BitácoraResidencias de arte colaborativo

Residencia: Tesoros del Cerro Andacollo, Coquimbo - 2019 Residente: Claudia del Fierro
Publicado: 23 de enero de 2020
Problemas de producción

Hoy es jueves y nos vamos a Maitencillo. Tenemos mucho por hacer para completar el documental. Espero en la reja a Danissa que me pasa las llaves del Club Deportivo, mientras su enorme perro me ladra como loco. Como siempre el club está impecable y esperamos ahí a lxs niñxs. Darling y Abril llegan primero y me cuentan que Mayleen se fue a Tulahuén a ver a su abuela. Mientras esperamos leemos un libro de leyendas locales, donde sale una sobre el Gigante de Maitencillo, guardián de la veta de oro. Después aparece Yaritza. Tenemos el mapa de Maitencillo en donde las niñas han ido dibujando las casas y personas de interés para nuestra película; es una suerte de guion que también incluye los puntos que mapeamos con la comunidad en la mateada de diciembre. Hacemos una lista de lo más importante del mapa y salimos cargados de equipos y ánimo en busca de entrevistas.

 

Partimos por el extremo sur donde viven algunos adultos mayores. ¡Aló! – llamamos a la puerta de la Tía Rosa. Está a punto de tomar once y un poco resfriada, no puede atendernos. Intentamos donde la Abuelita Uba, que tiene el palto más grande de Maitencillo, pero no sale nadie a abrirnos. En la casa del lado vive la señora Regina, que hace pan. Darling ha escuchado que ella conoce la historia de la Llorona, que la escuchó una vez. Pero la señora Regina está ocupada y no quiere conversar. Seguimos caminando y encontramos a un señor de pelo blanco en un asiento hecho de tronco, afuera de una casa con jardín. Preguntamos si podemos hablar y rápidamente nos organizamos en torno a él. Don Adrián accede a una entrevista y yo dejo mi cámara fija que usará Darling y le ayudo a Yaritza a prender la Gopro, mientras Ivo y Abril graban el sonido. Isis y Tomás también nos acompañan.

 

Yo nací por allá- dice, señalando hacia las quebradas del sur. A los dos años se murió mi padre y tuvimos que venirnos al pueblo. Trabajé desde chiquitito, no había de otra- nos cuenta don Adrián. ¿Y usted conoce la historia del gigante de la quebrada? Antes los viejos le temían a las penaduras- dice, pero yo no. Yo me crié así bien y sin escuela. Y aquí estoy a mis 82 años. Así era la vida antes. Intentamos hacer preguntas, pero don Adrián está en su mundo y habla de lo que él quiere. Nos recita unas rimas y por unos minutos, con su mirada en otra parte, nos cuenta su historia: una vida de minero, llena de sacrificio y aventuras. Luego se despide. Otro día nos puede tocar una canción con su armónica, incluso el himno de Andacollo- nos ofrece.

 

No sabemos si quedó bien la grabación porque pasan muchos camiones por la carretera y don Adrián habla bajito, pero seguimos caminando. Pasamos por el Almacén San Jaime, donde está la señora que comenzó la tradición de los dulces, pero su hijo nos atiende con cara de pocos amigos y dice que están muy ocupados. Volvemos al Club Deportivo y estoy un poco desanimada. A pesar de que el pueblo es chico y son casi todos familiares, la mayoría no quiere colaborar con las niñas. Es que son así, dice Darling, son tímidos o no quieren hablar porque después le puede caer mal a otro. Algunos son vergonzosos también o ya los han venido a entrevistar de la tele. ¿Y qué hacemos? Le planteo al equipo que debemos elaborar una nueva estrategia de producción, aunque esto signifique modificar el guion. Las niñas escuchan atentas y estamos en silencio por un rato. Pienso en la baja participación en el proyecto y temo que se nos vaya diluyendo el entusiasmo si no se suma más gente. De repente, Darling se acuerda de una historia que escuchó de una tía y comienza a contarnos. Resulta que su tía escuchó de un joven que le contó una historia. Iba caminando por la quebrada cuando escuchó una voz que de lejos le gritaba…  Escuchamos atentos a la historia del encuentro con La Llorona. Ivo le pide a Darling que la cuente de nuevo para grabarla. Hacemos tres tomas y mientras tanto Yaritza me susurra que ella recuerda una historia también. Entonces comienza a escribir una historia que escuchó de su abuelita, sobre esa vez que vieron al Culebrón por la pirca de la casa de un abuelo de Maitencillo. Grabamos la segunda historia y nos miramos con complicidad.

 

Sin más explicaciones las niñas acuerdan que cada una va a ir a hablar con los mayores y escribir las historias de Maitencillo que puedan recopilar. Quizás ellos no quieren hablar en cámara, ¡pero podemos usar las historias igual! Haremos grabaciones y buscaremos material visual para acompañarlo. Tomo nota, me gusta este giro metodológico hacia la investigación.

 

Antes de irnos, pasamos a la iglesia porque la señora Norma nos prestó las llaves para ir a grabar el interior. Es pequeña pero muy antigua y se siente muy acogedora. Todos en Maitencillo han sido bautizados o han hecho la primera comunión ahí, cuenta Abril mientras nos abre el iejo candado de la reja. Grabamos un poco en silencio, el altar y a San Antonio de Padua y salimos al patio donde hay una enorme higuera. Nos quedamos un rato sacando higos y comiendo con los últimos rayos del sol. Al rato tenemos que correr a tomar la micro de vuelta a Andacollo. Nos abrazamos y quedamos para la próxima semana. De vuelta voy pensando en la excelente solución de los cuentos y voces en off, cómo las niñas están logrando resolver problemas y tienen una enorme capacidad creativa. Estamos felices y cada viaje a Maitencillo es un descubrimiento nuevo.

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