Cuando creíamos que ya habíamos terminado todo el proceso del bordaje, teníamos que proceder a mirar el cuadro general para saber con exactitud cuánto llevábamos. Una vez ordenadas las piezas en categorías, nos dispusimos a ordenarlas en el espacio. La discusión en todo momento era si era necesario establecer los elementos en su lugar particular, exacto. El grupo creía que sí, que era preciso ubicar a las figuras en su lugar. Sin embargo, nosotros creíamos que no. Que el fin de todo deviene de un rebalse, donde todo le pertenece al todo, sin límites particulares.
No obstante, romper con el pensamiento instituido es la tarea más difícil que siempre nos toca, pero que nunca dejamos de lado. Porque es importante posicionarlo y porque es fundamental conversarlo.
De todas maneras, no tuvimos interés por revertir la composición elegida, el trabajo es del club y los pensamientos acerca del territorio son tan geopolíticos que trabajar ese enlace es para un tiempo aún más prolongado. Aunque bien lo trabajamos durante el proceso, el producto para nuestro gusto, se queda en algún punto, en la estatización de los sentidos.
Pero seguimos con el trabajo adelante, conformamos los posibles procedimientos y nos lanzamos a pegar y coser los parches al telón.
Con las rodillas marcadas y los dedos pinchados, dirigimos las puntadas de afuera hacia dentro, terminando un largo día de reflexiones y acciones prácticas que nos permitieron avanzar hacia un proceso complejo pero natural.