Hoy podemos nadar más a fondo en la Laguna Antihula que tantas veces hemos mencionado; escuchado por y en ella, aprendido cantos de aves, nombres que ya no son desconocidos, como el del chucao; cruzar bajo su flujo, saludar a desconocidos en los muelles… una serie de experiencias que ya hemos descrito en bitácoras anteriores.
En el día de nuestra bicicletada aparece nuevamente la pregunta “quién habla por el agua”, pues, si bien no llegó el grupo de personas que esperábamos, apareció un grupo intergeneracional profundamente involucrado en la defensa de la Laguna: conocía sus historia, el trabajo que requiere su protección, sus heridas, peligros y recuperaciones. El gesto de pedalear, como señalamos, se convirtió en un habla.
Llegan a nuestro encuentro Humberto y Ximena, ambos profesores (matemáticas y ciencias) y Viviana (socióloga) quienes han dedicado gran tiempo de su vida en estudiar, desde distintas áreas, la significancia de esta laguna para el territorio, participando activamente en su rescate. Por ejemplo, la señora Ximema, desde la ciencia, consiguió, a través de sus vínculos, traer profesionales de la Universidad de Concepción para que realizaran los primeros estudios de calidad del agua de la laguna. También pudieron organizar visitas de niños de distintas escuelas para que aprendieran el valor de sus aguas. El conocimiento comienza en el cruce de la observación y la reflexión, lo hemos aprendido. En la escucha atenta se genera una modulación propia que permite reparar en la importancia del rol que cada persona tiene, potencialmente, de resguardar su tierra.
Humberto nos cuenta que el año 2001 iban a instalar una planta de tratamiento de aguas servidas para depositarlas en Antihuala. Esa fue la primera alarma que llevó a la comunidad, de la cual algunos formaron una agrupación, a intervenir y solicitar a la empresa Arauco que esto no ocurriese por el alto peligro de contaminación que esto significaría para los ciudadanos de Los Álamos (muy parecido a lo que enfrentan hoy por la falta de limpieza de las fosas sépticas). Humberto también nos cuenta cómo, junto a la ayuda de CONAF y voluntarios tanto de la comuna como de Cañete, se empiezan a crear senderos, miradores, incluso a sacar los pino que, hasta hoy, caen sin cuidado dentro del agua.
Con el tiempo se comienza a crear una organización de defensa más específica; una mesa de trabajo que les permite dialogar directamente con la forestal, en la cual pueden discutir sobre la cercanía entre el agua y los pinos, los eucaliptos, y, a la vez, exigir la plantación del bosque nativo. Este es un trabajo que quiebra la velocidad del tiempo, en cada una de sus directrices.
Aquí es relevante el trabajo de Viviana Mora, importante defensora de la laguna, que conocimos en nuestra primera visita a terreno. Viviana estudió sociología en la Universidad de Concepción para luego regresar a Antihuala y luchar por los derechos del agua como un recurso que pertenece a la comunidad. Esto es algo importante que hemos aprendido de nuestros tres comunicadores: la vasta necesidad de que profesionales regresen a Los Álamos y trabajar en conjunto a ellos. El agua se está acabando, es una realidad más cercana de lo que muchos piensan.
Para Viviana, la defensa de la Laguna Antihuala es una manera de volver a su tierra; es su vinculación con el territorio; pero no desde la comodidad, aceptando el duro trabajo que cualquier defensa medioambiental significa. Para Humberto, Ximena y Viviana, junto a otros exponentes que aún nos queda por conocer, este trabajo es arduo, exige paciencia, búsqueda, persistencia y permanencia. A la vez, pide encontrar maneras de motivar a los habitantes a ser ciudadanos activos en la defensa de las aguas, dado que, si la responsabilidad queda en manos de pocos, el cuerpo también puede desgastarse como lo haría un recurso natural.
Esta laguna es una relación de amor con el territorio que fluye por los ríos. No es fácil volver, no es fácil quedarse.
Al visitar esta Laguna, es muy notoria la presencia de un pabellón; una casa de madera que está instalada a un costado de la laguna. Humberto nos señala que es un centro/escenario construido por la Universidad de Illinois. Ante esta construcción arquitectónica preguntamos si se había realizado una consulta ciudadana para saber si la comunidad requería específicamente de ella, o si ese recurso pudiese haber sido destinado hacia otro espacio cultural, en beneficio de la Laguna de Antihuala y sus habitantes. No hay una respuesta clara.
Desde un punto de vista más general, esta pregunta proviene, desde el arte comunitario, sobre aquellas obras impuestas por un oficialismo que necesita crear una expresión cultural monolítica; una presencia que señale tan solo una presencia más que un diálogo. Esta construcción no significa que puede o no tener un beneficio local, no está en nuestro lugar juzgarlo, pero desde nuestro oficio pensamos que se necesita realizar, como en la mesa de la forestal, una consulta previa, pues es ahí donde se trenzan y tranzan las voces de la comunidad con aquello que va a aparecer y permanecer. Viviana sí nos cuenta que se hizo un trabajo para que la estructura no fuese flotante —la idea original— y que se tuvo que llegar a un consenso para que la instalación quedase en la tierra así no reducir ni el espacio de la laguna y evitar la posibilidad de contaminación.
Hoy esta casa yace a los pies de esta laguna como un posible escenario que, durante estos meses, notamos algunas veces con visitantes, otras veces vacío. Veremos, con el tiempo, cuál será la decisión de la comunidad para su activación, o si quedará allí como una ruina de cara a la Laguna que permita reflexionar sobre la relación entre objeto y hábitat.
Desde otra vereda, nuestro recorrido está especialmente caracterizado por las narraciones históricas de Humberto Mendoza. Desde la memoria oficial, Antihuala tiene un lugar importante en nuestra línea de tiempo, especialmente en territorio Lafkenche, dado que Antihuala era parte de las tierras que habitaba Caupolicán. Es en sus quebradas, donde estaría la Laguna, el lugar en capturan al toqui para llevarlo a Cañete.
Las personas más familiarizadas con la historia podrán conocer este hito como La batalla de Antihuala, ocurrida el 5 de febrero de 1558. Existen letreros que marcan este y otros hitos, solicitados por don Humberto, pero que hoy necesitan mantención municipal.
Humberto enfatiza que Antihuala es un patrimonio histórico y medioambiental, termina con un llamado para pensar en cómo seguir creando consciencia participativa alrededor de la laguna, enfatizando todo el trabajo que la organización ha realizado. Viviana también nos explica que se han tratado de reunir a las distintas organizaciones que rondan este trabajo de conservación y recuperación, pero que aún faltan nexos para crear un trabajo común y así llevar a cabo, conjuntamente todas las tareas que se requieren hoy, porque la responsabilidad no puede caer en los hombros de unas y unos pocos.
Este llamado incluye a todas las generaciones, a todas las edades, para que quienes habiten Antihuala comiencen a aprender qué significa trabajar en la recuperación y preservación del agua. Señalan que la forestal de la zona acepta muchas veces proyectos, pero que demoran mucho tiempo en concretarse más allá de un mero anuncio.
La insistencia constante para que estos se lleven a cabo también necesita de alianzas, compromiso para actuar rápidamente, y que la industria aprenda a ser vecinos que presten atención y cuidado con las personas y las tierras en las que también habitan, aunque parezca utópico.
El aprendizaje que obtuvimos, tanto nosotros como los asistentes a nuestra bicicletada, fue significativo, pues logramos encontrar voces que, con generosidad, nos entregaron desde su experiencia, toda su sabiduría en torno a qué tan importante es la Laguna de Antihuala (nuestro hogar). Los relatos son mucho más extensos. Podríamos escribir largamente, pero dada la longitud que le hemos entregado a nuestras entradas, todo lo que aún queda, tendremos que ir desmenuzándolo este aprendizaje en el tiempo y en otras escrituras. Cerramos, sí, con la grata sorpresa de que, al caminar por los alrededor de la laguna, ésta se presentó, salvo por las incontables colillas de cigarrillos, mayoritariamente limpia. Es decir, hay siempre manos que trabajan en torno a su limpieza sin necesidad de avisar o marcar una presencia.