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Residencia: La ruta  ancestral de la memoria del agua Los Alamos, Biobío - 2019 Residente: Daniela Andrea Pizarro Torres
Publicado: 6 de marzo de 2020
El amor de la greda es también el amor a mi familia

Nos reunimos a revisar las terminaciones. No es un cierre, es una parte del proyecto antes de que siga transitando en otros espacios. Todo cuerpo intenta mantener flexibilidad. A la sesión llega a visitarnos Irma Flores. Tras conocer su historia, decidimos dedicarle nuestra entrada y conservar las reflexiones de cierre a lo escrito anteriormente.

La emoción entrevista en los ojos se podrá avecinar en la imagen del relato varias veces, sin necesidad de señalarlo, Irma borda, con pequeños fragmentos de tela, lo que escribiría en la tela: “mi gredal”, como si otros ojos se posaran en sus dedos, porque al hablar, nos vinculamos siempre por la mirada.

Irma, por décadas y tradición, se ha dedicado al trabajo de la greda desde niña. Este es un oficio que ha heredado por generaciones de sus ancestros Mapuche. “Toda mi familia ha trabajado la greda” nos dice, “es un trabajo que nos enseñaron para sobrevivir”. La greda, la articulación de la tierra desde su tratado más noble, es, hereditariamente, una forma de sostener otra economía, otro sistema, independiente, que permite la unión aún más estrecha, entre vida y oficio, lo que se desvincula del aprendizaje institucional, como lo articulaba Elba Puen. Para Irma, el trabajo de la greda requiere un estudio minucioso que comienza en la infancia.

Su trabajo proviene, desde lo que puede recordar, de su bisabuela, machi de su vivienda. Ese es el comienzo del árbol genealógico de su trabajo. Ahora ella porta la transmisión del oficio.

“El amor de la greda es también el amor a mi familia, porque así yo los recuerdo”, nos cuenta, valorando, quizás en otras palabras, cómo un trabajo se desprende de su excesiva mecanización productiva (a pesar de generar un proceso económico) … es más bien un lazo amoroso que cae en sus manos. “Cuando trabajo la greda me emociono por los recuerdos que aparecen en mi mente”.

La labor comenzaba a las cinco de la mañana en una carreta para buscar la tierra colorada; los siete hijos. El camino hacia el gredal también es parte de la enseñanza porque traza una ruta ancestral. “Era un viaje muy arduo y a la vez muy feliz”. Esta también es una labor de recolección, como hemos aprendido en el territorio en relación a frutos, huertas, también basura, ahora la greda, pues hay un tiempo específico para su búsqueda debido a los humedales; luego se trabaja en el invierno, tras caminar, tras escarbar, pues la greda está escondida en la tierra colorada.

“No hay trabajo en greda sin agua. Se mojan las manos, se moja la tierra”. Con la paulatina desaparición del agua en los humedales, los gredales se secan y ya no se puede extraer el material de la misma calidad.

Lo primero que Irma trabaja son los maceteros, porque son figura principal en la línea de su familia, dado que los jarrones de greda favorecen el crecimiento de todo tipo de plantas. Después vienen las ollas, las pailas, las asaderas, las tinajas. Hoy, ella piensa en figuras y todo aquello que imagina, lo compone. “Como mujer en este trabajo me siento feliz, me siento orgullosa”. Vende en ferias, mayoritariamente. Expone su cultura, nos dice, y nuevamente señala, proveniente de un arduo aprendizaje. Aprendizaje, o noción de cultura, que a veces se confunde. Nos señala que, en más de una oportunidad, ha sido interpelada por no saber escribir, no hablar Mapudungun, ante lo cual ella responde “tome la greda y haga lo que hago yo, ¿puede? No sabré escribir, pero esto es lo que yo he aprendido de la enseñanza de mi familia mapuche”.

El problema de Irma hoy es una reja que impide la entrada a su gredal… es otra arista del gran problema que viven los territorios en relación a la propiedad privada y los accesos; aquí el material se vuelve metafórico, la greda, tan tierra como agua. Han cerrado el territorio donde ella va a recolectar la greda; al encontrar la reja, se puso a llorar. “Es línea de ferrocarril, hay un padrón grande, y nadie tiene derecho a extender su terreno y cerrarlo, quitarnos el trabajo”. El terreno donde se encuentra enclaustrado el gredal no sirve para plantar; solo ahora hay eucalipto; justamente el árbol que más extrae agua, por lo que está secando el gredal de la napa más profunda.

Desde este oficio, entonces, también vemos que aún hay una conciencia sobre la importancia el agua. No es solo una conciencia, como hemos leído, hay una profunda relación con el sistema de vida, de economía, de las personas. Ahora hay que cavar hondo para la greda, hilar así, desde el pensamiento. Acá también se apela a un lenguaje tanto colectivo, como municipal; es decir, nuevamente, aprender a vivir comunitariamente; dejar de usar a los árboles como frontera.

 

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