BitácoraResidencias de arte colaborativo

Residencia: La ruta  ancestral de la memoria del agua Los Alamos, Biobío - 2019 Residente: Daniela Andrea Pizarro Torres
Publicado: 5 de febrero de 2020
Primer laboratorio de creación colectiva

El día martes, tras haber calendarizado nuestras actividades, volvimos a nuestras rutas de difusión; regresar —que no es imitar o repetir— a nuestras conversaciones, caminatas, entregar nuestros afiches, ya no en lugares, sino a las personas que los habitan, que viven o trabajan en ellos. Por los vínculos, cada afiche o ayuda, por ejemplo, en redes sociales, se recibió con cariño, mostrándonos su genuino interés para que nuestra actividad siga creciendo.

Decidimos, tras la experiencia de nuestro primer encuentro, nombrar el trabajo como un “Laboratorio de creación colectiva”, para hacer énfasis en lo que ya tanto hemos mencionado: hacer partícipe a las personas para que sea el territorio quien establezca sus propias líneas de trabajo según las actividades que quieran desarrollar, sin estar sometidos a evaluaciones o quehaceres fijos.

Preparamos los insumos, los materiales, la mesa de comida; con algo, sí, de nerviosismo por tener, más que una expectativa, una imagen nublada en torno a quién iba a llegar, cuántos, con qué predisposición. Sin embargo, esa imagen se fue poblando con cada persona que tomaba asiento en nuestra mesa. Como fuese nuestro deseo, vimos la entrada de adolescentes, importante para nosotros dado que, como hemos escrito, necesitamos hacer fracturas a la manera en que solo la adultocracia construye la memoria para entregarle a niños y adolescentes herramientas para su propia articulación, tanto de escucha y habla, ya que las personas jóvenes también tienen una manera de recolectar, manifestar y crear a partir de su memoria.

La primera sesión de laboratorio estuvo enfocada, por ser la primera vez, en una dinámica de autoconocimiento a través de diferentes ejercicios; por ejemplo, aprender, con nuestro compañero de teatro, cómo se respiran las emociones. El objetivo de este ejercicio era crear una dinámica que permitiese una intimidad, despojando un poco la vergüenza. Luego hicimos un ejercicio, libre escritura o dibujo que se pudiesen relacionar con las aguas, sus recuerdos, sus las emociones; y después hablar de cada creación.

Hay dos impresiones que guarda este taller. En primer lugar, que al entrar en un espacio de intimidad, cuidadosamente armado, las personas encuentran una posibilidad de rescatar fragmentos dolorosos o muy privados de su memoria, quizás fragmentos sin lenguaje previo: “en mi infancia fui feliz”, decía una participante mientras lloraba con su dibujo en la mano, rememorando tiempos en que ella y su mamita eran recolectoras de avellanas (con lo cual, la madre, educó a toda su familia)  sin precisar si su emoción, este llanto, provenía de una felicidad mantenida en el tiempo o perdida que aparece abruptamente en su historia. Otra participante escribe, primero, sobre su propia forma de recolección, pero de artefactos, para convertirlos en artículos de reciclaje (por ejemplo, crear un huerto en un refrigerador tirado a la basura)…  “la basura de los ricos, es tesoro de los pobres” dice…  y tras una pausa, como si la intimidad del grupo ingresara a ella, nos cuenta, quebrando también el silencio con emoción, que para ella era difícil hablar en ese momento porque tenía la imagen de un amigo recientemente asesinado en la Quebrada de Macul. La imagen es cruda, no es primera vez que la mujer habita espacios de violencia, sin embargo, poder traer esta escena de manera genuina, porque es lo que cruza su mente en el momento de habla, nos hace entender que si nuestro laboratorio deviene en quebrada, tenemos que sostener la aparición de cada curso de la memoria.

Cada persona escucha con respeto, se sigue leyendo. En los textos que vienen aparecen nombres de ríos, de sus sonidos, de preguntas sobre la naturaleza, cómo subsanar aquello que está perdido y recordar, con la marca de los nombres, lo que aún sigue vivo. Es interesante pensar que la naturaleza se piensa ya sea como un sujeto, un ser vivo, un espíritu, naturaleza que entrega y recibe de acuerdo al trato recíproco que se establece, así como hemos escrito sobre la vinculación con un otro en su grado de alteridad, en la cual, desde la diferencia, se pueden establecer diálogos sin tachar el disenso… son esos modos de “atender” al otro, lo que permite un trabajo territorial así.

Hubo otros participantes que decidieron no hablar, lo cual se respetó, porque quizás la memoria que despierta, altera las palabras; se confunden en la misma niebla que caía ante nuestras expectativas al inicio de la experiencia.

Al preguntar sobre cómo un laboratorio de creación podía influenciar la memoria, nos señalan que es así, entre las personas, en un desplegar común, no academicista, permitiendo accesos, sin establecer restricciones, la manera en que se puede construir memoria común. Conversar entonces, desde la creación y la exposición de la intimidad sin previo lenguaje, es lo que nos permite —aparece en la conversación— rescribir (re/contar) la historia hacia los demás, desde lo demás, y generar un eje de entendimiento común enraizado en un lenguaje que pueda transitar, por ejemplo, desde un niño de once años, quien tiene la esperanza de que el agua nunca terminará; una adolescente que aún busca una explicación en tanto a su ser en el agua; una pareja de treinta años, meticulosos activistas por el medioambiente, y una mujer de cuarenta años, quien piensa en el agua como reflejo de su madre: cuatro lenguajes que encuentran su cauce en esta memoria; en esta cartografía emocional que se esboza a partir del dibujo y el relato.

La actividad cierra un poco pasado de nuestro tiempo, damos las gracias. Cada uno se despide nombrando las aguas de su mapu; Pilpilco, Caramavida, Antihuala, Mapocho, Limarí, Lleu Lleu, Trongol… Sin respetar la secuencia, ese es el curso de nuestras aguas.

 

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