Hemos mencionado anteriormente que una ruta, al divergir en distintos caminos, rompe destinos fijos y fronteras provisorias; lo cual nos ha permitido desplazarnos fuera de la comuna de Los Álamos para aprender más de ella en relación a contrastes. Así, el primero de marzo, decidimos conocer Angol, ciudad que está en “línea recta” (llena de curvas) de la Cordillera de Nahuelbuta.
La historia oficial de Angol es muy distinta a la de nuestro territorio en relación a la colonización española y su demografía; sin embargo, hoy se unen tanto por la crisis del agua y la memoria que reside en ella.
En esta visita, pudimos conversar con la familia Cabezas Pino; habitantes de Angol por más de treinta años y trabajadores emblemáticos del área de salud de la ciudad. Así como lo hemos hecho en el trabajo del mapa textil, preguntamos por los nombres de sus ríos. Picoiquén, Rehue y Malleco, nos responden, agregando también que los caudales de estos ríos ya no pueden compararse con tiempos pasados, dado las plantaciones de pinos, como también el excesivo incremento de la actividad agrícola. Estos caudales son importantes porque conforman luego el río Vergara que es afluente del Biobío. Todos los ríos traían grandes cantidades de agua. Al investigar más encontramos que el Comité Ambiental de Angol ha considerado que la baja de sus ríos llega al cuarenta por ciento.
Con ellos conocimos, por ejemplo, la cantera de Ducao: las lagunas artificiales; dos grandes acumulaciones de agua que cubren una antigua mina que su dueño dejó abandonada dejando sus maquinarias que, con el tiempo, fueron quedando en una profundidad inalcanzable, creando un pequeño mito de Atlántida. Fuimos en búsqueda de las vertientes, proveniente de la cima de la cordillera, que alimentan estas lagunas… pero es una pesadilla: las vertientes están prácticamente desaparecidas, dejando solo rocas expuestas. Al subir el pequeño cerro de regreso, nos dimos cuenta, en una quebrada, cómo un pino, a gran altura, tenía una raíz expuesta, que crepitaba lentamente hacia las lagunas. No será posible su llegada, pero sí pudimos ver, por primera, cuántos metros puede tener el brazo de una raíz que, aunque lleve expuesta años, aún mantiene la copa de su árbol alzada.
Rene y Angélica nos cuentan que, al bajar los cauces, también tuvo que bajar una gran cantidad de personas de la cordillera a vivir a la ciudad; nosotros hemos aprendido que esto se denomina movilidad forzada. Lo podríamos pensar como un paralelo a las migraciones (de humanos, aves, animales) cuando ya no hay condiciones aptas para sostener la vida. La única diferencia es que, en varios casos, la industria presenta recursos para comprar tierras, y los habitantes ven que es más hacedero entregar (vender) el territorio para comenzar de cero en otra tierra. Conocemos esta historia.
La relación entre Los Álamos y Angol es similar; une a nuestros territorios, dado que nos alimenta la Cordillera de Nahuelbuta. En el caso de Angol se construye una represa, una central de paso, que comienza a detener las aguas que van hacia el pueblo. Aquí nuevamente se trenza la tan complicada relación entre industria y naturaleza: el trabajo de los habitantes, su economía mayor, la genera la industria; sin embargo, la repercusión cae en la vida, dado que disminuyen los afluentes. Esto nos vuelve a situar en una reflexión sobre qué tendrá que ocurrir en el país para pensar, al menos, en una convivencia industrial —presente en cada pueblo— que permita no alterar en este momento crítico de la tierra, principales recursos naturales, a sabiendas de los vínculos económicos. A la vez, volvemos a poner en valor el importante trabajo de las organizaciones de personas que tratan de construir una economía circular, alternativa, como lo hemos presenciado en nuestro territorio de Residencia (organizaciones que seguramente yacen también en todo el país, como se puede ver en la bitácora de otros compañeros de residencia).
La conversación nos regresa una imagen, dado que, si estamos en línea directa a través de Nahuelbuta, hay un círculo que nos rodea; y ese círculo es el llamado desierto verde, una materia irresponsable dada su más que estrecha cercanía con el agua y la falta de renovación y distancia para permitir el resurgimiento del bosque nativo. Insistimos: el bosque endémico es un importante ancestro de nuestra ruta del agua; sin el bosque endémico, perdemos a nuestros ancestros, perdemos el agua. Rene piensa que muchas veces asociamos esta pérdida al cambio climático, pero finalmente si no hay posibilidad de evaporación, ¿cómo se puede entonces obtener la lluvia? Con la falta de la lluvia, el sur cada vez se acerca más a la zona central.
Rene Cabezas es oriundo de Angol y Angélica Pino llegó hace 43 años, por lo que han sido testigos de los cambios de la ciudad durante décadas. Nos cuentan que, precisamente, lo que más ha cambiado en sus alrededores es el bosque nativo, a excepción de la salvedad que aún resguarda la cima de la cordillera, como leímos en la entrada anterior. El desierto verde lleva más de sesenta años en crecimiento y luego, en los años setenta, se acelera su producción. Sin embargo, no es solo la plantación de los pinos y eucaliptos los que han dejado heridas en la tierra, sino también la extracción del bosque nativo para hacer campos de cultivo o transformarlos en leña y carbón.
En relación al problema industrial, Fabiola, hija de René y Angélica, nos dice que también hay un uso indiscriminado de la madera nativa porque afecta, como hemos visto, la circulación del agua desde el bosque.
Fabiola tiene menos de treinta años. Le preguntamos si su generación tenía conciencia sobre este problema, ante lo cual ella asiente, pero señala “es una conciencia tardía”. También agrega que debemos tener cuidado a la anulación de nuestro conocimiento ancestral, porque eran ellos quienes guardaban la sabiduría de recursos naturales y la importancia que estos tienen para mantener el equilibrio del ecosistema por la interacción, ininterrumpida, de las especies. Hoy, la conciencia de las personas puede influir en el medioambiente, pero siempre en contraste a la conciencia empresarial, pues su impacto es sustantivamente mayor. Un ejemplo que nos entrega esta mesa es que las industrias podrían generar su propia energía, autónoma, para no depender de la energía de los pueblos y ciudades.
Angélica nos cuenta que antes los ríos eran navegables y que en botes se trasladaba el trigo hasta el molino El Globo que procesaba las cosechas y hacer la harina. La memoria de Angélica se escabulle de los números para recuperar una imagen de su experiencia; y en la viveza de la imagen también aparece lo cuantificable, es decir, podemos entender, al imaginar nosotros el propio relato, las diferencias entre el antes y el después. No podemos decir que las ciudades quedan inamovibles en el tiempo; no cuestionamos el crecimiento de la urbe; sí la perdida de la naturaleza que fractura los paisajes. El río es ahora una hilacha, un hilo fino que usamos para bordar nombres que deshacen las fronteras territoriales; Los Álamos / Angol.