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Residencia: Colhue, una nueva mirada Pumanque - Colhue, O'Higgins - 2019 Residente: Sebastián Andrés Vidal Campos
Publicado: 15 de enero de 2020
Seco, trágico, mestizo y sin reparto de gas a domicilio

Esta es la primera entrada que escribo para la bitácora de nuestra Residencia en Pumanque-Colhue. Las anteriores las escribió el Seba, con quien acordamos ir alternando, cada dos semanas, el envío de los textos. También son mis primeras apreciaciones, un poco más a fondo, sobre mis primeros días y noches en el pueblo de Pumanque.

Literalmente, tuvimos que venir con todo a instalarnos en Pumanque. Franco, el hermano del Seba, nos trajo en uno de esos furgones que parecen un pan de molde: “chiquito pero apañador”. Tuvimos que traer/comprar hasta una cocinilla, ya que tuvimos que re-adecuar una pieza e improvisarla como cocina/comedor diario. Tenemos ollas, platos, tabla de picar y frigo-bar. Casi todo lo necesario, menos un lavaplatos. Pero, de todas maneras, el espacio quedó acogedor y se siente un poco más como un hogar.

Estamos esperando que Lorena Arévalo (la encargada de cultura del municipio) regrese de Perú, de un viaje junto a lxs niñxs de la Escuela de Fútbol de Pumanque, para organizar nuestra primera reunión con ella y nos cuente un poco más de las organizaciones de Colhue y de la comuna. Por lo que, en estos días, hemos aprovechado el tiempo en aclimatarnos y conocer a algunos vecinxs.

Fuimos a visitar la Biblioteca de Pumanque. Allí conocimos a Daniela, una pumanquina de toda la vida. Sin darnos cuenta, nuestra conversación fluyó tanto que dejamos a la pobre sin su hora de colación. Pero ella, muy amable, nos contó del cotidiano del pueblo y, por supuesto, de sus tragedias; las que, como nos dijo ella misma, hicieron conocida a la comuna. Primero, el terremoto del 27 de febrero de 2010, en el que las casas de adobe, con sus característicos corredores, se vinieron abajo, al igual que la iglesia/parroquia (de la que solo quedó en pie el altar). Después nos contó que, el 2017, la comuna fue afectada de forma dramática por los incendios forestales provocados, presuntamente, por la empresa eléctrica “CGE Distribución”, por una supuesta falta de mantenimiento de sus redes. Esta “negligencia” provocó uno de los incendios más grandes y devastadores de los que se tienen registro en el país. Solo en las primeras 48 horas, alrededor de 20.000 hectáreas fueron arrasadas. Y en una semana, el incendio ya había consumido un total de 49.156 hectáreas. Daniela nos cuenta: “El pueblo era un infierno, hacía un calor imposible de soportar, el humo no dejaba ver y la gente no quería abandonar sus casas. Recibimos a bomberos de todos lados. Nosotras, con la Lore, estábamos a cargo de ellos, por lo que era imposible pensar en irse a descansar. Terminábamos de atender a un grupo y, en seguida, llegaba otro al que debíamos ayudar, después de haber estado horas combatiendo el fuego; Algunos llegaban heridos y nosotras hacíamos lo que podíamos por curarlos, brindarles un plato de comida y un lugar de descanso. Fueron aproximadamente 15 días en que Pumanque fue un infierno. Estuvimos a punto de desaparecer. El pronóstico era fatal y no había nada que hacer para salvar el pueblo. No existe explicación, pero algo divino pasó y el pueblo, de milagro, se salvó”. Pese a ello, 25.000 mil hectáreas de la comuna fueron arrasadas por el siniestro y, hoy en día, los camiones de las forestales continúan atravesando las calles del poblado. Daniela también nos habla de una supuesta medida de precaución que señala que no se puede “reforestar” a una cierta distancia del pueblo. Pero todxs sabemos que eso no es suficiente. Que hay mucho por hacer/aprender. Por ejemplo, es un absurdo que, considerando las grandes tragedias que han ocurrido en el país producto de siniestros, todavía no se invierta, de manera seria y concreta, en aviones para el combate de incendios, o que no se financie un proyecto para reforzar a los Bomberos. Y en desmedro de eso, existan recursos para gastar en nuevos carros lanza-aguas, perdigones y bombas lacrimógenas, para continuar con la represión hacia quienes nos manifestamos, pacíficamente, en facultad de nuestros derechos fundamentales.

 

Pasando a otro tema, en estos primeros días he descubierto que entre las 14 y 17 horas, aproximadamente, es mejor buscar refugio en las sombras. El sol quema con todo y hace un calor seco, parecido al de Santiago. Hoy tuvimos 33º, los que se sintieron a concho. El consuelo es que acá, a diferencia de la capital, encuentras mucho más rápido a un árbol amigo que te refresca instantáneamente.

 

Por otra parte, seguimos afinando detalles en el proceso de armar e implementar nuestra cocina. El Seba, a pesar de que reconoce no haber pasado el curso ni de electricista ni de gasfíter, instaló la manguera y el regulador. Ahora solo nos falta comprar el balón de gas para probar la conexión. Un negocio de la avenida principal vende, pero sin reparto a domicilio. En este pueblo, al parecer, el tránsito es en vehículo, carreta o triciclo. Tratamos de conseguirnos un número de venta de “gas a domicilio”, cuestión que fue un poco más complicada de lo que pensamos. Mientras iba camino al negocio de don Rogelio, vi pasar un camión repartidor. Anoté el número y cuando llamé, una vez en casa, el camión ya estaba llegando a Marchigüe (localidad cercana, a unos 30 kilómetros de distancia) y no volvería a Pumanque hasta el otro día, así que salimos, nuevamente, en la búsqueda de un balón. En todos los negocios nos encontramos con el mismo cartel de reparto a domicilio, pero en ninguno agregaron el número de teléfono. Finalmente, nos conseguimos otro contacto, pero tampoco estaba repartiendo gas. Así que no nos quedó otra que ir al primer negocio y trasladar el balón de gas a pulso. La misión la tuvo que cumplir Seba, que asegura haber sido entrenado en la Patagonia cargando los troncos con los que hacen los kilómetros y kilómetros de alambrado. Le gusta alardear acerca de sus amigos y sus aventuras en el extremo sur. En el camino yo fui su apoyo moral y él, durante el trayecto, me pedía que no le hablara y se quejaba de que le dolía el hombro, (o más bien el hueso que le queda de clavícula). Pero había que comprar gas, sí o sí, pues ya no podíamos seguir alimentándonos de comidas frías.

 

Misión cumplida. El Seba llegó con la lengua afuera. Ahora solo faltaba la última prueba: probar la conexión del regulador y la manguera. Y, tal como lo había presagiado él mismo, mi compañero no logró aprobar el curso de gasfitería, pese a que su abuelo le había enseñado algunos trucos. Por lo menos, Rosita, nuestra arrendadora, nos había dejado un fogón en la pieza/cocina, y ese pudimos ocuparlo para cocinar.

 

Casi al final del día, fuimos al restaurant “El Mestizo”. El Seba me presentó a la Kathy, chilena que vivió en España por casi 10 años, trabajando como asesora del hogar y cocinera, y que ahora, de regreso en Pumanque, es dueña del rústico y bello local. Kathy es muy amable. Nos gusta su energía y su carisma. Tiene un extraño acento, mezcla de chileno-español-pumanquino. Mientras conversamos con ella, aceptamos una jarra de sangría que ella misma prepara y que es la especialidad de la casa, junto con la tortilla de papas. Así que, si alguna vez vienen a Pumanque vayan al restaurant “El Mestizo”, local atendido por su propia dueña, junto a su asistenta “Sarita”, perrita que entra y sale como si fuera la reina del local.

 

Por Aurora Rojas Briceño.

 

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