En el bordado hay quienes se sienten vencidxs frente a al algún impedimento infranqueable, la bruma que se disipa al escuchar las explicaciones de sus otrxs compañerxs que en cambio juegan de forma innata, dándole vida a los bordados, atreviéndose a probar y equivocarse. La personalidad de cada quién sale a flote sin querer en el trabajo de realizamos con las manos. Cada quién lleva esto como una lucha personal, mostrando orgullosxs sus logros de la semana o admitiendo su derrota por no recordar, no más llegando a la casa, cómo se hacía tal punto. Este ánimo de competencia ha complicado las cosas para generar espacios de arte colaborativo, volviendo a la búsqueda de la perfección una meta deseable para todxs. La causa de esto son manos hábiles, curtidas de tanto corte de tela y pinchazo de aguja, manos de costureras que descansan de los encargos para darse un momento íntimo con la aguja y el hilo.
En todos los grupos hay costureras, ya sea de profesión u oficio heredado, todas aprendieron en sus casas, haciendo los primeros paños con la mamá o al ojímetro, guiándose por una prenda para hacer otra. Para todas ha sido más o menos igual, llegando a sentir a la máquina como una extensión de las manos. Para ellas la costura es el sustento para la familia, permitiendo colocar comida en la mesa y abriéndoles las puertas de la universidad a sus hijxs.
El día domingo nos juntamos en casa de la señora Carmen con el grupo del martes para seguir bordando. Mientras trabajábamos escapando del tedio dominguero veíamos cómo los clientes del taller de costura llegaban uno tras otro preguntando por la señora Carmen. Cada visita era la señal para terminar el punto, dejar el bastidor a un lado y buscar la bolsa con el encargo listo para ser entregado y luego regresar a su puesto donde le esperaban las preguntas de sus compañeras de grupo. Manos como las de Carmen son el referente, capaces de conseguir la imagen ideal que todos deseamos.
Mediar en el campo de la perfección ha sido complicado, ya que en este se nos pone un desafío personal del que tenemos que hacernos cargo sin ayuda, convirtiendo a las obras en logros propios. Las manos de costura no descansan, llegan a bordar con el calor del trabajo de la jornada, enfrentándose a un nuevo adversario bajo los mismos códigos. Sin embargo el bordado sigue siendo mi aliado, pidiendo a estas manos deseosas de trabajar un pausa, haciéndoles notar que este es un espacio diferente. Las manos de costurera tiran los hilos tras cerrar cada puntada, maña aprendida por años de zurcir pantalones y camisas que deben resistir el desgaste diario. Las manos entonces se frustran, al ver sus trabajos de bordado estropeados en el último movimiento, convirtiéndolas a ellas en las que piden consejos, disolviendo la jerarquía de como deben hacerse las cosas.