Preparando el terreno para la patagua
Lo de hoy parece ser simple: emparejar el terreno y cavar un hoyo para hacer la pileta que acompañará nuestra escultura. Nos reunimos temprano con Nacho, Daikel (el cubano que nos guía en este proceso de construcción), y con Benjamín (el hijo de Claudia). También nos acompaña el “Tío Manuel” y, a ratos, uno que otro vecino que aparece, curioso y expectante, para ver los avances de la obra.
Esta mañana escuché decir, en las noticias, que en algunos países de Sudamérica (como Brasil), están cavando miles de fosas en los cementerios, como una forma de “prepararse por la alta demanda de entierros” debido a la pandemia.
Aquí en Pumanque, y en Colhue, puede que aún no seamos capaces de dimensionar la envergadura de la crisis a nivel país. Y pasamos del caos y el miedo de las primeras semanas, a una suerte de “normalidad”, avalada por el “Plan de retorno seguro” que ha impulsado el Gobierno. Hoy, por ejemplo, supimos que volvió a abrir sus puertas el Mall Apumanque (“a la tierra de los cóndores”). Y eso, según nuestro entendimiento, significa que –a pesar de los 227 muertos –el virus ya lo tenemos controlado. A propósito de eso, leí un texto que Gabriela Mistral escribió en el “Mercurio” (en el año 1925) que titula: “Menos cóndor, más huemul”. En el relato establece, metafóricamente, las grandes diferencias que existen entre los dos animales que figuran en nuestro “escudo nacional” (ese que pregona el hacerte entender por la razón o por la fuerza). Y le atribuye a nuestra ave nacional, en cuanto a belleza, solamente la sublime parábola que realiza durante su vuelo, mientras anda buscando carroña de que servirse. En cambio, al huemul lo releva por su sensibilidad, su inteligencia y su gracia. Creo estar de acuerdo con nuestra poetisa. Y aunque he podido constatar, en persona, lo majestuoso que es el paso de un cóndor y escuchar como silba, cortando el viento, con sus enormes alas; ver a una familia de huemules pastando, al pie de una ladera, es algo que te deja sin palabras.
Mientras Daikel, mi nuevo amigo cubano, me orienta en la forma de cómo se debe tomar el chuzo. Pienso en las pocas veces que me ha tocado cavar una fosa en la tierra. La última vez ayudé a un primo a enterrar una piscina en forma de riñón en el patio de su casa, en la comuna de Cerro Navia. Y la primera, junto a mi tío, cavamos la tumba del “Chelo”, un perro “medio lobo” que nos acompañó durante seis años, en Conchalí. Entonces, yo tenía trece años. Siete años humanos más que mi perro, y veintinueve años perrunos menos que él.
Trabajamos durante poco más de cuatro horas, y dejamos listo el terreno donde instalaremos nuestra escultura de la patagua. Por ahora, junto con Daikel, cesaremos por 12 días en los avances del proyecto, ya que él debe regresar a su trabajo como “Brigadista” en Pichilemu.
Al final del día nos despedimos y volvemos a nuestras respectivas cuarentenas, pensando que, cada vez, falta menos para ver materializado el trabajo de estos más de cuatro meses.