Y un viaje relámpago a Pumanque
Ayer viajé desde Copiapó a la capital. El término del año ha sido singularmente caótico. Hasta hace solo algunas semanas aún tenía la incertidumbre de no saber si iba a poder firmar el Convenio de Residencia. “El Pasajero”, mi primer largometraje documental, me tenía en un lío administrativo con el Ministerio de la Cultura y las Artes, y si no conseguía una prórroga para el proyecto, “adiós Residencia en Colhue”. Además del estrés que me significaba todo esto, durante el último mes del año, debía cerrar un proyecto del Programa Acciona en la Comuna de Vallenar; finiquitar mi trabajo con la Fundación Fútbol Más en Copiapó; y exhibir un cortometraje documental titulado “El balón en un pozo de agua”, en el que estuvimos trabajando durante casi todo el año 2019 en la comuna de Tierra Amarilla. Por suerte, todo salió bien y pude cerrar los procesos de buena forma y, lo más importante, desde la región de Magallanes y la Antártica Chilena me notificaron que la prórroga de “El Pasajero” fue concedida. Alivio total.
Es 30 de diciembre y, a pesar de que aún no podemos recibir el traspaso de los Fondos para iniciar nuestra Residencia, viajamos a Pumanque para retomar el contacto con Samuel y Rosita, matrimonio que quedó de ayudarnos en la consecución de un lugar para vivir durante el tiempo que estaremos en la comuna y también para tantear alguna otra posibilidad que pudiese surgir. Apenas 250 kilómetros nos separan del destino, pero el viaje se prolonga por más de 5 horas. Hacemos una pequeña escala en la ciudad de Santa Cruz y aprovechamos de comer un tentempié antes de tomar el bus interurbano que nos llevará a Pumanque.
El tiempo y la distancia son como un espejismo. Ayer sobrevolaba los mares agrietados del desierto de Atacama en el norte de Chile. Hoy me acerco a un pueblo desconocido del valle central del país. Santiago-Valparaíso-Torres del Paine-Puerto Natales-Caldera-Copiapó-Pumanque han sido parte de mi itinerario, los últimos 13 años. Siete ciudades y sus alrededores, cinco regiones y sus más variados escondites. En la capital, mi lugar de origen, viví por 20 años (pasando por distintas comunas: Cerrillos, Padre Hurtado, Recoleta, Conchalí, Lampa, Cerro Navia y Maipú); En el Puerto, donde estudié, viví 6 años (Cerro Playa Ancha, Cerro Santo Domingo y Cerro Miraflores); en la “octava maravilla del mundo” viví un año entero; en Puerto Natales habité otros dos años y medio; en Caldera trabajé durante 6 meses, mientras realizábamos nuestra primera Residencia de Arte Colaborativo; y en Copiapó otro año completo. Ahora me voy a Pumanque por un mínimo de tres meses y después, quien sabe adónde nos lleven los vientos.
Tres de la tarde: “Tierra de cóndores” cita un monolito en la melancólica Plaza de Armas de la comuna. Los más antiguos del lugar aseguran que alguna vez, estas elegantes aves, encasquetaron los montes de la zona. Hoy en día solo se puede ver al primo lejano del Cóndor: el jote de cabeza negra, quizá no tan galante como su pariente, planeando, en busca de agua, sobre los cerros resecos de los valles de la sexta región.
Día 73 desde el despertar de Chile. “Y la vida continúa” es el título de una de mis películas favoritas del director iraní Abbas Kiarostami, y nosotros “avanzamos”, en la incertidumbre, de cara al inicio del veinte-veinte. Desde mi visita territorial, el pasado agosto, una situación en particular nos marcó, tanto a mí como a mí compañera. “Homenaje a su Excelencia Presidente de la República General Augusto Pinochet Ugarte. Octubre 1976”, se lee en un monumento de piedra de 3X3 metros, en una esquina de la calle Bernardo O’higgins, a la entrada del poblado de Pumanque. Con justa razón, y ante todos los acontecimientos ocurridos en nuestro país desde el 18 de octubre, tenía mucha curiosidad de saber cómo se encontraba aquel monumento, considerando que muchas estatuas de “fundadores y próceres de la República” han caído en el último tiempo. En la plaza de Punta Arenas, por ejemplo, cayó el busto del mayor genocida aborigen de la historia, cuestión que, aunque solo es simbólica, me llenó de un infinito orgullo. Porque, con todo respeto y más allá de la Demagogia, puedo comprender y aceptar la militancia en equis partido político y puedo comprender y aceptar que existan diversidad de pensamientos e ideologías; pero lo que no puedo comprender, ni mucho menos aceptar, es que se rinda homenaje a un genocida y violador de los derechos humanos; Por respeto a las familias de los más de dos mil muertos, a las familias de los más de mil desaparecidos y a los más de cuarenta mil detenidos y torturados. Por eso, durante los últimos dos meses, pensé mucho en el devenir de aquel monumento, erigido hace más de cuarenta años, y tenía una suerte de ansiedad por saber en qué condiciones lo encontraríamos (Ver Fotografía). Sigue en pie, por desgracia. Alguien, de los rebeldes del pueblo, lo rayó con la frase: “Chile despertó”. Pero la Il. Municipalidad, como en otras ocasiones en que el homenaje fue rayado, lo volvió a pintar de blanco. Sin embargo, el pintor no era muy bueno (o se salió de los márgenes a propósito) y el rodillo pasó por sobre las letras de bronce doradas y las dejó igual de blancas que el muro. Por lo que, para leer la frase que homenajea al Dictador, hay que acercarse a un metro del monumento. Algo es algo, pensamos con Aurora. Al menos, el primer impacto y el terror que provoca la frase, se atenúan gracias al “Aniceto Hevia” que pintó esa pared.
El Restaurant El Tufo estaba cerrado. No encontramos a Samuel ni a Rosita. Debí llamarlos antes, claramente. Me comunico y me comentan que están en Valparaíso y que no llegan hasta la semana entrante. Trato de no mirar a mi compañera y enfrentarme al “Te lo dije”. Damos un par de vueltas por el pueblo, tan dilatado y cansino como lo recordaba. Entramos a un local y preguntamos por alojamiento. Nos hablan de algunos hostales. De hecho, me alojé en uno de ellos, durante la visita de “reconocimiento territorial”. Obviamente, ningún precio se ajusta a nuestro presupuesto y en el hostal que me alojé antes no tuve una experiencia muy grata. Llamo a Lorena, la Encargada de Cultura de la Comuna, y me comenta que intentará averiguar. Quizá en Pumanque podría salir algo, pero en la localidad de Colhue es imposible, pues se trata de una villa de viviendas sociales SERVIU, relativamente nueva, y los dueños son constantemente fiscalizados. Nada que hacer, al menos por ahora.
Luego de deambular por las calles del pueblo, nos sentamos en la Plaza de Armas de Pumanque a esperar el bus a Santa Cruz y poder retornar, desde allí, a Santiago. Nos tomamos con optimismo no haber logrado el objetivo de asegurar un lugar para vivir y el hecho de viajar por casi 10 horas y solo estar dos en el pueblo. Y pensamos que el 2020 nos traerá mejor fortuna.
“Tierra de Cóndores” se lee en el monolito de la Plaza de Armas. Sentados en el frescor de una banca y a la sombra de los árboles, en un rato vimos chincoles, cachuditos, zorzales, tencas, golondrinas y un picaflor gigante. Pero nada de cóndores Ni en el más lejano de los montes, ni en la más apartada de las cumbres.