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Residencia: Colhue, una nueva mirada Pumanque - Colhue, O'Higgins - 2019 Residente: Sebastián Andrés Vidal Campos
Publicado: 8 de febrero de 2020
Gorriones

 

Final del campeonato juvenil Pumanque 2020

 

Hoy sábado en la noche, es la final del campeonato juvenil organizado por el Municipio de Pumanque. El torneo lo jugaron equipos y escuelas de fútbol de Ecuador, Perú, Argentina y, por supuesto, Chile, en las categorías: sub 12, sub 14 y sub 16. Todo un despliegue en la organización.

 

La semana entera, gran parte de la comunidad de Pumanque giró en torno a la disputa de la séptima versión de este certamen deportivo. Y aunque nosotrxs, con Aurora, estábamos más preocupados de vincularnos con la gente de Colhue, yo no podía dejar de pensar en el devenir de “Los Gorriones” del E.F.C. Conchalí, club que dirige el “profe” Cristián Cofré (uno de mis amigos durante la enseñanza básica), quienes estaban disputando este campeonato. Tal vez por eso me animé a escribir esta entrada. Porque, aunque el tema no tiene mucho que ver con el trabajo que estamos desarrollando en el territorio (salvo vincularse con miembros de la comunidad), sí tiene que ver con mis experiencias de vida, las que, de cierto modo, han ido moldeando, tanto a la persona como al “artista” que me gustaría llegar a ser.

 

Cristián no sabe que estoy residiendo en Pumanque, y yo tampoco sabía que la Escuela de Fútbol donde él enseña y en la que, en su versión para adultos, entrené durante todo el año 2014, llevaba siete años seguidos disputando el torneo en esta desconocida localidad. Absoluta coincidencia, tomando en cuenta que, hace unos meses, también coincidimos en la ciudad de Copiapó, cuando el equipo E.F.C. Conchalí llegó a disputar un partido (por la liga de la Tercera División) contra su par de la ciudad minera. En esa ocasión, el resultado no fue muy favorable para mi amigo. El saldo: derrota, expulsión por tres meses de la banca de “Los Gorriones” y una portada en el Diario Atacama, a causa de incidentes ocurridos en la galería, donde se entreveró con un grupo de hinchas locales. Le cuento esta anécdota a Aurora, esperando que no se repita una historia similar el día de hoy. Y es que, la pasión que provoca el fútbol es absoluta. Bien lo ha sufrido el hincha desde el 18 de octubre del año pasado y bien lo sigue sufriendo hoy, en esa trágica dicotomía de “querer que vuelva” pero “No”, mientras no exista justicia social y las calles se sigan manchando con sangre.

 

Volviendo al fútbol, se podría decir que yo soy de los “simios” que vibra con este deporte, considerado “el rey”. De niño quise ser profesional, pero para ello se requería de talento y personalidad. Y yo no tenía más que las ganas. Las mismas que conservo hoy en día, cada vez que entro a una cancha o cada vez que aliento al equipo que deseo que obtenga la victoria. En este caso, quiero que el E.F.C sea el campeón de la categoría Sub 16 y, a eso de las diez de la noche, me voy al estadio de Pumanque a hinchar por ellos.

 

Le confieso a Aurora que temo ser, lo que se dice, “yeta”, pues, durante todo el campeonato, no alcancé a ver ningún partido de “Los Gorriones”. Y recién aparecí ahora, muy campante, en la final del día de hoy.

 

Pasados los primeros 35 minutos, el encuentro está empatado sin goles. Durante el descanso, aprovecho de correr a saludar al “profe” Cristián y a sus hermanos, y les aviso que estoy en la galería viendo el partido. Ellos se ríen, sorprendidos de verme, y no entienden por qué estoy en ese pueblo tan apartado. Dado el contexto, no puedo explicarles mucho y solo me limito a darles ánimo, a través de las rejas del recinto, y les digo que nos juntemos a conversar una vez finalizado el “pleito”.

 

Durante todo el segundo tiempo, estuve muy confiado en la victoria. Y si bien, ambos equipos tuvieron opciones de anotar, creo que “Los Gorriones” jugaron mucho mejor que los muchachos del C.F.I. Mendoza. Sin embargo, al pitazo final, ambos equipos aún tenían sus vallas invictas, de modo que el “campeón” se definiría en lanzamientos penales.

 

A lo lejos, veo a Cristián y a Claudio darles la charla motivacional a sus “dirigidos”. Entre-paréntesis y para dejar en claro al lector(a): utilizo, para esta entrada en especial, un poco de jerga futbolera, no sólo por una cuestión de personal capricho, sino que, también, con el fin de agregar un tono de “épica” a esta, digamos, crónica deportiva.

 

Pobres muchachos, pensaba: “tener que patear un penal, a estadio lleno, y lidiar con la presión de anotar y la vergüenza y el miedo a fallar”. Y si a mí ya no me “entraba ni un alfiler” a esas alturas, cómo ser capaces de entender el pesar y sentimiento de esos jóvenes arqueros: “cancerberos y tristes, esperando la ejecución de sus verdugos, en la soledad de un arco infinitamente vacío”.

 

Bien hacía mi amigo, el profe, en agachar la cabeza cada vez que uno de esos chicos, dieciséis años menores que él, se paraba frente al balón como si la vida se les fuese a ir en un disparo. Y es que allí, en Conchalí (comuna donde Cristián y yo crecimos), las balas son el pan de cada día. Y los jóvenes soldados, como si fueran trashumantes, van y vienen por las calles y callejones, portando sus “recortadas y hechizas”, al ritmo del “trap” y el “reggaeton” y consumiendo “crippy” o, tal vez, pastillas. Algunos todavía llevan papelillos y latas de aluminio en los arañados bolsillos de sus pantalones. Y van sin hablar, como idos a la sombra de los edificios, y penetrando, fugaces con la mirada, la apacible vida de los condominios. Se sienten importantes, a pesar de todo. Y tienen la edad más temeraria, como solía decir mi padre. A mí, dos veces me han asaltado: la primera vez, a una cuadra de la casa de mi madre, un domingo por la noche y después de un año de haber vivido en la Patagonia; la segunda vez, a media cuadra de la casa de mi madre y junto a mi hermano menor, a quien golpearon en el suelo, tras haber regresado de la Patagonia después de tres años. En ambas ocasiones, eran chicos de no más de 15 y 16 años, tal vez algún pariente cercano-lejano de los niños que hoy juegan la final del campeonato pumanquino.

 

La barra los consuela, luego de que el zurdito y diez de “Los Gorriones” fallara en la muerte súbita de los penales. “Jeremy”, el central del equipo, llora desconsolado porque había prometido dedicar el triunfo a su abuela. Cristián suspira largo y mastica el resultado. Luego se levanta del banco y trata de alentar a sus muchachos. Una palmadita en la espalda y ya está, como lo hace el eterno y querido “Loco Bielsa”, cuya filosofía de vida es “aprender por medio del fracaso y la derrota”. Pero qué se dice a un grupo de niños acostumbrados a perder, me pregunto. Qué se dice, cuándo la esperanza de viajar 270 kilómetros a un pueblo como Pumanque a jugar un “campeonato internacional”, es la alegría (o quizá el opio) que tanto anhelan. Qué se dice, mientras unos lloran y otros celebran y tú te quedas en el más absurdo de los silencios. Tal vez no hay que decir nada. Y solo aplaudir, de pie y con la cara en alto, al rival, como lo hacen “Los Gorriones”.

 

El “profe” Cristián, al igual que sus hermanos menores, respira, come, transpira, palpita y sueña fútbol. Esa herencia se la dejó su difunto tío, que murió cuando nos preparábamos para un campeonato de fútbol escolar, en octubre del año 2001, durante los mismos días en que un compañero nuestro, con catorce años, decidió quitarse la vida. Me acuerdo de él y del “Profe Hernán”, que decía que nuestro equipo, llamado “Furia Deportiva”, era posible gracias a Cristián y cinco jugadores más. Pienso en lo cierta que era esa aseveración y camino hasta la salida de la cancha. Compro unos completos que, a esa hora, estaban en “promoción” y saludo a Lorena, la Encargada de Cultura, que se encontraba atendiendo la caja. Y pienso: “si lo hace como apoderada de alguno de los chicos de la Escuela de Fútbol de Pumanque, la aplaudo de pie. En cambio, si lo debe hacer como funcionaria, no puedo sentir más que desazón ante la ligereza con que distintas autoridades, a lo largo y ancho del país, detentan cargos tan importantes como ese y la escasa preparación y compromiso con que se llevan a cabo”.

 

Amago esa reflexión, mientras espero a mi amigo, y me pongo a charlar con un argentino que pasaba rabias con su nieto de doce años. Al cabo de dos segundos, largo la frase: “y bueno, si ya sabes cómo son los pibes”. Minutos después, me encuentro con Cristián y sus hermanos. Hablamos un rato en las afueras del Estadio. Me cuenta que llevan siete años participando en el campeonato y me muestra los regalos que les dio el Municipio. Después nos invitan a cenar a Nilahue Cornejo, localidad donde se hospedan, junto a todos los niños, apoderados y miembros del club. Le digo que no tengo en qué regresar a Pumanque más tarde y, pese a su insistencia y a sus ofrecimientos, rechazo la propuesta y me despido con un fuerte abrazo.

 

Mientras caminamos de regreso a casa, Aurora me comenta que, cuando compraba los completos, pasé a llevar al Alcalde. Le digo que fue “sin querer” y que nunca me di cuenta de ello. Luego agrega, en tono de burla, lo de mi diálogo con el viejo argentino. Le aseguro que tampoco me di cuenta de eso y niego, rotundamente, el tono trasandino con el que dije la frase. Después hablamos sobre Cristián y sus hermanos. En eso, evoco algunos recuerdos de la infancia y reflexiono sobre la pasión y la hermandad que los une. Y termino contándole sobre lo “yeta” que soy y le aseguro que “Los Gorriones” perdieron la final porque yo fui al estadio.

 

sdr

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