La vida es para sí misma una extraña
y una máscara nueva para todo el que llega.
Edith Södergran
No podemos decir que se establece una seguridad cuando las actividades comienzan a fluir. El trabajo en comunidad no tiene arraigo en la certeza, es más bien una incertidumbre que se entrelaza con mayor o menor fuerza a medida que avanza el tiempo, pero que hila finamente la intuición.
De esta manera, a pesar de preparar la mesa de comida —con elementos que hemos aprendido son muy bien recibidos como el choclo, el melón y el mate (pues siempre llegan las sopaipillas)—, la caja de materiales, colgar las cartografías, habita la pregunta sobre quién llegará y cuál será el movimiento de cada estación.
Ocurrió algo que colinda a un deseo; llegaron los adultos de la primera sesión, lo cual nos deja muy contentos, pero también llegaron los mismos niños y adolescentes con sus amigos; es decir, lograron ellos disfrutar y transmitir nuestra actividad… quizás articulándola de una manera muy diferente a cómo lo haríamos nosotros.
De esta manera, las estaciones originarias se empiezan a fragmentar en nuevas estaciones con las que se quieren vincular las personas… varias de esas ideas se integran, coloquialmente, en la mesa de comida, en la conversación. De las pocas que preparamos para la primera jornada, se abrieron diversas otras. Antes, nos parece importante recordar que la idea de una “estación” es aquello que permite movimiento y detención por voluntad… es una dirección libre, un viaje por azar: deseo bajar y detenerme; no es que “deba” detenerme aquí. De esta manera, y aunque sea repetitivo en nuestra escritura, esta es la forma en que cada participante elije dónde quiere estar, y nuestra disposición es recibir para que luego puedan seguir su curso; como el agua.
La estaciones que comienza a emerger son: la música, pues varios de los adolescentes están ligados a ella. En ésta se comenzó a crear una canción con su propia letra y melodía en guitarra, lo cual permite elaborar, desde la creación, otro registro en torno al agua, porque así como hemos escuchado, es el agua quien canta, por lo que también se puede cantarle al agua.
Luego, una estación de bordado, para conformar la cartografía de Pilpico. Lo bonito de esta estación —importante para este tipo de trabajo con el otro— es que quien se detuviese no necesariamente debía saber bordar… ese es el conocimiento que se entrega; no se llama a aprender a bordar, se recibe, con la enseñanza, si la persona tiene la voluntad de hacerlo y aprender. Aquí cada persona tenía recuerdos de Pilpilco y cada uno podía bordar un recuerdo del territorio en la cartografía, como el hospital, la piscina, etc.
También se crea una estación de exploración de imágenes, la cual lleva, en esta oportunidad, a niños, a buscar en libros de ilustración imágenes relacionadas con el agua. Cuando el niño la encontraba, se le facilitaba una cámara fotográfica para que ellos la registraran y así poder contar qué les había motivado a capturar esa imagen. Uno de ellos dice “esta foto me da tranquilidad porque siento que el agua siempre va a correr y no se acabará”. Esta es la voz de un niño que a través de una imagen construye otro espíritu de mundo, fuera de la crisis, vaya a encararla en su vida o no, pero que le permite elaborar un sentimiento de manera poética, porque es la imagen que él elije lo que permite la fluidez de ese pensamiento.
En esta oportunidad estuvimos más tiempo en cada estación, lo que hizo que el tiempo tomase agilidad. Por otra parte, el día viernes la biblioteca cierra más temprano, y hemos tenido que aprender a contabilizar mejor el tiempo. Volvemos a cerrar de la misma manera, compartiendo lo que cada persona había sentido tras participar en cada estación. Una mujer nos cuenta que bordar la escuela, por ejemplo, le hacer revivir todos sus recuerdos vinculados a esos tiempos, que no siempre aparecen en la memoria, porque la vorágine de la cotidianidad (productiva, agregaríamos) consume los recuerdos. El gesto es muy simple, el bordado es un símbolo, pero el espacio que abre es mayor… finalmente, eso es lo que queda en la comunidad. Luego, otra de las participantes nos cuenta sobre la letra de la canción que se empieza a escribir inspirada en el río Pilpilco por la claridad de sus aguas. Su hermano realiza un dibujo sobre la “calma” que encontró en los libros, y otro niño, mucho más pequeño, de seis años, muestra la imagen que encontró pues piensa que una ciudad puede convivir con el mar.
Creemos que esta apertura donde las personas pueden depositar sus relatos internos, su deseo, esa desfiguración de imagen que produce la memoria, como si estuviésemos en “estado de vigilia” —diría el escritor Gastón Bachelard— es un acto, un hacer, un acontecimiento que persiste e insiste en la importancia de crear estas zonas comunitarias donde la noción de “arte” reside en traer a las manos la memoria y la vida, encontrar un modo de convivir desde la alteridad.
Cerramos como se hizo la vez pasada, dejando siempre la puerta abierta a que inviten a más personas si lo desean… porque la invitación de alguien que estuvo en la actividad es la mejor manera de difundir un evento… mejor que una publicación en una red social, aunque no convoque a multitudes. Dice de alguien que relata “fui a este espacio y me gustaría que fueras”, es decir, es un movimiento que se transmite en reciprocidad, es conocimiento comunitario.