Llegamos el 4 de enero a las 7:00 de la mañana. Nos recibe Antihuala —Comuna de Los Álamos— cuyo nombre proviene del mapudungun y significa “ave de mar y sol” o “ave de mar en el sol”. Como su nombre indica, dualidad al unísono, bajar del bus nos sumerge ante un sol que encandila y se esconde; primer sonido, aves a nuestro alrededor. Los colores de la localidad también brindan y contraste, e intuimos que éste será parte de la construcción del trabajo: matices, combinaciones, intervención, huellas de vida, devenir de voces territoriales y la construcción de conceptos en lo que hemos llamado “glosario de residencia”.
Tras recibir la entrega de la casa, que nos albergará durante los próximos tres meses, por parte de la Señora Magdalena Toloza, conversamos con ella y su hermana sobre nuestro proyecto y el cruce entre la memoria y el agua. No habían escuchado de un trabajo así en la comunidad. Al preguntar de qué se trataba o cuáles eran las actividades, la obra, explicamos que nuestra residencia no es establecer un producto fijo, al contrario, construir un proceso con la comunidad donde, recíprocamente, trabajaríamos en conjunto. No fue fácil de comprender, sin embargo hubo disposición en hacerlo. Para nosotros “La ruta ancestral de la memoria del agua” implica conversaciones para crear una cartografía. Es una ruta.
La propia imagen de inicio ya nos habla de nuestro viaje; hierbas desconocidas para nosotros, árboles que crecen de la nada fuera de los territorios dispuestos y, por últimos, los jardines, presenta verdecer que podría emerger de un su pasado, desconocido, de las comunas de Los Álamos sobre un humedal. “La propia casa se humedece si nadie la habita; las plantas salen solas al abrir la ventana”, dice la señora Magdalena.
Caminar es esencial en cada llegada; observar en movimiento las distintas formas de habitar. Caminar, saludar, permitir que ingrese la pregunta con naturalidad del quiénes somos, del porqué estamos aquí, visibiliza recíprocamente nuestro diálogo con el territorio. Caminar, como señala Gloria Lapeña de la Universidad de Murcia (en su ensayo sobre Benjamín “Caminar por la ciudad como práctica artística”) “la memoria involuntaria o subjetiva, contraria a la memorización totalmente objetiva, resulta más enriquecedora […]. Se erige una nueva manera de entender la sensibilidad más allá del control consciente […]. Hablamos de objetos concretos, palabras recordadas, aromas y ruidos para hacer frente a la objetividad y esforzarse en escuchar las cosas que no deben darse por perdidas en la historia porque que el tiempo da pistas falsas sobre la verdad (24).
Nos movilizamos al centro de Los Álamos para seguir nuestro recorrido a pie. Conocimos a Pablo Rodríguez, quien había trabajado en turismo de Los Álamos, pero que recientemente junto a su esposa Pía Insulza, decidió abrir un emprendimiento familiar, un café llamado “Traviesos” a cuadras de la Plaza de Armas. Con Pablo también empezamos a verbalizar nuestra Residencia. Pablo nos indica que el agua es esencial para la zona desde el turismo; ir al encuentro de ellas, de ríos y lagunas, pero que pocas veces habías escuchado sobre un trabajo así. Esto nos presenta una palabra importante: “encuentro”. Hablar de memoria colectiva y comunidad, debe permitir la apertura a encuentros, entre subjetividades y caudales. Esa palabra entonces entra en nuestro glosario para construir la metáfora del agua.
Al seguir caminando por Los Álamos, una trabajadora de un pequeño local también nos enfrenta a la pregunta del quiénes somos, lo cual nos da la posibilidad de conversar con habitantes sobre el porqué de nuestra presencia. Esa cercanía es en sí una invitación en reciprocidad. Al contar en breves palabras sobre el trabajo a desarrollar en Los Álamos, ella nos señala que es muy importante para los habitantes que existan estos nuevos espacios culturales y nos invita a conocer las cascadas. Dice “si van a trabajar en torno al agua, necesitan conocer este lugar; es parte de nuestro entorno, pero muchas personas se olvidan de él porque lo ven a diario. Prestan atención a otras cosas”.
Desde nuestro oficio, estos encuentros son significativos, pues son las personas, los habitantes, quienes empiezan a construir el mapa territorial a traducir en encuentro y creación. No es “el artista” quien abre el territorio; es el territorio, oralmente, participativamente, quien nos permite su entrada.