Nos despertamos con el plan de ir a ver a la agrupación de jóvenes que practican bailes típicos como Tinku y Caporales. La idea era ir a conocer lo que hacían e invitarlos a un encuentro creativo. Nos dijeron que se juntaban en la plaza, frente al cementerio de Matilla, en las mañanas, así que a las 10 am aproximadamente estuvimos allí. Pero nadie apareció. Esperamos un rato en las máquinas de ejercicios instaladas en la plaza, el Selec hacía de instructor mientras que Simón combatía una nube de mosquitos dedicados únicamente a él. Al final, decidimos irnos, ya que, de todos modos, nos teníamos que juntar con Juan Soliz, el joven artista que vive en Matilla. Su taller queda en la carretera que pasa por Matilla y va a Pica. Es una construcción hecha con diferentes materiales, tipo galpón. Cuando llegamos su hermano y un amigo ensayaban con guitarras y se cortaron un poco con nuestra presencia.
Juan nos mostró algunas de sus pinturas y dibujos, muy académicos y con tendencia al hiperrealismo. Luego nos llevó a visitar el resto del galpón, allí estaban sus esculturas (encargos y proyectos personales), junto a sus herramientas. Estas últimas nos llamaron mucho la atención porque algunas de ellas eran inventos suyos, máquinas construidas con objetos encontrados que tenían usos muy específicos. Él trabaja más que nada con cosas encontradas, materiales que encuentra en casas en construcción y en otros lados. Nos habló de su vida como el único artista del pueblo, de todos sus proyectos (que son muchos) y de su búsqueda personal, de su pasado y raíces. Él es de papás bolivianos, pero, por sobre todo, se siente indígena y cree que se le discrimina por eso. A pesar de ser una persona reservada y cautelosa, se abrió muchos con nosotros y se vio interesado en participar de nuestro proyecto.
Al almuerzo el Seba nos preparó un platillo nunca antes hecho por un ser humano: tallarines con salsa de papas fritas. Fue un éxito rotundo.
En la tarde trabajamos en el toldo y el fanzine durante unas horas. Nos costó partir después del particular almuerzo que nos mandamos. No solo comimos salsa de papas fritas, sino que, de postre, comimos helado con michelada. Después de eso, todos caímos muertos un rato.
A la noche fuimos a la supuesta feria gastronómica de la plaza de Pica, conformada por tres carritos de comida y dos de artesanías. Igual comimos mucho y lo pasamos bien.
Caminamos en la noche y, por casualidad, entramos en una casa muy rara, que resultó ser la casa de Don Víctor Cejas Meneses, un coleccionista del que no habíamos escuchado hasta ahora. Tuvimos mucha suerte de que su señora nos dejara entrar (primero pensamos que era una tienda de antigüedades), porque, por lo que nos contó, está molesto con Pica y Chile en general, por la falta de cultura y apoyo para su proyecto de vida. Para él nosotros también resultamos ser una sorpresa, porque según él, los jóvenes pasan pegados al celular así que nos consideró unos extraterrestres, no sólo porque no andábamos con celulares a la vista, sino porque le dedicamos tiempo y prestamos atención a lo que tenía que decir.
Pilar Quinteros