Nadie confía en la palabra de una mujer.
Y hablar desde ese espacio ocupado por un rostro visible,
es una herejía, una declaración de guerra.
Las mujeres desclasadas, las que como yo
no han gozado de la protección de un nombre,
de una familia o de un patrimonio,
las pobres, son más estigmatizadas y silenciadas.
Patricia de Souza
Debemos comenzar aquí. Nuestra compañera fue violentada en un espacio público por un hombre misógino, violencia que aún estamos procesando. Se defendió, enfrentando a este sujeto directo a sus ojos; algo que él no esperaba. Ella está aún en shock, agotada, nosotros también como equipo; sin embargo tampoco dejamos, ni dejaremos, de trabajar. Crece nuestro compromiso. Hemos decido, escuchando a nuestra compañera: primero, no detener nuestra actividades, para no darle poder a los sujetos que se oponen, con su misógina violencia, al trabajo no doméstico de las mujeres, a la creación de vínculos comunitarios; segundo, entregarle más fuerza a nuestra actividad del 8 de marzo, porque vemos que en Los Álamos existe en varios casos una naturalización de la violencia (¿podemos decir que el feminismo existe fuera de las ciudades capitales? ¿Está bien que el hombre sea violento porque “es así”, y ese “ser así” esté fuera de Santiago?); nos hemos encontrado con mujeres y hombres que han callado sus propios abusos. Nuestra compañera fue atacada verbalmente por un hombre de “supuesto cargo de poder”; pero también nos encontramos con historias de violaciones sostenidas, como la de un joven que nos habló de sus propios abusos por parte su familia. Son varios los relatos que hemos sostenido desde la escucha. Nuestra actividad, entonces, se va alzar como una manera de dirigirnos a la violencia, sin espectáculo, formas de enfrentar a esta imposición, a la voz de este machismo, que hace que las personas se “sientan nadie” (hemos encontrado otra respuesta)… “Tú no sabes quién soy yo”, le grita. Sin abandonar el curso de nuestras aguas, porque la falta, su desaparición, la entrega en aljibe, es también ejercicio de poder, trabajaremos el autocuidado, porque nadie, absolutamente nadie, merece ese trato, ser golpeadas y golpeados con puños y palabras. Nuestro proceso comunitario se dirigirá a esas historias, contra sujetos que piensan “ser alguien” porque es “alguien” por su entrenada capacidad de hablar desde la denigración, la humillación, etc. Entenderán las personas que leen nuestra bitácora porqué hemos insistido tanto en la fuerza y la repetición de la palabra “reciprocidad”.
Antes de este ataque, logramos agendar el calendario, con la amabilidad de la señora Myriam de la Biblioteca Alameña, nuestra segunda actividad: “Laboratorio de creación colectiva”, espacio que consiste en convocar a la comunidad para que ésta elabore íntegramente una creación teatral a través de ejercicios de improvisación, expresión corporal, escritura, bordado y todas aquellas actividades que se desprendan de nuestra propuesta y que sean guiadas por la voz de quienes asistan… de su experiencia en torno a la memoria de las agua, llevada desde la reflexión al cuerpo.
La señora Myriam agenda todos los miércoles y viernes de las 14:00 (espacio para compartir primero comida) hasta el cierre de la biblioteca. Luego, para seguir nuestro recorrido, le preguntamos cómo podíamos ir a las cascadas. Ella dice que en este momento no se puede ir porque está la leona; historia que ya habíamos escuchado antes. “¿Cómo? ¿Hay leones aquí?” No, se ríe ella, es una puma que anda con sus cachorros y ataca. Dicen que solo se come “esas partes” del hombre y la mujer. Nos reímos a carcajadas entre los cuatro. “¿Cómo llegamos a las dunas entonces?”, que era otro lugar pendiente en nuestro camino. Nos señala la ruta y cómo llegar al paradero.
No sabíamos cuánto teníamos que caminar para llegar a la costa y ver las dunas de Lovche Morhuilla (su texto abajo señala “Lugar de vida Mapuche en Morhuilla). Nos encontramos con un hombre en el camino y preguntamos cuánto teníamos que caminar para la costa. “Horas” nos dice. Decidimos entonces “hacer dedo” con él. La primera camioneta se detuvo, “¿van a la costa?, Sí” y pudimos subir los cuatro. El camino efectivamente era extenso, pero muy diferente a lo que habíamos observado tantas veces. Al llegar nos encontramos con las dunas, el color terroso y a la vez grisáceo, un símbolo que no pierde su belleza, pero que significa el curso, la acumulación, de la sequedad.
Dimos las gracias a la familia que nos llevó y fuimos con el hombre, con un jockey del Colo Colo, en dirección a un museo ubicado en Morhuilla, que lamentablemente estaba cerrado. A minutos de pasar las dunas, preguntamos si en la zona había agua. “No”, responde, como si en su voz hubiese arena, “hace tiempo que ya no llega, nos traen en aljibe, pero a veces dura solo un día”. La duna y la sequía es el contraste de nuestro recorrido, es otra mano de nuestra ruta. “Es como el pueblo; antes era una isla pero ya no”. Podríamos pensar que la palabra aljibe inscribe también un acto de violencia territorial, como la movilización forzada, pero esta vez de las aguas.
En la población de Morhuilla no hay arena cerca del mar, al parecer ésta arrancó hacia los montículos de tierra; sin embargo se caracteriza por sus grandes piedras que dan al mar… piedras que asimilan, o son, ruinas. Entre las rocas más altas encontramos a dos hombres agachados junto a pequeños pozos. Como un impulso, fuimos a conversar con ellos. “Somos pescadores” nos responden… ¿Qué se pesca aquí? “Nada, pescamos en Lebu, aquí sacamos lo que ponemos en nuestros anzuelos porque se acumulan en los pozos”. Nada. Aquello que desaparece. Ese es el avance de nuestro territorio… desaparece lo tangible, y nosotros vamos en búsqueda de la voz interna, lo cual pone en valor nuestro enfoque en la memoria, porque, como nos dice el hombre de Pilpilco, en la memoria se recupera la vida.
Para regresar hicimos dedo nuevamente, ahora los tres, y como al principio fue la primera camioneta la que se detuvo, antes pasó un auto, pero con gestos se disculpó porque su vehículo iba lleno. Lo interesante de este viaje fue conocer a un adolescente que iba junto a su madre, con vestimenta y artículos provenientes del trap; nos saluda amigablemente. Les contamos sobre nuestras actividades, para invitarlos, y les preguntamos si conocían las rutas. El adolescente conocía perfectamente los caminos, las zonas, ríos, en qué partes se podía andar en bicicleta, en fin, el territorio. Esta conversación, unida con la del otro adolescente que nos habla sobre violencia, nos hace pensar que nuestras actividades también deben reflexionar y actuar sobre la adultocracia; entregarle a la gente más joven una importancia, una escucha, para que no se sientan desvalorizados, para que entiendan que ellos también tienen opinión y que los habitantes de Los Álamos entienda que la polifonía no está regida por zonas etarias; así como el adolescente debe escuchar al mayor, al ancestro, los mayores deben aprender también a escuchar a sus adolescentes, si no, el circuito de dominación se repite.
El día sábado fuimos invitados a una lectura de poesía del grupo “Sol naciente”, a la cual solo llegaron las mujeres del grupo, nosotros, y Aaron, un dirigente secundario que estaba en nuestra actividad pasada. Aaron también tiene una voz crítica en relación a su territorio, sus divisiones y la necesidad que existe hoy de hablar sobre las aguas. A través de esta reunión aprendimos que un diputado ha hecho recientemente la petición de declarar a la zona de Los Álamos como zona de emergencia sanitaria porque, según se nos informa, las fosas sépticas se están rebalsando y el territorio no cuenta con los recursos económicos para pagar por su limpieza, lo cual nos regresa a la violencia y a la dignidad del trato humano.
Los poemas de las mujeres del grupo nuevamente dan cuenta sobre el daño a la naturaleza, el dolor, las pérdidas de un ser querido, también, su trabajo meticuloso de buscar cada imagen. La gran mayoría escribe hace años; su proceso entra a ese otro tiempo sin descanso. Algo que nos llama la atención es que organizan, en cada reunión, una rifa. Los premios son alimentos no perecibles; azúcar, harina, fideos… u objetos como platos, cosas para el hogar. El valor va de los 200 a los 500 pesos. Todo lo que recaudan lo utilizan para beneficio de su propio grupo; ir a otros festivales de poesía, ya sea a escuchar o a leer, dentro de Chile. Pensamos que esta gestión es una forma de economía comunitaria, en la cual existe una preocupación por integrar y no excluir. Invitamos a la mesa a nuestra actividad del día miércoles en la biblioteca y pedimos ayuda en su difusión, a lo cual accedieron con generosidad, al igual que la vez pasada.