Empezamos a acostumbrarnos, pues la casa cruje cada noche y ya no pensamos si es viento o temblor. Es el movimiento de la madera. La casa parece estar viva. Hay pocas estrellas, lo que indica luces en la ciudad, pero en su remplazo luciérnagas rondan un árbol en el patio de la casa que colinda.
Despertamos temprano; volvemos a tomar el bus hacia el centro de Los Álamos. Conversando con adolescentes en la plaza, nos indican que en la antigua municipalidad habrá una junta de monitores de las escuelas de verano. Vamos al lugar; pedimos permiso y entregamos la invitación a ser parte de nuestro trabajo. La gran mayoría son adolescentes de enseñanza media que buscan actividades para los alumnos de básica; no es un grupo pequeño, son varios los que se dividen en mesas de trabajo y han conformado su propia metodología de trabajo. Los adolescentes vienen de distintas zonas de Los Álamos para dividir se en distintas escuelas, lo cual, una vez más, nos enseña que cada territorio tiene en sí modos de organización no etaria.
Nuestro llamado fue breve; nos dieron el espacio para hablar sobre nuestro proyecto e invitarlos a que asistan o difundan nuestra primera reunión, haciendo énfasis en que las voces de ellas y ellos, su propia manera de entender la memoria, son cruciales para la conformación de las actividades a partir de una reflexión activa, en la cual, sí, serán escuchados. Hubo atención, pero parte de este trabajo es que, pese al diálogo, no debemos alimentar expectativas. Sin embargo, seguimos, de manera insistente en conversar, en caminar, en trenzar ambos movimientos.
Al mediodía nos esperaban en la Radio Antares (dial 102.7 de la zona). Curioso nombre Antares; en primer lugar porque, desde la mitología, Antares significa “opuesto a Ares”, por ser otro color rojo en el cielo; como la luz de una antena. Por otra parte, podríamos pensar, en especial en tiempos que la población se acerca más a sus radios locales, que si Martes (Ares) es el Dios de la guerra, una radio podría significar lo contrario, por su manera de albergar a sus audiencias y mantenerlas informadas.
Nos recibió Anselmo Catril y Felipe Suazo, ambos con una cierta característica energética que se podría esperar de un radiolocutor. Anselmo nos preguntó, antes de salir al aire, sobre nuestro proyecto. Los tres logramos articular la propuesta ante él, quien mostró interés en nuestro proyecto desde una mirada crítica y nos dejó, libremente, a invitar a la audiencia a participar de nuestra reunión del jueves 23. Hicimos un énfasis en que acudieran personas que pudiesen pensar que su quehacer o diferencia no responde a una “atención” desde el arte. Llamamos a toda la comunidad en potencia.
Tras finalizar nuestra entrevista —primera vez para algunos que estábamos en un espacio radial— y sin saber a cuántas personas les pudo haber llegado nuestro mensaje, dimos las gracias. Nos desearon suerte en el trabajo, ya que, como lo han hecho otras personas, nuestro trabajo se enfrenta horizontalmente a hablar con el territorio sobre temas cruciales hoy (pero que lo han sido siempre): memoria y agua; agua que desaparece pero que cada vez se nos hace presente en su inverso. Lo vemos incluso en los mapas que hemos colgado en el muro de nuestro comedor.
Como de costumbre, seguimos caminando por el pueblo, personas de los almacenes, para abrir los canales de nuestra propuesta, no solo en el centro de Los Álamos, sino en sus comunas adyacentes. Topamos con un mural de un hombre alado cayendo desde las alturas; Ícaro, sin lugar a dudas, lo cual es curioso viviendo en un pueblo cuyo nombre une al ave, el mar y el sol. Sin embargo, una de las maneras en que se puede interpretar el mito de Ícaro y Dédalo es quien emprende camino sin saber escuchar.
Alrededor de las 17:00 llegamos a nuestra casa dado que nos esperaba un trabajador de la Empresa Pacífico para habilitar nuestra conexión a internet. Daniel Neira, de Cerro Alto, se encaramó al techo buscando vestigios de antenas… hasta que las encontró. Luego, enchufando y desenchufando cables nos preguntó qué hacíamos en Antihuala. Le contamos sobre nuestro proyecto e invitamos a nuestra reunión. Le preguntamos si tenía algún recuerdo o relación directa con la ruta del agua, “Sí”, nos señaló, “porque nuestra familia viene del carbón; y para eso hay que ir 2.500 metros bajo el mar”.
Daniel nuevamente trae la imagen de carbón nuestra propia casa; esa misma tarde Guadalupe Guzmán nos había mostrado un pendón sobre una actividad realizado en torno a Pilpico. Pensamos: la ruta del agua es tan subterránea como la memoria, y en sus cimientos, como el acontecimiento inamovible del subconsciente, yace la mina del carbón. Daniel dice “en el carbón, no existe el miedo”; lo cual nos remonta a la consigna que cruza al país sobre esta pérdida. Nos preguntamos si el miedo es una fuerza para ingresar a la potencialidad de la muerte o una forma particular de enfrentarse al pasado. Desde la memoria, ¿qué significa no temer? ¿Qué se anuda y qué se niega?
En la conversación con Daniel aparece, después del miedo, la palabra “bendición”. Le preguntamos si era evangélico, asintió.
La presencia de la comunidad evangélica es parte del territorio de Los Álamos. Ella es ejemplo de lo que significa una “comunidad” en torno a la identitario. La identidad, como el territorio, no puede contener un todo, es una ilusión; la identidad son partículas que se unen y retraen, entrando, en varias ocasiones, en conflicto entre sí. Le preguntamos a Daniel qué significa para una persona evangélica la palabra bendición; “es abrir los ojos para ver el mundo, donde lo espiritual y lo material están juntos cada mañana”. La frase es significativa, dado que, desde otras cosmovisiones pueden unir pensamiento, pero en dicha potencialidad existe un nudo difícil de desenredar. En la apertura de la mirada hay algo que no aparece, que se esconde o ha sido retirado; esta es el agua, el río, Pilpilco, el carbón, las creencias, el origen. “Es el avance del mundo”, dice Daniel, “y que el mundo avance es también una bendición”. La pregunta es, hacia dónde.