Con los neo changos estamos preparando una balsa para lanzarla al mar. Comprobar su flotabilidad y con ello recurrir a los métodos ocultos de los verdaderos camanchacos. Sin embargo, al momento de plantearnos los procedimientos para construir la anhelada barcaza, evidentemente fuimos conscientes de que no teníamos la posibilidad de acceder a las fuentes primarias de la construcción original. No podíamos matar a un lobo marino para extraerle la sangre y ocuparla como pegamento, ni mucho menos elaborar una maniobra con dientes de cachalotes para soplar aire e inflar los cueros. Estaba todo muy lejano a nuestro estado del orden y del dinamismo actual sin ir más lejos. Pero ahí fue el momento preciso para la llegada de Don Ociel Vergara, un apoderado del curso que justamente estaba trabajando en las afueras de la escuela cuando su hijo fue quien nos sugirió su presencia, ya que era un conocedor de la cultura changa. No dudamos en invitarlo y lo hicimos pasar a la sala de clases. Todos muy bien portados en un principio, escucharon los relatos de Don Ociel, atentos a las historias de sus ancestros, pusieron en tensión la situación cuando preguntaron cómo podían obtener hoy esos materiales y construir la balsa como los “antiguos”. Lxs adultos presentes demostraron ternura pero al mismo tiempo alegría por el interés, y ante ello nos dispusimos a levantar ciertas preguntas relacionadas a nuestra naturaleza hoy, por ejemplo nos cuestionamos, ¿de qué manera habitamos nuestro territorio? ¿cuáles son los elementos que ocupamos en nuestra cotidianeidad? ¿qué podemos utilizar para construir sustentablemente? ¿debemos seguir utilizando técnicas globales cuando poseemos ricas técnicas locales?
Ante todo ello, llegamos a la realidad del plástico. Lo cual queda en la duda si es parte de nuestra naturaleza actual. Pero con esa intriga nos quedamos y pudimos avanzar mediante el significado y la inquietud por conocer y desarrollar procesos etnográficos y plásticos relacionados a la vida indómita que sugiere ser la costa del mar.