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Residencia: La ruta  ancestral de la memoria del agua Los Alamos, Biobío - 2019 Residente: Daniela Andrea Pizarro Torres
Publicado: 27 de enero de 2020
Cecilia Rojas

El día lunes decidimos visitar a Cecilia Rojas —cuyo recibimiento desde el primer día permitió nuestro vínculo con la biblioteca— para saber su opinión sobre nuestra actividad. Nos señaló que estaba bien organizada y que había sido novedosa para la biblioteca porque, en general, es importante que nuevas personas puedan realizar eventos que inviten a la comunidad, en especial si estos eventos hablan sobre los ríos y las aguas; temas importantes que cada día crecen en la comuna de Los Álamos.

Entre opiniones, miradas, conversaciones, llegamos a conocer su historia, y la relación que ha mantenido durante los últimos veinte años con la Biblioteca Pública Mariano José Campos. Cecilia Rojas es de Curanilahue, su padre era minero de ese lugar, pero luego se fueron a vivir a Rancagua, trasladándose en tren… “cuando llegó el hombre a la luna, estábamos ahí, porque en Rancagua pudimos ver la televisión en la casa de una vecina” destaca como gran acontecimiento. El trabajo de su padre en la mina El Teniente era, como quizás varias personas sabrán, muy duro a nivel humano, por lo que su familia decide ir a Pilpilco hasta que los trasladan a un lugar llamado “Las españolas” cerca de Curanilaue. Su padre estará en la actividad del 8 de febrero, día del pilpilcano, a la cual nos ha invitado mucha gente. Él estará a cargo de contar la historia del pueblo a sus más de 90 años.

Cuando Cecilia llega a Los Álamos muchas de las personas eran ya pensionadas, mucha gente, nos cuenta, fue a buscar otra vida, dinero, a trabajar a otros lugares, a Santiago; sin embargo esas personas volvieron, a recuperar la economía Alameña. “Los Álamos era comuna pobre, pobre, uno de los patios traseros de Chile, se veía en la cara de las personas…  pero ha habido un cambio enorme”.

El año 98 la señora Cecilia llega Los Álamos y el año 2000 entra a trabajar a la biblioteca… al conocerse, no se dejaron nunca más. La persona a cargo en esos años dejó su puesto y ella quedó como encargada. “Este camino me ha enseñado el oficio de ser bibliotecaria”… ante lo cual volvemos a pensar en la fuerza de la palabra “oficio” que aparece en los pueblos, en contraste a aquellos que se conforman exclusivamente por estudios en ciudades capitales. “Aprendí por práctica el trabajo de inventario, crear y ganar proyectos, especialmente con la ayuda de Leyla, los cursos de BiblioRed… había harto que aprender”. “Yo no alcanzo a visualizar todo lo que hemos hecho durante estos años… y si lo pudiese ver…” —hace una pausa, porque notamos que se emociona y conmueve, pensando en cuánto de su vida personal, de su tiempo, de su voluntad, hay aquí en esta casa. Este se entrevé en sus palabras.  “Se tuvo que poner de pie tras el terremoto, lo cual fue mucho trabajo”… ¿Sufrió mucho esta biblioteca?, preguntamos. “No tanto en comparación a la biblioteca de Tirua que se la llevó el mar y se pudo ver, entre restos de casas, libros flotar en el agua y llegar destruidos a la costa”.

Para la señora Cecilia la biblioteca es un sujeto, una persona, por eso nos dice: “la biblioteca está cansada”, “está en reposo porque la comunidad también lo está”; por eso es importante que la gente (joven especialmente) pueda llegar a este lugar con “nuevos brotes”, que logren convocar a más personas.

“Trabajar en una biblioteca es muy bonito. Es un amor especial. Recibir y saludar a una persona que entra a una biblioteca triste… uno ve que la persona cambia. Y esa relación, ya sea con adultos, jóvenes o niños, enriquece”.  “Son veinte años”, nos cuenta “en veinte años uno ve a los niños convertirse en adultos… tienen lindos recuerdos de la biblioteca, pero los tiempos han cambiado”. Esta es un pensamiento que la señora Cecilia desarrolla en relación al tiempo… la casa queda ahí, la casa, como persona, ve a los niños crecer y partir, es ella quien se queda en la oscilación del tiempo. Una biblioteca en su enredadera de libros es un hábitat; pero en su desborde de letras, portadas y palabras, hay una quietud, melancólica, que mira a las personas partir…  es algo de Borges que piensa la casa, la biblioteca, como una compañera de la muerte.

¿En qué se nota esta diferencia?, preguntamos. “Antes los niños venían a la biblioteca  y teníamos que inventar juegos, muchas actividades… se llenaba la biblioteca de niños que venían después del colegio; pero luego cambiaron algunos sistemas, y hoy los niños se van directo a su casa después de clase”. Nos parece importante, en relación a la actividad del jueves, poder estar aquí y convocar, hablamos de rutas, de estaciones, de la importancia de detenerse en un espacio y observar, habitar, jugar. Pero aquí también hay algo que se pierde. La ruta directa al hogar quita a los niños detenerse en la biblioteca si la pensamos como estación. “No solo habían juegos, los niños podían compartir incluso lo que habían aprendido en la clase”. Ahora, no solo es el traslado, dice, también es el tiempo que toman los teléfonos, aunque nos cuenta que la biblioteca ha sido un lugar de capacitación, alfabetización digital, lo cual fue importante en la comuna tras recibir donaciones de computadores para escolares. “Se podrían hacer proyectos que integren a la tecnología con la juventud… falta esa gestión de proyecto”.  Aquí, potencialmente, al nivel de las ideas que esperan de la articulación de la comunidad, pensamos en cómo podría el proyecto reunir, aunque sea esporádicamente, a una diversidad de personas en esta “casa de conocimiento”.

¿Por qué se cansa una biblioteca?, preguntamos (ante la sorpresa que nos produce esta personificación), “porque una biblioteca no para, siempre está abierta, son años, años y años”. El tiempo entonces vuelve a entrar en este espacio, y el sujeto que representa es humano, porque es finito, porque se cansa y envejece… en relación al tiempo, quizás, de sus propias trabajadoras (quienes, debemos mencionar, nos han tratado con cariño y respeto). El tiempo tiene un peso inmensurable y, aquí, se hace presente, aunque en Los Álamos pareciese transcurrir más lento, o quizás seamos nosotros quienes tengamos el desfase por vivir, dos de nosotros, en ciudades sobre agitadas, que se alimentan de aceleración. “Una biblioteca pública nunca cierra. Es un espacio abierto en todo sentido, es un espacio democrático”, luego piensa “por eso nos duele cuando le hacen daño, como que entren a robar, aunque no ocurre casi nunca”.

La Biblioteca Mariano José Campos es curiosamente una vertiente de libros inesperados. El catálogo que llega nos atrae fuertemente (es poco decir), es una selección cautelosa y brava; desde libros de filosofía, concentración de publicaciones Alameñas, poesía, ilustración contemporánea, cine literatura chilena y universal… los mundos de fantasía que abren las sagas (sagas que quizás podrían estar llenas de prejuicio para algunos lectores, pero que motiva a los adolescentes a leer cientos y cientos de páginas desde muy jóvenes)…  no cabe la palabra “completa” en una biblioteca, podríamos pensar, no puede existir una biblioteca completa, sin embargo, la selección de material impresiona. No por nada la Biblioteca Mariano José Campos tiene el tercer lugar de bibliotecas con más préstamos al año, más de 300 libros mensuales.

Los libros que más se piden son justamente las sagas; sin embargo la señora Cecilia señala lo siguiente: “Es difícil darse tiempo para leer; los jóvenes tienen tiempo, a diferencia de las mujeres”. Persistente la palabra tiempo; vuelve a aparecer, pero ahora desde una división en tanto la vida de las mujeres. No es la primera vez que la encontramos (frases que nos preparan para pensar en cómo la comunidad querrá activar el 8 de marzo en Los Álamos). Las mujeres cuentan con otro tiempo que los hombres; las mujeres trabajan, luego llevan el funcionamiento del hogar, tiempo que en general se borra como si fuese inherente a una subjetividad. Entonces queda “poco tiempo” y quizás ese poco no es tan solo para leer, sino para llevar a cabo vínculos, goce, ocio, que no se relacionen con este mantenimiento; vínculos que no sean “productivos”, palabra que muchos llevan como adicción. Desde este punto, una persona no es un hogar… un hogar sí puede ser una persona y robar su tiempo. Y el tiempo significa, según sus palabras, querer más dinero, querer más, no cansarse de querer más para ser más… “Aún así, necesitamos más recursos; el piso se hunde por la humedad”.

“¿Cuál es la importancia de una biblioteca en la comunidad?” Rüka Kimün, dice, “casa del conocimiento”… “es el lugar para quienes quieren saber, aprender, investigar, mimetizarse con quienes vienen a aprender; esa es la importancia de la presencia escolar, que compartan sus tareas… así aprendemos todos. Es la casa de quienes se vuelven locos por la lectura, pero es también ofrecer un servicio de forma amigable; es crear un círculo que se crea en dar y devolver” —parecido a lo que hablábamos anteriormente sobre la reciprocidad… para que haya respeto debe haber reciprocidad—. “La biblioteca también es una casa de servicios; computación, inculcar la lectura a niños pequeños, el uso de la sala de reuniones, para, por ejemplo, encuentros literarios; es una casa de cultura… de varias culturas, la minera, nuestro patrimonio, la cultura personal, la que viene de tu vida, lo que te ha tocado ser”. Agradecemos a la señora Cecilia, por estar con nosotros en la actividad del jueves, por la retribución de esta misma, y haber tenido la confianza de contarnos su historia, tanto con la biblioteca como la personal.

 

 

 

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