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Residencia: Colhue, una nueva mirada Pumanque - Colhue, O'Higgins - 2019 Residente: Sebastián Andrés Vidal Campos
Publicado: 7 de enero de 2020
Misa de Aniversario

 

Ximena, Macarena, los dos Jorge y “los gorriones a la final”

 

 

 Lo de las muelas lo veía venir. Lo que no sabía era que fuese a ser justo ahora. Y, menos, que se les ocurriese salir a ambas juntas, tanto la de arriba como la de abajo, en el lado izquierdo de mi boca. Por ahora, trato de no pensar mucho en ello, pero me he visto en la obligación de comenzar a tomar algunos remedios desinflamatorios y/o calmantes para el dolor.

 

A las cinco y media de la tarde quedamos de reunirnos en Colhue, junto a Macarena y Claudia, quienes nos acompañarán a conversar con don Rogelio, el hombre más antiguo de la localidad. Pero la idea fracasó, ya que el anciano tuvo que ir a Peralillo y Claudia debió acompañar a un familiar a la posta. Como “Plan B”, Macarena nos invitó a conocer a su abuela, la señora Pabla Cornejo, otra de las mujeres más longevas de Colhue.

 

A eso de las cinco llegamos hasta la localidad. Nos reunimos con Macarena y la señora Ximena, su madre, quien nos hizo entrar a su casa y nos ofreció un juguito de refresco para capear el calor de la tarde. Luego de charlar un rato, quedamos en que luego de ir donde la abuelita Pabla y posterior misa de aniversario de don Francisco Argomedo, volveríamos a su casa para comprarle algunos productos de su huerta.

 

Seguimos a Macarena hasta llegar a un puente colgante. Nos cuenta que hasta hace dos o tres años atrás, todavía corría agua debajo de él. El problema de la sequía es evidente en la zona. Llegamos a la casa de doña Pabla, quien en un par de semanas cumplirá la edad de noventa años. Conversamos un rato con ella y acordamos realizarle una nueva visita en unos días más, para que nos converse sobre el pasado de Colhue y nos muestre cómo se realiza el hilado de la lana.

 

A eso de las siete de la tarde, nos fuimos a la misa de aniversario de don Francisco, el querido vecino y dirigente de Colhue. Confieso: sin contar los responsos fúnebres o celebraciones de matrimonio a las que he ido últimamente, no asistía a una misa desde hace casi dos décadas. La verdad es que me considero agnóstico y, aunque no niego la existencia de un todo absoluto o de una energía superior, no puedo creer en el Dios que me propone la religión, y mucho menos la católica. Paradójicamente, creo mucho en el fervor popular y en las distintas manifestaciones religioso-culturales, porque siento que éstas dan identidad a determinados territorios, como es el caso de lugares como Chiloé, Andacollo, San Lorenzo o La Tirana, por citar algunos ejemplos.

 

En mi caso, me gusta el hecho “no creer en Dios, pero sí en la Virgen”, como dijera J. Edwards Bello, lo que sería algo así como: “no creer en el Padre, pero sí en la Madre”, que es una figura fundacional, según S. Montecino, a lo largo de nuestra historia plagada de huachos y mestizos. Digo todo esto, porque tanto yo como Aurora, hicimos un gran esfuerzo para estar en la misa. Y es que, a pesar de que trato de respetar toda ideología, me cuesta aceptar a quienes nos condenan por el solo hecho de no pensar como ellos. A mi juicio, aunque algunos busquen la iluminación y el cese del sufrimiento por medio de la meditación y otros la redención y el paraíso celestial golpeándose una y otra vez el pecho, pienso que no debiesen existir diferencias entre uno u otro ser humano. Y ello también debiese aplicar para el fútbol, la política y todo orden de cosas, por supuesto.

 

Volviendo a Colhue, a nuestra Residencia, y a la misa de aniversario de don Francisco, hay tres cosas que me gustaría destacar: primero, el hecho de que, a tres años de la muerte del dirigente, se hayan juntado más de cien personas a celebrar lo que el sacerdote llamó como “la pascua de don Francisco”; segundo, las semillas de flores que la hija del difunto obsequió a los y las asistentes (incluyéndonos a nosotros, los forasteros ateos y agnósticos); y tercero, el vozarrón y el increíble talento de la señora Nancy, una de las cantoras de la iglesia.

 

Terminada la misa, nos devolvimos a la casa de la Señora Ximena. Yo quería regresar pronto a Pumanque, porque en el estadio se está jugando un campeonato juvenil de verano y el equipo E.F.C. Conchalí, dirigido por uno de mis amigos de la escuela y del barrio donde crecí, disputaría una de las semifinales en la categoría Sub-16, pero cuando nos invitaron a tomar once, supe que “tendríamos para rato”. Al llegar, de regreso a la casa de la señora Xime, conocimos a su marido y a su hijo: Jorge González Padre y Jorge González Hijo. Pienso en la banda de Los Prisioneros y recuerdo el documental que un amigo está haciendo sobre Jorge hijo y Jorge padre. Cuánto faltará para que se termine y cuánto más para que se estrene, me pregunto. Hace mucho que no sé nada de Nico Pavie, el director del proyecto. Y sólo espero que “Jorge”, su película, vea la luz pronto, pues no me cabe duda de que será un gran documental. Lo mismo espero para “El Pasajero”, mi proyecto documental, para que “en un futuro cercano logre ver la luz”, a pesar del apremio del dinero, del tiempo y de mis dudas.

 

Macarena me recomienda, para mis dolores de muela, un remedio que ella toma durante su período menstrual y me da una pastilla. Para la once comemos carne, huevos, pan y mermeladas caseras. Del huerto, Aurora obtiene albahaca, ají, cebolla, lechuga y porotos verdes. Además, la señora Ximena nos regala melones y una mermelada de tomate. Son más de las diez de la noche y es evidente que me perdí la semifinal. “Me lo tomo con andina” y confío en que “los gorriones” ganarán y que, al día siguiente, podré apoyarlos, desde las gradas, en la final del campeonato. Macarena y su madre, antes de ir a dejarnos de regreso a Pumanque, revisan una revista de cosméticos. Deben ingresar los pedidos de sus clientas en una plataforma online y tienen hasta la medianoche. El internet, en Colhue, tampoco es muy bueno que digamos y tienen problemas con la señal, así que nos acompañan hasta Pumanque. Devolviendo la cortesía y gentileza que han tenido el último tiempo, las invitamos a acomodarse en el comedor de “nuestra nueva vivienda” para que puedan ingresar los códigos de sus productos. Mientras tanto, la charla se prolonga. Al final, casi a la medianoche, nos despedimos amistosamente y les digo que, al día siguiente, agregaré los porotos verdes de la huerta en una cazuela que pienso preparar.

 

Para cerrar el día, con Aurora nos abrigamos (las noches se ponen un poco frescas en el poblado) y caminamos rumbo al estadio, esperanzados en que E.F.C. Conchalí aún esté jugando. A media cuadra, veo que los últimos chicos se están subiendo a un bus que los lleva de regreso a Nilahue (poblado cercano donde se alojan). No alcanzamos a verlos jugar, me lamento. Pero mientras el bus avanza, algunos niños asoman sus cabezas y sus brazos por la ventana, vitoreando: “Aguante Conchalí, aguante los gorriones”. Por lo que asumo que ya están en la final.

 

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