portada en tono de broma que le hicieron cuando se retiró del diario. Porque no, Daniel no era pinochetista, era sólo la parodia sobre el tirano. Así también comenzaban las historias de un cristianismo que poco se ve hoy, el cristianismo que está con el pueblo, con los y las vencidas de esta triste historia llamada Chile. Aparece el MAPU, sus compañeros y la suerte que siempre tuvo, aparecen los aciertos y desaciertos de Soria en Iquique… Aparecen fotos y registros, como aparece el brillo en sus ojos al hablarnos de su tierra, de sus bailes y sus cantos. Porque Daniel era un niño que encontró en su territorio, un tesoro brillante en oro y que buscó incansablemente que alguien más lo valorara como a él.
Por eso, como una de las voces y memorias de esta región, no entendía como las universidades de Tarapacá no invertían en su propia tierra, no investigaban de sus propias raíces. Cuestionaba la desidia de instituciones territoriales, les criticaba por su inoperancia, y por no abrirle las puertas a su propia gente, a su propio pueblo. Hablaba de la vergüenza que le producía el poco interés de las autoridades por las salitreras, por sus memorias, por el y la pampina que “en el Norte supo morir”. La vergüenza porque los gobiernos locales no son capaces de abrirle las puertas a lxs jóvenes que están llenos de amor por su tierra y sus habitantes.
Daniel: un día sábado nos dedicaste un par de libros -que ahora cobran otro sentido- nos regalaste una entrevista para El Longuino, tu diario. Esperabas las fotos de esa publicación una mañana, esa misma mañana que escuchamos la sirena de la ambulancia pasar frente al jardín, la misma que sobresaltó a las tías y a las funcionarias, la misma que no fue capaz de conservarte entre nosotrxs.
Daniel: te pedimos que nos regalaras unos momentos, mas no sabíamos que ese momento sería eterno. Nos dejas la paradoja de ser el tema de tu última nota, que esperamos ver publicada, no para nosotrxs , sino en tu honor. Nos dejas las Huellas de ese Iquique glorioso que te llenaba los ojos de emoción, nos dejas un disco duro cargado de recuerdos e investigaciones que fuiste almacenando, nos dejas las voces de este pedazo de tierra salina. Nos dejas el canto a La Chinita y el himno de Iquique, cantado alegremente y con fuerza por todxs quienes te despidieron en el cementerio de La Tirana.
La vida nos juntó antes de dejarte partir. Agradecemos haber tenido el placer de alcanzar a conocerte y el honor de sentarnos a tu mesa y brindar contigo la vida. Un chorrito de vino a la tierra que amaste con fervor, un último trago a tu salud y un Hasta Siempre. Porque sabemos que el cofre de tu tesoro quedará abierto para quien lo quiera encontrar.