Durante la asamblea de equipo surgió la idea de hacer un documental de las aves del Budi, así que esta semana contactamos a una pareja de Puerto Saavedra que se dedica al avistamiento profesional y coordinamos una deriva territorial junto al lonko de Boyeco, Juan Painen. Una primera parte ocurrió en el mismo Puerto Domínguez. Empezó con la aparición intensa de un Martín Pescador, que nos pegó una avisada clara de que estábamos en su territorio, en la vega de la costa del Budi. De ahí visitamos la zona de crianza de cisnes en la entrada del pueblo, donde algunos vislumbraron un coipo, un siete colores y otros. Fascinantes observaciones, pero fugaces, y por lo tanto imposibles de captar con la cámara. También recorrimos el paseo hecho por Conaf, con algunos copihues y una buena vista de la construcción de la nueva cancha de fútbol, que acabó con un humedal y una vertiente. “Se vieron familias enteras de coipos huyendo de las máquinas”, contaron los ambientalistas.
Tras un picnic en la playa La Chasquilla -donde aprendimos que sus niveles de contaminación podría causar el cólera a quien trague sus aguas-, fuimos a la comunidad de Boyeco para conocer su bosque nativo guiados por su lonko. Entre un paraíso de moras apareció una vertiente en torno a la cual rebosa la vida. El lonko pidió permiso para pasar y nos abrimos camino saltando barro y equilibrándonos en la pendiente. Aprendimos sobre cómo la miel de ulmo podría reemplazar el azúcar que tantos estragos provoca en la salud, y conocimos la flora y fauna que alguna vez cubrió estos valles y que fue arrasada por la explotación maderera de Eleuterio Domínguez. Juan Painén nos contó con profunda tristeza cómo ha cambiado el paisaje desde su infancia, y expresó mucha preocupación por el futuro. Después no sentamos en silencio para observar a un colibrí tornasol que bajó al menoco a tomar agua.