BitácoraResidencias de arte colaborativo

Residencia: La ruta  ancestral de la memoria del agua Los Alamos, Biobío - 2019 Residente: Daniela Andrea Pizarro Torres
Publicado: 8 de febrero de 2020
Saber estar, saber escuchar: Sexto encuentro “Pilpilco en el corazón”

 

Llegaba un día que esperábamos hace semanas: ir el 8 de febrero a Pilpilco; dado que este lugar ha aparecido tantas veces en nuestros caminos y encuentros; ha llegado incluso a una cartografía colectiva. Curioso que lo que aparece no es lo que entendemos por “apariencia”; apariencia se vincula solo con el exterior. Pero este pueblo que aparece —en su ruina, en la densidad de la aridez que cubre todo lo que se habitó— emerge desde la necesidad para mantener una imagen que no se reproduce salvo en la necesidad, la persistencia, de la memoria viva. Qué significa entonces el lugar que colinda al desierto pero revive invisible por quienes llegan a conmemorar, en la bruma de la nostalgia y la fuerza de seguir con vida. “Lo que veo es invisible // secuencias que viran su verdad // en la disputa enajenante de la naturaleza […]” escribe Nadia Prado.

Llegamos pasado a las 10:30 en un vehículo municipal; la jornada comenzaba con un desayuno, sabemos por qué. No podemos decir que sentimos plena comodidad, pues estábamos presenciando en este territorio una amplia organización colectiva. Terminado el desayuno, Erwin, el hijo de la Señora Durán, vocero de esta jornada, invita a las personas a caminar. El recorrido es breve… hacia una estructura cubierta por una manta; es un velo sobre el memorial con los nombres de las personas que dieron su vida por Pilpilco, pero que tuvieron que ser enterradas en Los Álamos, por la ausencia del cementerio. El velo cae una vez que todas las personas se hacen presente.

Este momento es importante para nosotros. Frente a quienes están de pie y quien habita solo por su llamado, pensamos en cómo escuchar, cómo estar, sin crear un irrupción del espacio, sino observando la manera en que una comunidad se ha organizado durante veinte años escuchando al territorio que se presenta. Decidimos ser parte, desde distintos lugares, de las ceremonias y las celebraciones.

El memorial, que quizás a algunos nos recuerda el llamado inscrito del nombre de un desaparecido, es una memoria fija, que queda en un lugar esperando cada año por su llamado… ¿será una constancia que se mantendrá en el tiempo, o podrá este pueblo también retomar su cauce? El memorial, de alguna manera, va en paralelo con todos aquellos presentes que se emocionan ante la declamación del nombre y apellido; con nostalgia, a la vez con alegría, el pueblo vive en esta oscilación. Esa es una memoria viva, como escribimos en la entrada anterior. Por ejemplo, cuando nos dicen “ahí estaba la cancha”, “ahí estaba el cine” “aquí estaba mi casa”, lo único que nosotros podemos ver son largas hileras de pinos, solo pinos… pero lo que ellos ven es cada lugar, es el “ahí”,  y nosotros estamos invitados a intentar imaginarlos desde su oralidad.

Tras la caída de velo, podríamos decir que hubo dos clases de discursos. El primero responde al gesto solemne, en el cual se hace presente el Alcalde, para inaugurar el memorial junto a los Pilpicanos, y dar unas palabras desde lo importante que es el acto para el Municipio; acompaña a este el pronto llamado a escuchar a personas que subirán al escenario. El segundo es un llamado político/emotivo: un Pilpilcano sube al escenario y solicita la urgente intervención por parte de las autoridades porque, cito, “si los árboles siguen aquí, el río se seca en siete meses”. Bajamos al río, vemos su claridad, las piedras que yacen de suelo, llegando a los tobillos de los pies de un niño.

Luego, un profesor, que toma la palabra en esta conmemoración, señala: “Si no los puedo reconocer, disculpen, las facciones cambian, pero si se acercan a mí, sabré quienes son”. Emocionan las palabras; éstas hablan del profundo gesto de Pilpilco… un rostro que no se puede ya distinguir, quebrada la apariencia, porque el tiempo deja sus grietas, pero que aún se puede reconocer en decir “soy…”. Creemos que es este gesto, la intensa relación entre reconocer y no reconocer, lo que significó íntimamente nuestra experiencia en Pilpilco.

Nos devolvemos. Pasamos por un vestigio de una piscina que no era la original. Insistimos. El caminar hoy es un acto levemente fantasmagórico, porque mucho de lo que no podemos ver; está ahí, nosotros tenemos una versión inicial, que proviene de lo hablado en semanas anteriores; pero estar ahí, finalmente, es caminar lento. Por la cantidad de personas, más de cien, se levanta polvo con los pasos.

En las mesas del desayuno, se prepara el almuerzo, espacio de camaradería donde los saludos son incontables. Antes de servir, se nos invita a presenciar el escenario. Aquí comienza una segunda fase de la celebración/conmemoración. Se bailan cuecas pilpilcanas, declaman payas, y se presenta una obra de teatro organizada por un colectivo de adultos mayores que recrea la vida en Pilpilco desde la picardía, la risa.

Servido el almuerzo, nos encontramos con personas que habían participado en nuestro laboratorio. Estaban haciendo un levantamiento cartográfico de la memoria de Pilpilco. Se crea una reunión en torno a un mapa desplegado en una de las mesas. A ella se acerca una futura arquitecta quien realiza sus tesis de título en las cartografías de Pilpilco, haciendo también un levantamiento territorial que incluye los mapas que ya se han levantado. Ella realiza este trabajo porque su abuelo había trabajado allí. Nos cuenta que logra llevarlo a cabo a través de conversaciones y encuentros que ha sostenido con gente mayor. Nos aclara, por ejemplo, que en Pilpilco no había un tren, pasaba uno pequeño, por eso la escuela donde uno se baja para llegar al camino de Pilpilco se llama “El trencito”.

También nos encontramos con personas que nos  habían invitado a la actividad… la sonrisa que nos regresan es un gesto, quizás, por cumplir con nuestra palabra. Conversamos con ellos, escuchando sus relatos para seguir con nuestra ruta, entender esta cartografía donde brota la memoria y el agua con la misma vitalidad y fluidez. Despedirnos de ellos fue también despedirnos de la actividad; pensando, desde una nueva nostalgia, que no es la pilpilcana, sino de esta propia residencia, volver.

« Ir a residencia