A solas en el pueblo
Es jueves y hoy, nuevamente, el calor reina en Pumanque. El Seba va camino a Santiago, pues mañana viernes tiene la presentación de un cortometraje que realizamos, junto a un grupo de amigxs y colegas del norte, en la localidad de Nantoco (en la III Región). Así que, durante algunos días, voy a estar por mi cuenta en el pueblo. Una vez sola, decidí salir a buscar un lugar fresco. La verdad es que no llegué muy lejos y me apresuré en entrar al cementerio. Recordé que tiene banquetas ubicadas a la sombra de unos árboles gigantes. No sé qué especie son, la verdad, pero en ellos encontré la sombra fresquita que necesitaba para poder avanzar con “mis pendientes” (entre ellos, estas bitácoras).
Soy la única visitante en el cementerio. En el lugar solo hay un joven que limpia los basureros y que se pasea con una carretilla cargada de flores secas y guirnaldas desteñidas. El Seba me comentó sobre los extraños nombres que tenía la gente antigua y que los puedes encontrar en cementerios como el de Pumanque. Así que comencé a fijarme en las inscripciones de las tumbas. Dos nombres, principalmente, llamaron mi atención: Auristela y Aurorisa que, según yo, son versiones de mi nombre: Aurora.
Por la tarde, ya con la fresca, salí a caminar por el pueblo. La mayoría de los antejardines están adornados por hermosas flores silvestres. Casi todas las casas tienen huertos y, claro, gallinas y perros. Hasta el momento, cosa muy grata, no he visto perros callejeros. Atardece y el cielo se va tornando cada vez más rojizo. Paso por fuera de la “medialuna” y pienso: “espero no tener que ir a ese lugar”. Y es que, a pesar de que aún consumo carne, jamás he estado de acuerdo con el uso y/o maltrato de animales, menos para “entretenernos”, ni mucho menos sacar ganancias a costa del sufrimiento de estos. Aún queda luz del día. Percibo un viento fresco y presencio un arrebol hermoso. Me siento un rato, en un banco de la plaza de armas, a leer el libro de Lemebel que pedí en la biblioteca. No hay bulla alguna. Solo el sonido, a lo lejos, de un grupo de niños jugando. Allí me quedé hasta que se fue la luz por completo y caminé de vuelta a la casa mirando las pequeñas estrellas que, poco a poco, fueron apareciendo en el cielo.
Un día como hoy, 23 de enero, hace cinco años murió Pedro Lemebel, uno de mis escritores favoritos, desde que en la enseñanza media me tocara leer la novela “Tengo Miedo Torero”. Un 23 de enero, pero de 2018, murió Nicanor Parra, el anti-poeta hermano de Violeta. Hoy, 23 de enero del 2020, murió Armando Uribe, un poeta y ensayista del que poco he leído. Quizá en la biblioteca encuentre alguno de sus libros y me pueda poner al día con uno de los escritores fundamentales de la Generación Literaria del Cincuenta. Por ahora, cierro esta bitácora con uno de los tantos párrafos que copiaría y pegaría por todas las paredes y todos los rincones de este hermoso nuevo “Chile”. Y es que, estando acá, lo que más he extrañado son los viernes en la Plaza de la Dignidad. Y, a propósito del rechazo del Senado a la ley de paridad de género para el próximo proceso constitucional por el que todas, todos y todes hemos luchado, en estos casi cuatro meses de reivindicatorias manifestaciones, cito:
“Si no eres dueña de tu cuerpo, mujer, ¿de qué mierda eres dueña? Mujer pobre, mujer profeta, mujer obrera, mujer inmigrante, mujer mapuche, cansada de trabajar, lavar, educar, amamantar a la prole que, según estos beatos, los manda Dios. Como si Dios te diera un bono de mantecón para la crianza. Como si los críos vinieran con una beca divina”.
Háblame de Amores – Pedro Lemebel
Por Aurora Rojas Briceño