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Residencia: La ruta  ancestral de la memoria del agua Los Alamos, Biobío - 2019 Residente: Daniela Andrea Pizarro Torres
Publicado: 5 de enero de 2020
Es el agua quien se presenta

Nuestro segundo día, domingo, cuando los pueblos descansan, decimos continuar con el diálogo en recorrido; en esta ocasión por el pueblo que nos recibe. Antihuala, parte de la comuna de Los Álamos. Es pequeño, sin embargo cuenta con una mixtura de comunidades en torno a su laguna que construyen una historia, pues es este pueblo quien da acceso a su laguna. En su búsqueda nos topamos azarosamente con partidos de fútbol, liga femenina y masculina. El color del equipo de Antihuala es amarillo (recordemos que antü —prefijo que compone el nombre del pueblo— “sol”). El amarillo, entonces es, en la construcción de la visualización de nuestro proyecto, un color a guardar.

Siguiendo nuestro camino por las pequeñas calles del pueblo, nos topamos con dos murales, intactos en su cuidado, que dan cuenta sobre la importancia del bosque nativo, el agua y la naturaleza. Estos murales nos presentan que el territorio sí realiza intervenciones gráficas entre naturaleza y memoria, pues un mural es un mensaje hacia el otro quien cruza, es una huella de pensamiento, aunque luego devenga en ruina. El color que predomina en ellos es el azul; la escritura en uno de ellos habla directamente con nuestra mirada de ver el arte desde la memoria: junto a la cascada, en un bosque, hay una frase escrita con el viento, una nube, muy leve: “Nosotros vivíamos en un montaña”.

De alguna manera, los murales fueron una casual antesala a lo acontecería: nuestro recorrido hacia la laguna. Al ser el domingo un día de silencio, ingresamos al camino cuyo sendero era voz de naturaleza. Primero en aves, luego en insectos, el chirrido de los árboles, bajo el manto del sonido del agua.

No es posible alejarse del sonido en el sendero; la Laguna de Antihuala es un devenir de la sangre en el territorio. Todos los árboles tienden a ella. Es imponente y no somos nosotros quien la observa, es ella, protegida por su gnen (fuerza del espíritu) quien nos debe recibir y permitir entrar en ella. Observar la laguna, estar en contacto con el agua, presenciar la mixtura en armonía de sus colores, nos siguen nutriendo en pos de la construcción de la Residencia: hacer fluir una metáfora que unifique agua, voz y memoria; conversar con los habitantes sobre la laguna, habitantes que nos pidieron siempre pedir permiso antes de entrar en ella. En este territorio, dialogar con la naturaleza, comprender sus lenguajes, los ritos, orales, que pertenecen a la comunidad es tan importante como hablar con las personas.

Seguimos caminando. Presenciar los mensajes escritos, los hechos a mano, por ejemplo, aquellos que piden el respeto al medioambiente, significa una nueva intervención por su cuidado. Por otro lado, es ver en su contraste ciertas faltas, por ejemplo las canaletas, donde debería pasar aguas desaparecidas y que según la hermana de la Señora Magdalena, no están siendo tratadas con el respeto que deberían tener, porque todo lo que pasa por las canaletas llegan a la laguna y sus ojillos.

Regresamos a casa. Cerca de las dos de la mañana, comienza a llover. No dura más de media hora, pero el agua cae dando un sonido otro a nuestra casa en Antihuala. El agua se vuelve a presentar, ahora en lluvia, nos despierta.

 

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