Con la marca de los despreciados o los elegidos,
que para el caso da igual, crecí bajo el designio de mi sangre.
Maribel Mora Curriao
Tras unos días de planificación de rutas, tanto para el 29 de febrero como el 8 de marzo, volvemos a la Biblioteca de Los Álamos para continuar con nuestro laboratorio. Esta sesión se diferencia levemente a las otras; el trabajo textil reúne a nuestros participantes, que antes se habían desplegado por otras estaciones. Este gesto nos presenta una particular belleza que mantiene el concepto de “estación”: tránsito libre. Quedarse en una de ellas no implica demostrar una insistencia inamovible; la reiteración no tiene porqué apoderarse de los aprendizajes. La posibilidad de observar al otro crea la oportunidad de indagar en otras aristas del trabajo a partir del deseo de aprender.
Es importante para nosotros, que observamos con cautela, que otras personas llamadas por la cartografía textil, tomen los materiales que la componen: telas, bastidores, agujas, hilos. Comenzar a bordar es establecer contacto con un cuerpo, trenzar un cuerpo. Por eso los materiales están siempre a la vista, a disposición. Reiteremos, el trabajo comunitario consiste en disponer, no imponer.
Las otras estaciones no se abandonan; entran en una pausa, no hay pasajeros hoy, pero la estación continúa ahí.
Antes de ingresar a la cartografía, no es extraña la declaración (que es en realidad una pregunta) “no sé bordar”. Al modularla, entramos con la persona en su enunciado: el conocimiento, el saber, no siempre es claro, evidente, como cada ruta en la memoria; a veces hay que buscar, en una imagen, un gesto, en nuestros ancestros, la relación con nuestros hilos… es una inteligencia, una ciencia de la madre, escribiría –no textualmente- Violeta Parra en una de sus décimas autobiográficas. Hacia el rescate de esa aguja, hay una aparición, podríamos decir una ruta escondida. Aquí tampoco se trata de insistencia, reiteración, quizás, sí, algo de perseverancia; es un encuentro del oficio que viaja desde la imagen, difusa por el recuerdo, hasta las manos. Para alguien comienza un nuevo, y a la vez otro, bordado, otro río, otra ruta ancestral de la memoria del agua. Nuestra cartografía textil crece, se alimenta, en el cruce de la creación tan propia como colectiva; cada letra es distinta para escribir un nombre, cada trozo cambia de color por la manera de pensar un río.
El mapa subjetivo que se construye en la comunidad es una manera de entender la polifonía del recuerdo; quiénes y cómo se piensa el territorio que se habita, entendiendo que una forma de plasmar el recuerdo es también dibujar una letra, componer sus huesos, recomponer un patrón. “Recorro distancias sin nombre, habito por largos instantes un espacio que no se llama hasta tropezar con palabras. Entre tanto, las letras son asaltadas por aquello que ven…” escribe Guadalupe Santa Cruz en Quebradas; las cordilleras en andas.
De algún modo, nuestro mapa solicita una responsabilidad dócil. Cada persona escribe su nombre en un papel con el nombre del río que borda; pero es una responsabilidad que, como las estaciones, no presiona, se retoma a veces por otras manos, dada la colectividad de la creación. En el acontecer del otro que se ve llamado por las formas —como si la nostalgia se trasladase para habitar una nueva memoria— la persona puede tomar otro bordado y continuar. Este es el transito que permite una movilización no forzada, como enseña la historia de Los Álamos. Es la diferencia en torno a un mapa oficialista. No inquirimos aquí en el dominio de la técnica, sino ir hacia un encuentro que permita vincularnos con nuestras aguas en constante peligro de desaparición.
No es la única forma, nuestras tres estaciones desembocan en la metáfora de su propio río. Quizás, las estaciones vuelvan a surgir libremente, hayan pasajeros que regresen de su viaje, sin embargo, nos parece importante poner en valor este gesto de libre aprendizaje y concentración donde cada una y cada uno puedo aprender y enseñar al otro su manera de hablar, escribir, trabajar con la tela y las agujas.